El maniqueísmo (F. Bermejo y J. Montserrat).

Hoy quiero presentar dos obras esenciales sobre Mani y el Maniqueísmo: F. Bermejo, El maniqueísmo. Estudio Introductorio (Trota, Madrid 2008); F. Bermejo y J. Montserrat, El maniqueísmo. Textos y fuentes (Trotta Madrid 2008).

Estas dos obras son la mejor introducción que existe actualmente sobre el tema, no sólo en lengua castellana, sino en todas las lenguas. Nunca se había publicado una visión de conjunto del maniqueísmo como la que ofrece Bermejo. Nunca se habían recogido los textos maniqueos como hacen Bermejo y Montserrat. Estas obras son sencillamente necesarias para los que quieren conocer el tema. Yo me limito a ofrecer aquí una introducción a su lectura.
MANI
fue un fundador religioso, de origen judeo-cristiano, que nació en la región de Babilonia, dentro del imperio persa, en torno año 216 d.C. Parece que se llamaba algo así como Curbicus o Curbicius, pero en un momento dado recibió el nombre de Mani Hayya, que significaría «Recipiente o Vaso de la Vida» (del que proviene el término Maniqueo). De esa manera ha sido recordado como Vaso o Recipiente de la Vida de Dios, es decir, como Mani, aquel que ha recibido la revelación definitiva. Fue en su origen un judeo-cristiano, pero no de tipo legalista (además,era persa, es decir, mesopotamiono, no judío de origen), sino gnóstico. En esa línea tendía a rechazar el Antiguo Testamento, porque le parecía demasiado vinculado a la materia, y buscaba un Dios más alto, de tipo interior, más allá de este mundo.
Vivió en un tiempo y lugar donde se mezclaban y vinculaban diversas tendencias religiosas que contenían elementos judíos, cristianos, budistas y zoroastristas, aunque los más importantes en su vida parecen haber sido los elementos cristianos, lo que explica la importancia que en ella ha tenido Jesucristo, de quien se considera sucesor y enviado (apóstol de Jesucristo, lo mismo que Pablo, a quien admira e imita).
Babilonia (centro del imperio persa) era una encrucijada de movimientos sacrales e iglesias, donde junto a Zoroastro influían esquemas religiosos orientales (hinduismo, budismo), judíos y cristianos, en línea ortodoxa o heterodoxa. En ese contexto, Mani, hombre de gran cultura espiritual, se sintió inspirado por Dios para unificar las religiones. Perteneció a una comunidad cristiana de tipo elcasaíta, que vinculaba rasgos tradicionales del judaísmo (bautismos de purificación), con un tipo de rechazo del Antiguo Testamento y de los valores de la creación, considerada perversa (en una línea que puede estar influida por Marción).
1. Una experiencia fundacional.
En el centro de la vida de Mani encontramos, según la tradición, dos experiencias básicas. La primera habría sucedido cuando él sólo tenía unos doce años (en torno al 228 d.C.) y en ella el joven Mani habría descubierto su naturaleza trascendente, superior a la material, por lo que tuvo que apartarse interiormente de su comunidad, aunque en lo externo siguió viviendo dentro de ella.
La revelación definitiva llegó doces años después, cuando él tenía veinticuatro (en torno al 240 d.C.), descubriendo en ella la verdad plena, con la que se identificó, como receptor y destinatario del Paráclito que Jesús había prometido (en Jn 14-15). De esa forma pudo superar el «particularismo» judío (religión de un pueblo) y la «imperfección cristiana» (vinculada a su apego a la materia), descubriéndose, al mismo tiempo, como depositario de todas las promesas anteriores y como compendio y plenitud de las religiones del mundo.
