27.12 San Juan Evangelista, teología de la Navidad

La iglesia recordaba ayer a San Esteban, el Mártir de la Navidad. Hoy celebra la fiesta de San Juan Evangelista llamado desde antiguo “el teólogo” sin más (Ho Theologos) , siendo de un modo especial el teólogo de la Navidad.

San Juan Bautista era el profeta, Santa María la Madre (con José), San Mateo y San Lucas son los narradores y testigos… San Juan evangelista es el teólogo del Dios que se hace carne, aquel que ha descrito de forma insuperable la experiencia y entrega suprema del Verbo de Dios en la Navidad eterna, que se expresa y realiza en la historia de los hombres como Navidad Humana.

Por eso, el comienzo de su evangelio ha sido y sigue siendo el Evangelio de la Fiesta Solemne del 25 de Diciembre, y su figura se celebra hoy, el 27, con su revelación suprema: La Palabra de Dios, Verbo Eterno, se ha hecho carne. De esa forma, con Juan Evangelista nos unimos todos los creyentes, que somos hoy teólogos y místicos de la Navidad.


Así lo indicaré en esta "postal", que se divide en tres partes:

1. San Juan, teología de la Navidad, autor del evangelio por excelencia que canta y revela la historia del Verbo Divino, que ha venido y se ha hecho carne entre nosotros.

2. La figura de Juan como teólogo, aquel que ha contado desde su experiencia la historia del Verbo Encarnado, en forma de Evangelio.

3. El evangelio de Juan, testimonio supremo de la Navidad de Dios en la historia de los hombres.

Estas tres partes están tomadas del Gran Diccionario de la Biblia, con el que quiero felicitar a mis lectores en esta Navidad.


1. SAN JUAN, TEOLOGÍA DE LA NAVIDAD. EL PRÓLOGO DE SU EVANGELIO


Los cristianos saben (con judíos y musulmanes) que Dios es ha creado el mundo de la nada, pero añaden que no ha querido sustentarlo sobre el fondo vacío de esa nada, sino en su propio Hijo Jesucristo a quien él ha engendrado en libertad de amor, dentro de la historia, por la fuerza y presencia de su Espíritu, por medio de María.

La misma creación se incluye así y se apoya en el misterio de Dios Dios ha creado el mundo porque es Padre (y como Padre de Jesús), de tal manera que el mismo origen y despliegue de la creación se vincula con la generación y encarnación de Jesús (a quien podemos llamar Hijo Eterno) en el Espíritu.

Esto significa que Dios no ha creado un mundo externo, fuera de sí mismo (como el carpintero hace una mesa), sino que lo engendra y convoca desde su interior, en su hijo Jesucristo. Tampoco los padres humanos "hacen" hijos, sino que los engendran en su amor y palabra de encuentro personal, dentro de la gran corriente cósmica, animada por el Espíritu de Dios.

Esta experiencia central del cristianismo ha sido reelaborada de manera temática y convergente por diversos pasajes del Nuevo Testamento, entre ellos por el prólogo de Hebreos: "Habiendo hablado Dios antiguamente a los (nuestros) padres, muchas veces y de muchas formas, a través de los profetas, a final, en estos días, nos ha hablado por el Hijo. a quien constituyó heredero de todas las cosas, y a través del cual había hecho los siglos (Hebr 1, 1-3)

Desde este fondo, queremos presentar, ya de manera conclusiva, el enigmático y gozoso principio del evangelio de Juan, el teólogo del Verbo, del que ha tratado ya en este blog comentando el Romance de la Navidad de Juan de la Cruz. Pues bien, Juan evanelista dice así:

[1. Palabra divina]
En el principio era la Palabra y la Palabra era junto a Dios,
la Palabra era Dios. Esta era en el principio junto a (hacia) Dios.

[2. Palabra creadora]
Todas las cosas fueron hechas por ella, y sin ella no se ha hecho ninguna.
Lo que fue hecho era (tenía) vida en ella y la Vida era la Luz de los hombres;
y la Luz brilla en las tinieblas y las tinieblas no la recibieron.

[3. Palabra de testimonio, Juan Bautista (y María, la madre)]
Hubo un hombre enviado por Dios, llamado Juan (Bautista),
que vino para dar testimonio, para que todos creyeran por él;
no era la Luz, sino que vino para dar testimonio de la Luz.

[4. Reveladora]
Existía la Luz verdadera, que alumbra a todo ser humano, viniendo al mundo;
En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por ella y el mundo no la conoció.

