(Vigil 4) Todas las religiones son verdaderas (… y falsas)

Después del “paréntesis” sobre la eucaristía (cara al pueblo, de espaldas… ¿qué es la eucaristía?) vuelvo al tema del diálogo de religiones, de la mano de J. M. Vigil, cuyo libro sigo resumiendo y comentando, fijándome hoy en el tema del cap. 16: todas las religiones son verdaderas… y falsas. Quiero volver sobre el tema en los próximos días. Hoy dejo a mis lectores con Vigil. Me gustaría que tomen distancia, que no busquen soluciones rápidas, que dejen que el mismo texto les interrogue y enriquezca. Al final, cuando Vigil apela con más fuerza a la teología de Queiruga, he querido dejaros directamente con una página de Queiruga que, Dios mediante, volveremos a presentar, la próxima semana. No voy a opinar, las opiniones son vuestras.

VER

Todas las religiones han sido exclusivistas
La historia universal testimonia que las religiones
, prácticamente todas, afirman lo contrario de lo que pretendemos afirmar nosotros. Es un hecho llamativo que toda religión conocida se considera a sí misma como «la» religión, como «la religión verdadera», frente a todas las demás, a las que considera religiones «falsas», o tal vez como religiones que no son siquiera religiones, sino sucedáneos de religión: «creencias», supersticiones, pensamiento mágico, tradiciones culturales religiosas…

Así considera la misma Dominus Iesus, de fecha 16 de junio de 2000, a las religiones no cristianas: «Debe ser firmemente tenida en cuenta la distinción entre la fe teologal y la creencia en las otras religiones. Si la fe es la acogida en la gracia de la verdad revelada, que permite penetrar el misterio, favoreciendo su comprensión coherente, la creencia en las otras religiones es esa totalidad de la experiencia y pensamiento que constituyen los tesoros humanos de sabiduría y de religiosidad, que el hombre, en su búsqueda de la verdad ha ideado y creado en su referencia a lo Divino y al Absoluto» (nº 7).

No sólo la cristiana
Los cristianos podemos pensar que sólo nosotros experimentamos estas situaciones, pero no es así: En la religión Krishna se piensa que su dios «es el mismo que adoran los cristianos, los budistas y los musulmanes. Lo que sucede es que los creyentes de estas religiones no conocen el nombre del verdadero Dios, que es Krishna».

Como dice el Corán, el Islam es la única religión verdadera, completa, definitiva y universal. Entre los musulmanes se está dando el fenómeno del inclusivismo, por el que a las otras religiones se les considera en el fondo una participación de la realidad salvífica musulmana. «El musulmán es heredero de una tradición que, desde el Corán, hace del Islam la ‘religión de la naturaleza humana’, en el sentido de la afirmación de una tradición del Profeta: ‘Todo recién nacido nace musulmán por naturaleza; son sus padres los que lo convierten en judío o en cristiano’. Ésta es una profunda convicción de todos los musulmanes de todos los tiempos, reforzada más aún por las tendencias racionalistas del islam moderno: ‘El islam, religión de la razón’; afirmación que alude a la simplicidad de su dogma y a la sobriedad de su culto»

.La Nueva Era piensa que el Cristo de los cristianos sólo es una más de las muchas personalidades en que se ha encarnado la energía. Buda, Krishna, Mahoma... son otras encarnaciones de esa energía.

