Vida de Jesús 3. Creyentes y no creyentes ante Jesús, una historia interpretada

Sabemos bastantes cosas de Jesús, pero lo que sabemos nos lleva a plantear nuevas cuestiones que no se pueden resolver de manera puramente histórica (es decir, en un nivel de ciencia), sino que nos sitúan, al mismo tiempo, ante un plano de “interpretación”, es decir, de hermenéutica (de fe o no fe), tal como han puesto de relieve los grandes filósofos, que vienen tratando del tema desde F. Schleiermacher (principios del siglo XIX) hasta H. G. Gadamer (siglo XX). No hay ciencia sin interpretación (hermenéutica) y viceversa: No hay verdadera interpretación sin base científica.
Cf. G. Theissen, La religión de los primeros cristianos (Sígueme, Salamanca 2002) y Erleben und Verhalten der ersten Christen. Eine Psychologie des Urchristentums (Gütersloher V., Gütersloh 2007), donde recoge los elementos básicos del movimiento de Jesús desde la psicología, sociología y exégesis del Nuevo Testamento.
Cuestiones básicas
En un ese plano hermenéutico (que, como digo, resulta inseparable de la crítica histórica, aunque la desborda), emergen y se plantean algunos temas que son básicos para la fe y la vida de millones de personas: (a) ¿Cómo se relaciona Jesús con el posible Dios a quien él apelaba? (b) ¿Cómo se entronca su vida y mensaje con la historia de Israel y el futuro de la humanidad? (c) ¿Cómo se relaciona su vida y su muerte con el movimiento cristiano, en sentido histórico y teológico?
Esas tres cuestiones, y otras semejantes, desbordan el nivel de la pura ciencia histórica, pero se relacionan con ella. En las reflexiones que siguen he debido mezclar ambos niveles, sabiendo que son distintos, pero que no pueden separarse nunca del todo, al menos en el caso de Jesús, tal como ha mostrado, por ejemplo, G. Theissen en el conjunto de su obra y, de un modo especial, en sus últimos tratados . Desde ese fondo puedo y debo fijar algunos “presupuestos” que se aplican al estudio de Jesús:
a. No existe una “historia pura” (Historie) de Jesús, sin interpretación (Geschichte). Nadie conoce a Jesús “a secas” (como puro dato), sino sólo desde un horizonte hermenéutico, pues no hay dato sin comprensión (es decir, sin un tipo de interpretación), como sabe bien la ciencia (partiendo de la física atómica). En ese contexto, todos los datos que sabemos de Jesús están “interpretados”, de manera que puede (y debe) haber una disputa o diálogo de interpretaciones, que están relacionadas no sólo con la “fe” o presupuesto hermenéutico de los diversos lectores (o comunidades de lectores), sino con la misma valoración de los “datos” históricos. Éste motivo aparece desde el comienzo de la historia cristiana, como lo muestran ya los evangelios (que ofrecen varias interpretaciones de Jesús, desde dentro y desde fuera del círculo de sus seguidores, como lo muestra la controversia sobre los exorcismos de Mc 3, 20-30 par)) y en la misma correspondencia de Pablo (que ofrece el testimonio de varias interpretaciones de Jesús).
b. Podría haber una interpretación mítica de Jesús, sin “historia de fondo”, es decir, una interpretación que niegue el valor histórico de todos los posible “datos” que se han ofrecido sobre Jesús, negando incluso su misma existencia. En ese caso, la figura de Jesús sería un puro mythos, un símbolo “historizado”, como puede suceder con Krisna, en la religión hindú, de manera que todas las “biografías” sobre Jesús (empezando por la que está en el fondo de Pablo o en Marcos) serían “invenciones” de creyentes, que proyectas du fe (mito) sobre un tipo de figura histórica inventada. Esa postura no es imposible, pero es muy difícil de mantener, de manera que actualmente muy pocos los que niegan la existencia de Jesús, aunque debamos tener en cuenta su postura .
c. No puede haber una “fe” o interpretación cristiana de Jesús sin fondo histórico, pues ello iría en contra del cristianismo, ya que los cristianos afirman que se fe (su interpretación de la vida) resulta inseparable de la historia y de la vida de Jesús. En ese sentido debemos afirmar que el cristianismo es heredero del judaísmo, que se define como una “interpretación teísta de la historia”, en contra de las religiones orientales que podrían definirse como una “interpretación sagrada de la interioridad” (o del mismo cosmos). Frente al “símbolo” del eterno retorno sagrado de la realidad (M. Eliade) o de la “identidad sagrada” del arquetipo humano (C. G. Yung), los cristianos afirman que el mismo Jesús histórico es el Hijo de Dios (es decir, el Mesías) de la humanidad. Por eso, si se demostrara que Jesús no ha existido (o que la figura que de él ofrece el Nuevo Testamento es radicalmente falsa) no podría haber cristianismo (al menos en su forma actual). En ese sentido, el cristianismo opta por lo más difícil, interpretando al mismo Jesús de la historia como Cristo de la fe.