[5. Generadora, que actúa en todos los hombres]
Vino a los suyos y los suyos no le recibieron; pero a cuantos le recibieron
les dio poder para hacerse hijos de Dios a los que creen en su nombre,
los cuales han sido engendrados por Dios
y no por la sangre, ni por el deseo de la carne, ni por el deseo de varón.

[6. Palabra encarnada, Jesús]
Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros y hemos visto su gloria,
gloria de Unigénito del Padre, lleno de gracia y verdad (Jn 1, 1- 14)

Estas palabras son como un compendio de la Navidad de Jesús, profeta de Nazaret, hombre sabio y carismático, asesinado por las autoridades de Jerusalén, a quien los primeros cristianos descubrieron vivo tras su muerte, sintiéndose invitados a proclamar su mensaje y expandir su reino. Este es aquel Jesús a quien Juan evangelista identifica con la Palabra de Dios, cuyas seis funciones evocamos:

1. Divina. La Palabra es el distintivo y signo primordial de Dios, su forma de ser en comunicación y comunión. El Jesús de la historia (profeta y sabio, carismático y mártir) ha sido ante todo portador de una invitación y llamada personal. Ahora descubrimos que él es la Palabra de Dios, comunicación primigenia, en su misma eternidad, antes de todo tiempo.

2. Creadora. La palabra “crea” llamando, en gesto dialogal que abre un espacio de respuesta para aquellos que la escuchan y nacen por ella. Al situar la Palabra en ese plano de llamada, el texto está pensando en la creación humana, la única que le importa de verdad. Las restantes realidades (materia cósmica, vida vegetal y animal) quedan en segundo plano. Dios es Palabra y como Palabra actúa: es llamada de Vida-Luz que ofrece, corriendo el riesgo de que los hombres no la reciban ni respondan, porque una palabra que se impone a la fuerza no es Palabra. Por eso dice el texto que las Tinieblas (espacio exterior) no la recibieron, rechazando la llamada creadora.

3. Testimonial. Hemos empezado este libro comparando la nueva figura de Jesús con Juan Bautista. De manera sorprendente, la referencia a Juan continúa aquí, al final del camino. No podemos entender a Jesús si lo aislamos de los otros testigos de la historia, que culminan de algún modo en el Bautista: ellos no son la Luz, pero han de dar testimonio de ella, abriendo así un camino de fe que culmina en Palabra encarnada. Así el evangelio nos sigue arraigando en la historia de las religiones y sabidurías de la tierra.

4. Reveladora. Repite el argumento del num. 2º (Palabra creadora), pero destaca el valor de la Luz, donde encuentran sentido y culminan los dos gestos principales de la acción mesiánica de Jesús: es sabio (su mensaje ilumina) y carismático (abre los ojos de los ciegos... ). La Luz de Cristo, Palabra encarnada, está presente en la entraña de este mundo, que no es pura tiniebla ni espacio de pecado donde sufren las almas desterradas y caídas (religiones orientales), sino principio de gracia y vida para los humanos.

5. Generadora. Siendo principio y sentido de todo lo que existe, la Palabra-Luz viene en humildad, sin imponerse, de manera que los mismos a quienes ella ha preparado (israelitas) pueden rechazarla y la rechazan. Aparece así el tema del Dios a quien los hombres expulsan, precisamente por ser divino, pues su omnipotencia es no imponerse por la fuerza, sino amar .

6. Palabra encarnada. Todo empieza y todo acaba con esta confesión gozosa y comprometida que supera el riesgo de la gnosis y vincula en Jesús, Hijo de Dios, el proceso temporal (de nacimiento humano) y el eterno (de nacimiento divino). Esta es una confesión histórica que nos lleva de nuevo ante el mismo Jesús de Nazaret, cuando comenzaba en Galilea su mensaje de profeta, sabio y carismático: por eso, para entenderla tenemos que volver al principio de este libro, para rehacer de nuevo su camino. Pero, al mismo tiempo, es una confesión pascual y nos lleva a la meta pascual de Jesús, allí donde el amor que se entrega hasta la muerte, aparece como fundamento de Vida para los humanos, en el mismo seno de Dios.


2. JUAN EVANGELISTA, EL TEÓLOGO DE LA NAVIDAD


No se conoce la identidad del autor del evangelio llamado de Juan, a quien la tradición ha identificado con → Juan Zebedeo. Lo único que sabemos es que se encuentra vinculado con el → discípulo a quien Jesús amaba.