En Japón se dice que «todos los caminos llevan al Fuji», como en muchos lugares cristianos se dice que «todos los caminos llevan a Roma». El sutra de la flor de Lotus es tal vez el sutra más importante del budismo Mahayana. Enseña que el budismo es el único camino –aunque se presente de diferentes formas- a través del cual todos los seres pueden llegar a la salvación. El sutra del Lotus Sublime enseña que todos los seres tienen en sí la naturaleza de Buda, y todo lo que existe y acontece está misteriosamente relacionado. Si conociéramos mejor las religiones, probablemente podríamos encontrar muchos más datos para avalar estas afirmaciones. Cada religión cree, pues, ser el centro del mundo , el centro único, obra de Dios (no obra humana) , obra única de Dios (no una religión más entre otras muchas), comunidad elegida (la privilegiada entre todas las demás)cargada con el honor y la responsabilidad de estar llamada a salvar al mundo…

JUZGAR

En primer lugar, cabe pensar que si todas las religiones pretenden ser «la religión verdadera», este dato desacredita en principio esta pretensión común a todas. Porque si todas dicen ser «la única verdadera», es lógico pensar que todas estén equivocadas (o «todas menos una», aquella que fuese efectivamente «la religión verdadera»). Es decir, de entrada sentimos una fuerte sospecha hacia esta pretensión de las religiones. Escuchando a una sola religión podríamos tal vez acoger su pretensión de ser «la verdadera»; escuchando a muchas religiones que tienen la misma pretensión, ya comenzamos a sospechar vehementemente de la veracidad de su pretensión.

Una primera respuesta a esta sospecha es: ¿será esa pretensión de superioridad y de exclusividad un «mecanismo espontáneo y natural» de la religión? Ya lo hemos dicho: el exclusivismo es un mecanismo natural y espontáneo, porque, entre otras razones, responde a la estructura misma del conocimiento humano, que está obligado a partir de sí mismo como centro de su propia experiencia de la realidad. Lo que ocurre a escala personal individual ocurre también, paralelamente, a escala de colectivo humano, de sociedad, de cultura y de religión. Si así es, esta pretensión de unicidad de las religiones debe ser mirada con cierta dosis de benevolencia y comprensión, sin dar necesariamente valor de objetividad a la pretensión de cada una, considerándola más bien como un mecanismo natural, como una distorsión óptica explicable, que debe ser entendida como un lenguaje de autoafirmación, y no como una afirmación de carácter realmente absoluto.

Ahora estamos en condiciones de hacer la afirmación central que da título a esta lección: todas las religiones son verdaderas. El fundamento de esta afirmación hay que buscarlo en un nuevo concepto de revelación- Todas las religiones son búsqueda de
Dios por parte del ser humano. Y por otra parte, Dios está a la búsqueda de todos los seres humanos, de todos los pueblos, a los que busca comunicarse lo más posible, con la mayor intensidad posible. Por eso, en todas las religiones hay presencia de revelación. La historia religiosa de cada pueblo es un proceso de revelación donde se da inevitablemente una presencia de verdad y santidad. Y «si hay verdad y santidad en las religiones, ello significa directa e inmediatamente que los hombres y mujeres que las practican se salvan en y por ellas; no a simple título individual, ni –menos aún-, al margen ni a pesar de ellas. Dios se está revelando y ejerciendo su salvación en todas y cada una de las religiones, sin que nunca ningún hombre o mujer hayan estado privados de la oferta de su presencia amorosa» (cf. TORRES QUEIRUGA, A., La revelación de Dios en la realización del hombre, Cristiandad, Madrid 1987, 32; id., Del terror de Isaac al Abbá de Jesús. Hacia una nueva imagen de Dios, Verbo Divino, Estella 2000, pág. 295 ).


ACTUAR


.Una primera consecuencia teórico-práctica es la de la revisión del concepto de la absoluticidad y la unicidad que las religiones pretenden. Esa exigencia de absoluticidad ha sido como una exigencia de seguridad que el espíritu humano ha dirigido siempre a la religión y que ésta ha respondido no sin imaginación y buena voluntad. Desde la antigüedad, el ser humano ha necesitado un punto absoluto de referencia para la composición de su propia conciencia humana, un punto que le diera total seguridad, y ese punto es lo que las religiones han denominado con la sagrada palabra «Dios».