d. Los datos históricos de Jesús que exige (implica) el cristianismo varían mucho, tanto en el NT como en la teología posterior. Así Pablo concede menos importancia (o casi ninguna) a muchos datos de la historia de Jesús (centrándose sólo en el hecho de su muerte mesiánica). Por el contrario, Marcos interpreta la misma historia “mesiánica” de Jesús, desde su bautismo hasta su muerte, como historia “teológica” del Hijo de Dios, como indicaremos. Esa diferencia de postura sigue existiendo en la actualidad. Muchos cristianos de tipo existencialista y desmitificador como Bultmann tienden a pensar que sólo importa el “dass” de Jesús, es decir, el hecho de que vivió y murió, pudiendo ser interpretado como “palabra” de Dios. Otros, en cambio, piensan que para ser cristianos debemos saber y aceptar muchas más cosas de Jesús, en la línea de Marcos y de los otros evangelios, de forma que el cristianismo es para ellos la comprensión y actualización litúrgica-eclesial de los “misterios de la vida” de Jesús.
Decisión de la Iglesia. La fe no puede separarse de la historia
Eso significa que, tanto en un plano de interpretación creyente como de estudio histórico de la vida de Jesús, tenemos que vincular elementos científicos y hermenéuticos, el estudio de los hechos y su interpretación, de manera que no tenemos un único acercamiento a Jesús, sino varios. En este campo, en contra de sus detractores, debemos recordar que el cristianismo eclesiástico (la Gran Iglesia) ha optado por la decisión más “arriesgada” y difícil, oponiéndose a las tendencias gnósticas del siglo II-III, que pudieron haber terminado diluyendo la “historia de Jesús”, para convertirle en un puro símbolo de la interioridad o de la “historia trágica” y de la “redención” del alma, en la línea de algunas formas de hinduismo, sin necesidad de historia real. En contra de eso, el cristianismo eclesiástico ha defendido y sigue defendiendo la identidad de base entre el Cristo de su fe y el Jesús de la historia.
Un cristianismo gnóstico no necesitaba “figura real” de Jesús, ni el correctivo de la historia. A los “espirituales del conocimiento” les bastaba el Cristo interior, un tipo de figura divina que los hombres y mujeres llevan en el fondo del alma y que ellos deben “despertar” (despertarse y conocer) para volver a lo divino. Según la visión de los gnósticos más radicales, Jesús no necesitaba haber existido; lo que importa es el Cristo interno y eterno que encontramos (que debemos desvelar) en el fondo del alma, como expresión de un tipo de identidad sagrada y universal de la vida.
Pues bien, en contra de eso, la Gran Iglesia, empezando por los redactores de los evangelios (a partir de Marcos), ha optado por mantener e interpretar la “historia” de Jesús, identificando así la religión (el cristianismo) con una interpretación “teísta” (religiosa) de la historia real de Jesús, de su mensaje concreto y de su muerte. En ese sentido, la “experiencia” de la Pascua se entiende como valoración religiosa (divina y humana) de la historia de Jesús, no para negar o destruir su realidad, sino para poner de relieve su sentido más hondo. La experiencia pascual de los cristianos no implica una huída de la historia (negar la historia, para quedarnos con el Cristo eterno de la fe), sino un descubrimiento del valor “transcendente” (definitivo, mesiánico) de la historia de Jesús.
En esa línea, la Gran Iglesia, con sus posibles riesgos posteriores, sigue manteniendo la necesidad de un estudio crítico de la historia de Jesús, pues sólo conociendo de un modo básico lo que Jesús fue, lo que dijo y buscó, la forma en que murió, ella puede afirmar que Jesús (este Jesús concreto) es el Cristo. En esa línea podemos añadir que el estudio de la figura histórica de Jesús es muy importante para la ciencia, que trata de entender todas las cosas observables del mundo; pero es aún mucho más importante para la fe de una Iglesia que sigue afirmando que Jesús es Cristo. Podría haber ciencia sin historia de Jesús. Pero no puede haber iglesia, ni cristianismo en su forma actual, sin un estudio y aceptación del Jesús de la historia, tal como lo pusieron de relieve los evangelios, en la segunda mitad del siglo I dC.
Puede haber historia sin fe en Jesús; pero no puede haber fe en el Jesús cristiano sin afirmación de su historia. En ese sentido, a diferencia de lo que puede suceder en otras religiones (especialmente en las orientales), la misma verdad del cristianismo exige un estudio de la historia de Jesús, como seguiremos indicando.