Es, junto a Pablo, el mayor teólogo del Nuevo Testamento y su evangelio constituye uno de los enigmas fundamentales no sólo del Nuevo Testamento sino de la literatura universal. Teológicamente se suele destacar su «cristología alta» (presenta a Jesús como Hijo de Dios y ser divino → preexistente); en esa línea puede añadirse que defiende también una «antropología alta», es decir, una visión fuerte del hombre como ser que se sitúa en el lugar de cruzamiento entre la vida y la muerte, la luz y las tinieblas y que, de esa manera, forma parte del misterio de la revelación de Dios.

(1) Juan, un evangelio discutido.

A diferencia de los contenidos casi paralelos y constantes de los tres escritos anteriores (sinópticos), Jn ofrece un escrito con un contenido y un lenguaje distinto, lleno de representaciones y símbolos que parecen espiritua¬lizantes, tomados de la filosofía y experiencia religiosa del ambiente. Ciertamente, en Juan pervive y se despliega la misma tradición de los sinópticos, como muestran no sólo los relatos de la pasión-muerte, sino el conjunto de los signos (milagros) y discursos que van siendo ocasión para que Jesús se pueda expresar y aparezca como revela¬dor escatológico de Dios que ofrece ya la plena salvación sobre la tierra, en una especie de escatología ya realizada.

Esos signos y discursos derivan de la misma tradición de los sinópticos, pero, al mismo tiempo, ellos han sido elaborados desde una perspectiva espiritual y eclesial diferente, que empieza a estar marcada por elementos que aparecen de un modo más intenso en algunos grupos gnósticos. Por eso, ciertos grupos eclesiales pudieron tener alguna dificultad en acoger al evangelio de Jn entre las Escrituras. P¬ero, siguiendo unos caminos quizá complicados, introduciendo posiblemente algunos cambios, la gran iglesia del siglo II ha terminado por aceptar el evangelio de Jn dentro de su canon, situándolo al lado de los otros evangelios, formando unidad con Mc, Mt y Lc.

Esta fue una sabia decisión que no podremos nunca agradecer bastante: los mismos responsables de una iglesia amenazada por el cisma y herejía de la gnosis, tuvieron el coraje de aceptar en su canon este libro que, de algún modo, pudiera tomarse como expresión y signo de gnosis. Pensaron de esa forma que una gnosis antievangélica sólo se puede superar por medio de un evange¬lio que sea verdaderamente gnóstico, en el sentido cristiano de ese término.

(2) Juan, evangelio de la encarnación.

Jn es profundamente israelita, pero, al mismo tiempo, desarrolla experiencias helenistas (logos y verdad, luz y tinieblas, arriba y abajo...) que otros judíos del tiempo habían puesto de relieve. Muchos investigadores han pensado que la unión de judaísmo y helenismo debería conducir a un espiritualismo gnóstico de la redención. Nosotros, aceptando ese fondo común o conexión gnóstica, resaltamos la diferencia cristiana de Jn. Ciertamente, algunos de sus rasgos pueden formar parte del mito gnóstico: Dios envía al mundo a su Revelador que viene del misterio original y ofrece a los hombres la verdad de lo divino.

El evangelio de Juan asume así un trasfondo gnóstico (reflejado también por la apocalíptica judía y la especulación sapiencial judeo-helenista), suponiendo que Dios y los hombres se hallaban previamente separados, de manera ha sido preciso que descienda un ser divino de los cielos para iluminarles y/o salvarles. Pero no admite otros elementos del mito gnóstico (ni la esencia divina de las almas, ni su caída cósmica, ni la división estricta del bien y el mal, ni la maldad radical del mundo), aunque piensa que un ser más alto (mesías, hijo de hombre, hijo de Dios) ha descendido de los cielos para salvar de su caída mundana a los hombres. El redentor de la humanidad, a quien los gnósticos conciben como un tipo de entidad espiritual, propia de los cielos, es para Jn (que ratifica así el carácter histórico y carnal de la salvación) el mismo Jesús de Nazaret, encarnación del Logos de Dios, no de un ángel o ser intermedio.

(3) Evangelio espiritual, evangelio carnal.

Partiendo de ese fondo y de manera puramente indicativa, queremos señalar los dos aspectos que definen la paradoja de este libro.

(a) Jn es evangelio carnal, centrado en la carne de Jesús, conforme a su palabra introductoria: «el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn 1, 14). Entendido así, el Verbo de Dios no es una idea, un principio intemporal y superior, figura de un mito o de un tratado filosófico, sino el mismo Jesús, aquel que ha sido rechazado por las autoridades de Israel y Roma y que ha muerto en cruz entre los hombres. La encarnación del Verbo se expresa en una iglesia carnal, concreta, formada por hombres y mujeres reales, no por espíritus, como indican las páginas finales del evangelio (Jn 21).