• Una segunda consecuencia es la de la complementariedad de las religiones. La verdad y la revelación se dan en todas las religiones; entonces, en todas ellas podemos encontrar algo positivo, y de todas ellas podremos aprender. De aquí se sigue una consecuencia obvia: las verdades no se oponen ni se restan, sino que se suman, convergen, se complementan. Las religiones se complementan, deben complementarse. No son ni deben ser miradas como verdades disyuntivas (o una u otra), sino como verdades complementarias (una y otras, todas, llamadas a completarse). Demos un paso más: la complementariedad se da no sólo porque todas las religiones son verdaderas, sino también porque ninguna religión es perfecta e imperfectible, como si todo lo hubiera captado y nada tuviera que aprender. «No podemos pretender que una religión tenga la verdad totalmente, ni encasillar a Dios en una determinada religión. Hemos de «dejar a Dios ser Dios», por encima de nuestras categorías y definiciones. Porque en la medida en que renunciemos a poseerlo, lo encontraremos como Dios verdadero. El verdadero Dios nunca es «a nuestra medida»… Nadie posee la verdad completa. Sólo Dios» (Mons. A. PETEIRO FREIRE, A., Arzobispo de Tánger en «Vida Nueva» (Madrid) 2308 (diciembre 2001) 50.

Más concretamente: «la doctrina cristiana de la Trinidad necesita la insistencia islámica en el monoteísmo; el vacío impersonal del budismo necesita la experiencia cristiana del Tú divino; la enseñanza cristiana sobre la distinción entre lo absoluto y lo finito necesita la visión hindú sobre la no dualidad entre Brahma y atman; el contenido profético-práctico de la tradición judeocristiana necesita la acentuación oriental de la contemplació ny del actuar sin perseguir la eficacia. Estas contrastantes polaridades no se cancelan unas a otras, como el día no suprime la noche, o viceversa. Por eso es por lo que las religiones deben darse testimonio unas a otras, en su diversidad, de manera que puedan llegar a su plenitud» (KNITTER, P., No Other Name?, 221).
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En el origen mismo de la Biblia, el papel jugado por Moisés es actualmente interpretado como un papel de fusión y de relectura de tradiciones. El Dios que invoca Moisés es «el Dios de los Padres», que eran tradiciones religiosas dispersas de los patriarcas. La Biblia subraya la influencia de los madianitas en la nueva experiencia formulada por Moisés. Cazelles y Van der Born sugieren que «parece que Moisés no hace ninguna distinción entre su Dios y el de los madianitas». Pero, aún más allá, Moisés está inserto en el mundo religioso-cultural del Antiguo Oriente. «Sin ceder a las exageraciones de la Escuela histórica de las religiones, que pretendía hacer del yavismo una simple derivación de este mundo oriental, tampoco parece aceptable el cliché, tan extendido, del carácter enteramente secundario de las tradiciones en torno al tema de la creación en la Biblia» (TORRES QUEIRUGA, A., La revelación…, 65-66).
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De hecho, todas las religiones son el resultado de una lenta conjunción de tradiciones diversas que han ido fraguando en torno a un Núcleo Originario que les da su identidad. Con el paso del tiempo, el horizonte se va ampliando y profundizando, propiciando una síntesis que aglutina unos elementos que originariamente estaban dispersos. De este
modo las tradiciones precedentes no se pierden ni se diluyen, sino que se integran en un todo más amplio y son portadoras de los matices que alimentaron en su momento la experiencia religiosa de múltiples personas y generaciones» (MELLONI, J., El Uno en lo múltiple, Sal terrae, Santander 2003, 62). .

• «Inreligionación» e interreligiosidad.