(b) Jn es un evangelio espiritual, que ha puesto de relieve aspectos y motivos que se hallaban implícitos en la tradición sinóptica: temas que estaban antes más dispersos, motivos primordiales como son el amor y la vida, el camino y la luz, la verdad y el conocimiento. Esos y otros temas, que la gnosis tiende a separar de la historia, convirtiéndolos en motivo de una experiencia interior, han recibido en Jn una interpretación cristólogica (todos ellos se cumplen en Jesús), vinculada a la historia de Jesús, dentro de la historia de la iglesia. El evangelio de Juan ha realizado el gran «milagro» de historificar el mito gnóstico y de iluminar desde el Jesús histórico los abismos de la experiencia espiritual de la humanidad, haciendo así posible un diálogo con la filosofía del entorno helenista y con las religiones del oriente.

3. EVANGELIO DE JUAN

El evangelio de Juan (Jn), con las tres cartas que llevan su nombre (1, 2 y 3 Jn), constituye uno de los enigmas y riquezas fundamentales del Nuevo Testamento y del cristianismo. Se ha dicho que el autor de ese evangelio ha sido Juan Zebedeo, uno de los doce seguidores de Jesús (cf. Mc 1, 19; 3, 17 etc.), que, unido a Pedro, tuvo una función muy importante en el comienzo de la Iglesia, de tal forma que Pablo le presenta como una de sus “columnas” (Gal 2, 9; cf. Hch 3, 4-11).

En esa línea, la tradición ha identificado a Juan Zebedeo con “el Discípulo amado” (Jn 19, 26-27; 20, 2-8; 21, 7-24). Pero esta identificación no es segura. Por eso, es preferible suponer que tanto el evangelio de Juan como sus cartas provienen de una comunidad especial de “discípulos de Jesús”, que se formaron y crecieron, de manera bastantes independiente, en torno a la figura carismática y desconocida de un discípulo amado*, y que corrieron (hacia finales del siglo I d.C.) el riesgo de caer en un tipo de gnosis. Pero algunos, quizá la mayor parte miembros de la comunidad, se vincularon a la Gran Iglesia, representada por Pedro, a la que transmitieron su evangelio, es decir, su manera de entender y recrear la figura de Jesús dentro de la Iglesia.

(1) Un evangelio nuevo.

Su texto recoge y expresa la misma tradición de los sinópticos (Mc, Mt, Lc). Así lo muestran no sólo los relatos de la pasión-muerte sino todo el conjunto de los signos (milagros) y discursos que van siendo ocasión para que Jesús (el mismo protagonista de los sinópticos) se pueda expresar y desvelar en forma nueva como revela¬dor pleno de Dios, en una especie de escatología ya realizada. Los signos y discursos de Jesús en Juan son, por una parte, nuevos, y nos llevan a un espacio espirit¬ual muy diferente, marcado por la búsqueda de una mayor profundidad expe¬riencia¬l. P¬ero, al mismo tiempo, provienen de la tradición antigua de la Iglesia de tal forma que se pueden derivar y de algún modo derivan del mismo material de los sinópticos.

En un primer momento, este evangelio pudo parecer peligroso dentro de la Gran Iglesia, porque se podía pensar que destacaba sólo los aspectos espirituales de Jesús. Pues bien, introduciendo quizá cambios en algunos de sus textos y visiones, la Iglesia del siglo II ha terminado por aceptarlo dentro de su canon. Así lo ha unido a los sinópticos (Marcos, Mateo y Lucas) formando con ellos el evangelio cuadriforme. Ésta fue una sabia decisión que ha marcado toda la vida posterior del cristianismo: los mismos responsables de una iglesia amenazada por el cisma y la herejía de la gnosis*, tuvieron el coraje de aceptar entre sus libros éste que, de algún modo, pudiera tomarse como expresión y signo de ella. Pensaron de esa forma que una gnosis antievangélica sólo se puede superar por medio de un evange¬lio que sea verdaderamente gnóstico, en el sentido evangélico de ese término. Partiendo de ese fondo y de manera puramente indicativa, queremos señalar los dos aspectos básicos de la paradoja de Juan.

Es evangelio porque acepta la carne de Jesús (lo mismo que la carne o historicidad de la iglesia). Así lo indica la palabra más importante de su prólogo: "el Verbo/Logos se hizo carne y habitó entre nosotros" (Jn 1, 14). El Verbo de Dios no es una idea, un principio intemporal y superior con cuyo mito pudieran construirse tratados filosóficos diversos. Para Juan y para la Iglesia, el Verbo es Jesucristo, aquel que ha sido rechazado, aquel que ha muerto en cruz a favor del mensaje del Reino.

Pues bien, esa encarnación del Verbo se halla vinculada a eso que pudiéramos llamar el misterio de la humanización eclesial. El riesgo estaba en buscar un tipo de comunidad cristiana donde sólo importa la unidad espiritual entre sus miembros. Pues bien, sin perder su dimensión espiritual, el evangelio acepta el valor y la necesidad de la iglesia concreta de Pedro en la que caben grupos distintos de cristianos, como iglesia bien visible, organizada. En esa línea, el capítulo final de Juan (Jn 21) es la expresión de una especie de pacto entre la Iglesia del discípulo amado y la Iglesia de Pedro, que se aceptan y reconocen mutuamente.

Es un evangelio espiritual, es decir, intimista, centrado en la experiencia interior más que en la acción social, en la libertad de la fe más que en la organización de la iglesia. La tradición de Jesús, vivida en comunidades de intensa vida orante, se ha mostrado capaz de poner en movimiento unas energías creadoras muy intensas, un gran movimiento de hondura espiritual. En ese contexto, los temas que en otros grupos resultaban centrales acaba siendo aquí muy secundarios: circuncisión o no circuncisión, leyes de alimentos, estructuras sociales… Un grupo de cristianos, reunidos en torno a un personaje carismático al que llaman "discípulo que Jesús amaba" han ido desplegando una experiencia clave de vida espiritual y de misterio, que ellos expresan en forma de meditación sobre Jesús, escribiendo de esa forma su evangelio, en claves simbólicas, intimistas, universales.

(2) Tradiciones y reelaboración.

En su forma actual, el Evangelio de Juan (EvJn) es un texto muy elaborado y teológico, donde Jesús aparece como un “yo divino” (Logos) que se revela y actúa en el mundo. Pero en su fondo conserva tradiciones antiguas, que pueden ser históricamente fiables. Con ellas, y con la propia experiencia de su comunidad (del Discípulo amado), el evangelio de Juan ofrece uno de los textos más apasionantes no sólo del cristianismo, sino de la historia de la humanidad.

Tradición. El EvJn recoge y recrea el recuerdo de las relaciones de Jesús con Juan Bautista (Jn 1, 1-51; 3, 22-27; 4, 1), lo mismo que una serie de recuerdo de Jerusalén y Judea, que aparecen más destacados que en los sinópticos, con insistencia en las fiestas judías, y en un relato de juicio y muerte de Jesús (Jn 18-19), muy cercano al de Mc, de manera que puede suponerse que había una antigua tradición que ha desembocado en ambos. En ese contexto debemos recordar también los siete “milagros”, que el EvJn ha podido tomar, al menos en parte, de un posible texto anterior, para reelaborarlos de modo teológico y catequético: Bodas de Caná (Jn 2, 1-11); el hijo del régulo (4, 46-54); el paralítico de Betesda (5, 1-15); la multiplicación de los panes (6, 1-4); el camino sobre las aguas (6, 16-22); la curación del ciego de Siloé (9, 2-7) y la resurrección de Lázaro (11, 32-45) (En otro contexto se sitúa el “milagro” pascual de 21, 1-8: pesca milagrosa).

Novedad. Desligándose de los grupos que han llevado a la guerra del 67-73 d.C., el autor (autores) de EvJn desarrolla una intensa visión sapiencial (mística) de Jesús, apoyándose en la tradición del “discípulo amado”. Entre los elementos de esa ruptura han de citarse: (a) Una búsqueda de interioridad y libertad. Jesús aparece como signo y principio de un camino de (re-)conocimiento personal, que nos introduce en lo divino. (b) El simbolismo sacramental: Juan reelabora la experiencias judía y cristiana de los sacrificios-sacramentos en línea de iluminación interior. (c) Una cristología alta: Frente a la identificación política de Jesús (en la línea de la guerra del 76-73), EvJn le presenta como presencia divina. Hacia el 90-100 d.C., un redactor retoca y fija unitariamente el texto, al que se añadirán finalmente algunos pasajes (como Jn 21), en la línea de la tradición de Pedro, para que el evangelio sea admitido en la Gran Iglesia.