Andrés Torres Queiruga ha sugerido este término nuevo que se está difundiendo, recibiendo una acogida general que muestra el acierto con que expresa una realidad. Nos resulta extraño, y al principio suena incluso como poco estético, pero cuando se explica capta la aceptación general. Andrés lo propone como paralelo al término «inculturación». Ésta es un concepto proveniente de la antropología cultural, que se refiere a una dimensión de la que la Iglesia se ha hecho más y más consciente en los últimos decenios. Se puede decir que ya es patrimonio común en el cristianismo la distinción entre fe y cultura, y la afirmación clara de que el Evangelio y la fe son supraculturales y no están ligados a ninguna cultura, por lo que al ser acogidos en sociedades o comunidades humanas de otra cultura, el Evangelio y la fe han de ser «inculturados», traducidos, leídos desde la nueva cultura. Algo paralelo o análogo puede y debe ocurrir con la fe. La religión, como la cultura, es siempre una vivencia y una experiencia «interpretada». No es que, por una parte, el sujeto vive la experiencia religiosa, y por otra la expresa luego en palabras y conceptos (que pertenecen a una cultura), no. La realidad es que la misma vivencia de la experiencia es en sí misma interpretación, y no puede darse sino por la mediación de las categorías y conceptos religiosos del sujeto que la vivencia. No existe la experiencia religiosa pura, anterior o al margen de toda religión o cultura. La cultura y la religión del sujeto forman parte necesariamente de su experiencia religiosa. Ello significa que cuando un anuncio religioso nuevo llega a una persona, aquel será recibido por ésta en y a través de su sensibilidad religiosa. Deberá ser traducido e interpretado desde las categorías religiosas de la persona (o comunidad) que recibe. Será «inreligionado». Esto no es un problema teórico, sino muy real, actual, que está continuamente en curso. A esta altura de la planetización del mundo, todas las religiones han entrado en contacto y no pueden evitar ya el vivir en contacto permanente. El aislamiento en que han vivido durante milenios ha sido enteramente superado en muchas partes del planeta. La mutua presencia, la permanente exposición recíproca, la convivencia continua, ofrecen y hasta obligan a un intercambio inevitable. Se está dando un entrecruzamiento, una fecundación mutua permanente. Hace varias décadas que los cristianos occidentales están siendo influenciados por las religiones orientales, por el hinduismo principalmente. Lo mismo se podría decir, a la inversa, de las demás grandes religiones del mundo. Todo esto es un fenómeno de mutua «inreligionación» a nivel mundial.

Texto clave de Queiruga

((Desde ese momento, Vigil sigue a Queiruga. Por eso prefiero citar directamente el texto de Queiruga, que recoge algunas de las cosas que ya hemos visto en Vigil. Volveremos a estudiar el tema en la próxima semana)):