Estructura 1: Siete semanas. La estructura de EvJn es compleja y puede responder a varios principios, y entre ellos puede estar un despliegue semanal, como suponen muchas ediciones modernas (entre ellas la de la Biblia de Jerusalén), que dividen el evangelio de Jn en siete semanas (días), con un prólogo (Jn 1, 1-18) y un epílogo (Jn 21). Estos serían los “días”: (a) Bautismo y vino mesiánico, Caná de Galilea (1, 19–2, 12). (b) Primera pascua, con nuevo templo y culto (2, 13–4, 54). (c) Segunda pascua: curación del paralítico y pan de vida (5, 2–6, 71). (d) Fiesta Tabernáculos: Jesús luz del mundo (7, 1–9-41). (e) Fiesta de la Dedicación del Templo: Jesús buen pastor que da la vida (10, 1–11, 56). (f) Tercera Pascua, con pasión y muerte de Jesús (12, 1–19, 42). (g) Resurrección y descanso sabático (20, 1-31).

Estructura 2: Un esquema en dos libros. Otros comentaristas suponen que el EvJn consta de “dos libros” básicos, con un prólogo, formado por el Himno al Logos (Jn 1, 1-18). (a) El primero sería el libro de los signos (Jn 1, 19-12, 50), con la revelación de Jesús al mundo. Constaría de trece pasajes: 1. Principio. Jesús y el Bautista (1, 19-51; 2, 1-11). 2. Primer signo en Caná (2, 1-12). 3. Purificación templo (2, 13-22). 4. Diálogo con Nicodemo (3, 1-21). 5. Testimonio de Juan (3, 22-36). 6. Samaria (4, 1‒45). 7. Segundo signo en Caná (4, 46-54). 8. Sábado y paralítico (5, 1-47). 9. Pascua: pan de vida (6, 1-71). 10 Tabernáculos: Agua y luz: (7, 1-8, 59). 11. Dedicación: Hijo de Dios (10, 22-42). 12. Resurrección Lázaro (11, 1-54). 13. Unción, entrada solemne, los griegos (12, 1-50). (b) El segundo sería el libro de la gloria (13, 1-20, 31), revelación de Jesús a su comunidad. Constaría de tres partes: 1. Cena, testamento de Jesús y oración universal (13-17). 2. Pasión y muerte (18-19). 3. Resurrección (Jn 20). El cap. 21 sería un epílogo redaccional tardío.

(3) Clave de lectura: texto del prólogo (Jn 1, 1-18). Pocos textos han sido más y mejor analizados. Se han discutido su estructura primitiva (si contiene un himno más antiguo) y su redacción posterior, su texto y contexto, los influjos orientales y griegos, veterotestamentarios y judíos, filosóficos y religiosos. Se han analizado también una por una sus palabras, de tal forma que el conjunto ha sido objeto de una investigación casi exhaustiva. Teniendo eso en cuenta, aquí sólo ofrecemos unas reflexiones generales que nos permiten descubrir su sentido de conjunto, para así entender mejor el evangelio. En su principio no está la acción irracional, ni la voluntad del poder, ni tampoco el destino u otro tipo de fuerza que se expande por azar, sino la Palabra (Comunicación). No la hemos inventado nosotros, no la hemos creado de la nada sino que nos ha sido regalada: de su don nacemos, hemos brotado de su gracia. Así lo muestra el texto ya citado el principio, que dividimos en tres partes (Palabra en Dios, revelación de la Palabra, encarnación) para comentarlas después una a una:

«(a: Palabra en Dios)

«En el principio era la Palabra y la Palabra era junto (hacia) Dios, y la Palabra era Dios: Todas las cosas fueron hechas por ella, y sin ella no se ha hecho ninguna. Lo que fue hecho era (tenía) vida en ella y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en la tiniebla y la tiniebla no la ha recibido.

(b: Revelación)

Hubo un hombre enviado por Dios, su nombre era Juan Este vino para testimonio, para que diese testimonio de la luz, a fin de que todos creyesen por él. Aquel no era la luz, sino para dar testimonio de la luz. Existía la luz verdadera, que alumbra a todo ser humano, viniendo al mundo. Existía en el mundo, y el mundo fue hecho por ella y el mundo no la conoció. Vino a los suyos y los suyos no le recibieron; a cuantos le recibieron les dio poder para hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre, los cuales ni de la sangre, ni del deseo de la carne, ni del deseo de varón, sino de Dios han sido engendrados.