(Todas las religiones son verdaderas) Reconocer que hay «verdad y santidad» en las demás religiones significa, directa e inmediatamente, que los hombres y mujeres que las practican se salvan en y por ellas, no a pesar de ellas. Lo cual, a su vez, supone un giro de 180 grados en la perspectiva, pues equivale a decir que Dios está revelándose y ejerciendo su salvación en todas y cada una de las religiones, sin que nunca ningún hombre o mujer hayan estado privados de la oferta de su presencia amorosa... Si Dios se revela a todos, entonces todas las religiones son reveladas y, por tanto, en esa misma medida, verdaderas. Conclusión que, de entrada, puede producir sorpresa y que acaso suscite en algunos una cierta reacción de rechazo. De hecho, no puede aceptarse desde los presupuestos anteriores y sería, por ejemplo, intolerable para un medieval. Sobre todo, porque el Medievo carecía de la conciencia viva y efectiva de la historicidad, tanto general como bíblica... Es decir, no se percibía de manera temática el hecho fundamental de que ser «verdadero» no implica ser «perfecto». Pero, una vez que se percibe, eso vale para las demás religiones lo mismo que para la Biblia. Las religiones, evidentemente, no son perfectas. Pero ello no impide a ninguna -igual que no se lo impide a la bíblica- ser verdadera en la medida precisa, pero real, en que logra captar, expresar y vivir la presencia viva, reveladora y salvadera, de Dios en ella. Parece una obviedad y casi una tautología que no dice nada; y, sin embargo, implica un cambio radical de actitud. Porque ahora, al comparar entre sí las religiones, ya no puede tratarse de una dialéctica entre lo verdadero y lo falso, entre lo bueno y lo malo, sino, en todo caso, entre lo verdadero y lo más verdadero, entre lo bueno y lo mejor. Todas las religiones son verdaderas, aunque no todas ellas lo sean en el mismo grado, como tampoco lo es cualquier elemento dentro de cada una de ellas.
(Gratuidad y diálogo. De la inculturación a la inreligionación). Las «grandes» religiones lo son, justamente, porque han reconocido de manera expresa esta vocación universal. Ya en Israel, los profetas lucharon contra todo intento de apoderarse de la «elección» como de un bien particular... Cada religión tiene pleno derecho a considerar propio todo lo que las demás han descubierto: «su» verdad es «mi» verdad, como la mía es la suya, porque en realidad es la «verdad de Dios para todos». En definitiva, la verdad religiosa es siempre el reflejo de la plenitud de Dios en el espíritu del hombre, plenitud a la que por nuestra parte sólo puede responder la búsqueda conjunta, fraternal y compartida de todos, recogiendo los fragmentos de una verdad que, difractada en la finitud, está destinada a todos... Una consecuencia inmediata es la de un nuevo talante en el encuentro real de las religiones. Todavía quedan en el inconsciente colectivo fuertes restos de un estilo concurrente que, de manera espontánea, asume que acercarse a otra religión, significa sustituir con nuestra verdad la suya propia; en definitiva, anularla como tal religión «convirtiéndola» en la nuestra. El mismo tema de la inculturación, que supuso un indudable y enorme avance en muchos aspectos, suele partir de este supuesto: en última instancia, debemos respetar la cultura, pero sustituir la religión. Pero ya se ve que eso es todavía un resto del paradigma anterior. Si de verdad se acepta que esa religión es «verdadera», es decir, camino real de salvación, no tiene sentido suprimirla: equivaldría a borrar o anular una presencia real de Dios en el mundo. Resulta obvio que no puede tratarse de eso (y seguramente nadie pretende tal cosa): si se cree poder aportar algo a otra religión, sólo cabe pensar en conservarla enriqueciéndola... y de acoger en nuestra religión los elementos valiosos que nos llegan de otra, pero que remiten a la común Realidad Divina. Por eso he procurado hablar de inreligionación: igual que, en la «inculturación», una cultura asume riquezas de otras sin renunciar a ser ella misma, algo semejante sucede en el plano religioso...
(Texto impreso en El diálogo de las religiones, Cuadernos FyS, Sal Terae, Santander 1992, 35-36. Edición virtual en http://servicioskoinonia.org/relat/241.htm.).


Bibliografía recomendada

KNITTER, Paul F., Jesus and the Other Names, Orbis, Maryknoll 2001.
KÜNG, H., El cristianismo y las grandes religiones, Cristiandad, Madrid 1986.
ROBLES, Amando, Repensar la religión, de la creencia al conocimiento, EUNA, San José de Costa Rica, 2001.
TORRES QUEIRUGA, A., El diálogo de las religiones en el mundo actual, en J. GOMIS (org.), El Vaticano III. Cómo lo imaginan 17 cristianos, Herder-El Ciervo, Barcelona 2001, p. 67-84.
TORRES QUEIRUGA, A., Cristianismo y religiones: «inreligionación» y cristianismo asimétrico, «Sal Terrae» 997 (enero 1999) 3-19; RELaT nº 241
TORRES QUEIRUGA, A., El diálogo de las religiones, Sal Terrae, antander 1992, 40 pp.
TORRES QUEIRUGA, A., La revelación de Dios en la realización del hombre, Cristiandad, Madrid 1987, 505 pp
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