(c: Encarnación)

Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros y hemos visto su gloria, gloria de Unigénito del Padre, lleno de gracia y verdad. Juan dio testimonio sobre él y gritó diciendo: Éste es aquel de quien dije: el que viene detrás de mí fue hecho antes que yo, porque era primero que yo. Porque de su plenitud todos nosotros hemos recibido, gracia sobre gracia, Pues la Ley fue dada por medio de Moisés, la Gracia y la Verdad fueron hechas por medio de Jesucristo. A Dios nadie le ha visto jamás, el Dios unigénito, que estaba en el seno del Padre, ese nos lo ha manifestado» (Jn 1, 1-18).

(4) El prólogo, comentario (Jn 1, 1-18).

Solemos llamarle prólogo, pero de igual forma podríamos llamarle epílogo o compendio. No es un texto más al lado de los otros, sino la clave hermenéutica o motivo de fondo para entenderlos todos. Tiene, como he mostrado en la traducción, tres partes o temas que se implican y complementan:

(a) Palabra en Dios, Palabra creadora (Jn 1, 1-5).

Desde la oscuridad de Dios se vuelve audible su Palabra. Juan no empieza haciendo especulación: no teje una teoría general sobre el carácter lógico o verbal (de logos o verbum, palabra) del conjunto de la realidad; no tiene intereses especiales en filosofía, ni especula en claves de experiencia mística. Eso lo han hecho otros, buscando a tientas el misterio original, como suponía Pablo en Hechos 17, 27. Juan ofrece el testimonio de su comunidad cristiana y dice: y la Palabra se hizo carne.... Quien ha encontrado a Jesús, quien ha descubierto su gracia y verdad, sabe que el principio de todo es la palabra. Ese principio (arkhê) es el límite y fuente de silencio de todo lo que existe. Pues bien, sobre ese silencio fontal emerge la Palabra. La Palabra está vuelta o dirigida (pros) hacia Dios: se da por supuesto que viene de él; se añade aquí que mira a lo divino; eso supone que no se desliga de Dios ni se independiza, tomando una existencia separada. La Palabra era Dios. Sujeto es la Palabra (ho logos); predicado es Dios (Theos sin artículo).

Esta distinción y relación entre el Dios (que aparecerá como Padre) y la Palabra/Dios (que se mostrará cómo es Hijo en Jesús) adquiere todo su sentido al fin del texto (Jn 1,14.18). Aquí está simplemente evocada. Es claro que a este nivel (sin referencia a Jesús) se pueden hacer y se han hecho mil especulaciones sobre la relación que hay entre Dios (entendido como persona) y la Palabra (vista como inteligencia originaria o facultad de auto-expresión).

Una parte considerable de la filosofía y pensamiento religioso de aquel tiempo (platónicos y estoicos, judíos helenistas con Filón los gnósticos o herméticos) quisieron entender y resolver este misterio. Juan no lo resuelve, sino que se limita a ofrecer el testimonio de Jesús, contando su historia, la Historia encarnada de Dios, que empieza apareciendo como Palabra creadora. Así se dice que todas las cosas fueron hechas por ella (di’ autou), es decir, a través de la Palabra. Pero ella no ha quedado simplemente fuera, dejando que las cosas vaguen y se pierdan a su acaso (a su antojo), sino que, formando parte del misterio de Dios), la Palabra se halla dentro de las mismas cosas, como Vida que alienta en ellas, a pesar de que ellas (como tiniebla) no quieran recibir su luz.

En este contexto se entienden los tres grandes símbolos: la Palabra (llamada creadora) es Vida (existencia interior) y nos conduce a la Luz. En el camino que va de la Palabra creadora, por medio de la Vida, que es su expresión concreta, hacia la Luz, que es la expresión gozosa de aquello que somos, viene a situarnos el texto. Pues bien, ese Dios de la Palabra (comunicación creadora) ha querido introducirse en la Tiniebla de aquellos que no le reciben para transformarles en amor; éste es el tema de todo el Evangelio de Juan. Dios se manifiesta y actúa como divino (phainei: brilla) precisamente allí donde los hombres no le acogen; expande su misterio, ofrece su Palabra (hecha Vida, abierta en Luz) a pesar de que los hombres prefieran encerrarse en su propia oscuridad, convirtiéndose en tiniebla.

(b) Revelación de la Palabra: historia de la luz (Jn 1, 6-13).

En este contexto, para introducir la historia de Jesús, siguiendo la tradición de los sinópticos, el evangelio empieza hablando de Juan Bautista, condensando todo el Antiguo Testamento (Ley y Profetas) en la figura del Bautista, al que presenta como enviado de Dios para dar testimonio de la Luz (es decir, de Cristo). Así presenta la “historia de la luz”, tal como ha sido testimoniada en Israel, la historia de la revelación.

Luz eterna, luz revelada (Jn 1, 9-10). Ella aparece con los rasgos que tenía la Palabra: brilla y actúa, es mediadora de la creación, de modo que las cosas surgen porque Dios las ilumina. La Luz existe (y alumbra a los hombres) viniendo (Jn 1, 9): ella misma viene, brilla siempre y al brillar (expandirse) hace posible que las cosas broten. Esta es la paradoja: sólo porque hay Luz irradiante surgen cosas, tienen sentido los humanos… Y sin embargo, los mismos que nacen de esa Luz pueden rechazarla, es decir, no conocerla (Jn 1,10: equivalente al no recibirla de 1,5).

Luz que viene, Luz negada (1,11-13). Como sabe la tradición deuteronomista (y como han destacado los apocalípticos*), la historia de la humanidad es un derroche de la luz de Dios, que sigue alumbrando, incluso allí donde los hombres prefieran la tiniebla. En el fondo de esa historia viene a iluminarse la experiencia de un Dios suplicante que pide y no le acogen, que quiere alumbrar y no le dejan. Esta debilidad del Dios que se abre al fracaso de la comunicación y sigue comunicando amor (Palabra, Vida, Luz) donde le expulsan y niegan constituye el centro de la revelación cristiana.

(c) Encarnación de la Palabra (Jn 1, 14-18).

Juan abandona aquí el lenguaje anterior, de tipo filosófico/religioso, que podría entenderse desde el entorno cultural (helenismo, judaísmo sapiencial, gnosis...) y expresa su mensaje de manera específicamente cristiana, diciendo de manera lapidaria que la Palabra se hizo Carne (Jn 1,14). Se dijo antes que ella “era” (ên) siempre en lo divino (Jn 1,1). Ahora se añade que se ha hecho (egeneto): ha entrado en el tiempo, volviéndose historia, humanidad concreta. Sólo así, en el momento de total encarnación (cf Flp 2, 1-11), la Palabra y Dios reciben nombres personales: la Palabra será Unigénito (Jesucristo), Dios aparece como Padre.

De esa manera se cumple el testimonio de Juan Bautista, y pasamos de la Ley de Moisés a la Gracia/Verdad de Jesús, del Dios desconocido (¡nadie le ha visto!) al Dios conocido en Jesús. Al llegar al final del camino (Dios se ha revelado en Jesús), podemos invertir la dirección: Sólo en Jesús que es Dios/Unigénito, podemos conocer y conocemos al Padre. Antes no le habíamos visto. Podíamos especular sobre su Palabra/Vida/Luz, pero desconocíamos su contenido. Sólo ahora, viendo a Dios en Cristo podemos afirmar que conocemos su misterio como Padre.

Sólo ahora podemos trazar los dos caminos que definen y enmarcan el mensaje de la Iglesia cristiana: hay un camino descendente, que nos lleva de Dios a Jesús; pero hay también un camino ascendente, que nos lleva de Jesús al Padre. En el lugar donde se unen ambas líneas (descenso y ascenso) hallamos que Jesús es carne de Dios dentro de la historia. Bien situado en su contexto cultural, el evangelio de Juan ha tomado en lo externo un camino descendente, por motivos de diálogo y misión, ha empezado hablando del Dios-Logos que se comunica a los hombres. Pero después, desde la experiencia de la iglesia, toma el camino que lleva de Jesús al Padre, escribiendo de esa forma un evangelio de Jesús, revelador de Dios. Éste es el sentido de toda su obra.

Entre los comentarios:
R. E. BROWN, El evangelio según Juan I-II. Cristiandad, Madrid 1979 (22002);
R. SCHNACKENBURG, El evangelio según san Juan I-III, Herder, Barcelona 1980;
J. MATEOS y J. BARRETO, El evangelio de Juan. Análisis lingüístico y comentario exegético, Cristiandad, Madrid 1979;
X. LEÓN-DUFOUR, Lectura del evangelio de Juan I-IV, Sígueme, Salamanca 1992-98.

Cf. también R. E. BROWN, La comunidad del discípulo amado. Estudio de la eclesiología juánica, Sígueme, Salamanca 1987; C. H. DODD, La Tradición histórica en el cuarto Evangelio, Cristiandad, Madrid 1977; Interpretación del cuarto evangelio, Cristiandad, Madrid 1978; S. VIDAL, Los escritos originales de la comunidad del Discípulo “amigo” de Jesús, Sígueme, Salamanca 1997

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