Esta experiencia de Mani, que pude compararse a la de Pablo (cf. Gal 1-2), fue el punto de partida de su nueva experiencia y misión religiosa. Se sintió de tal forma llamado y transformado por Dios (el Dios de Jesús que era el mismo Dios del zoroastrismo) que vinculó y transformó en su propia vida las tradiciones anteriores, incluyendo en ellas el budismo. De esa manera pudo presentarse como creador de una religión nueva, que tomaba los valores de las grandes religiones anteriores, desde una perspectiva en la que dominaba el componente cristiano, no sólo por su forma de entenderse como «Apóstol de Jesucristo», sino también por su manera de organizar la nueva iglesia.
En este contexto resulta esencial el hecho de que se sintió inspirado por Dios, añadiendo, de alguna manera que el mismo Dios le había identificado a él con el Paráclito, que Jesús había prometido en Jn 14-16. Así se dice que «el Espíritu santo, el Paráclito prometido por Jesús, reveló al niño (=Mani) la Verdad total, el Pasado, el Presente y el Porvenir» (Ch. Puech, El maniqueísmo, Madrid 1957, 31-32).
Partiendo de esta experiencia, Mani elaboró una teología dualista, de tipo gnóstico, concibiendo al Espíritu como interioridad espiritual, en oposición a la materia, pues el verdadero Dios se manifiesta allí donde los hombres se elevan sobre el mundo material (propio del Diablo) para alcanzar su verdad interna. Habitado así por ese Espíritu, Mani se tomó a sí mismo como Revelador final, último de los enviados de Dios, mensajero de la gnosis, portador de la Verdad completa, manifestación corporal del Paráclito que Jesús había anunciado.
De esa forma se insertó, como revelador final, en una línea de reveladores (Adán, Set, Henoc, Noé, Sem, Abraham, Jesús), estructurados ya por la tradición gnóstica anterior (judeocristiana), pero introduciendo en ella algunos personajes nuevos (como Buda o Zoroastro). A su juicio, la historia es reiterativa: Los enviados de Dios han repetido un único misterio, pero no lo han hecho de un modo perfecto; por eso, sus religiones sólo fueron valiosas por un tiempo y deben superarse. El último profeta (el más grande de todos) habría sido Jesús, que anunció su venida final (la de Mani, el Portador pleno del Espíritu de Dios), de tal forma que Mani no se tomó ya como profeta, sino como Paráclito de Dios, presencia del Espíritu Santo.
Este esquema de la sucesión de profetas, que van diciendo una misma verdad, siempre parcial, hasta que llegue la culminación, aparecía ya en las cartas Pseudo-clementinas, de tipo judeo-cristiano gnóstico (cf. O. Cullmann, Le Problème littéraire et historique du Roman Pseudoclémentin, Paris 1930; Cristología del Nuevo Testamento, Salamanca 1998, 65-104; L. Cerfaux, Le Vrai Prophète des Clémentines: RSR 18 [1928] pp. 143-163). Pues bien, Mani lo aceptó y se tomó a sí mismo como el Vaso o Portador de la Vida de Dios, que ahora se manifiesta plenamente.
Mani no aparece como encarnación de Dios (en contra del Jesús de Jn 1, 14), pues, estrictamente hablando, no existe encarnación, ya que lo divino es incapaz de identificarse con un cuerpo de carne (hecho de materia, apariencia). El Dios del evangelio de Juan (cf. Jn 1,14; 4, 24) era Espíritu, pero no como opuesto a una materia, sino como opuesto a unos cultos particulares o a unos conocimientos imperfectos. Por el contrario, el Dios de Mani es puro Espíritu, de forma que no puede encarnarse, sino que debe superar la carne. Por otra parte, en contra de Gal 4, 4, Mani no pudo vincular su venida a la «plenitud de los tiempo», pues la historia no tiene plenitud.
Conforme a la visión de Mani, la biografía humana (generación y nacimiento, crecimiento y comunicación personal) no es signo de Dios, sino sólo un proceso de caída (las partículas divinas son esclavizadas por la materia), de manera que para salvarse las almas deben retornar al pléroma divino (no al pléroma de los tiempos, como en Gal 4, 4). De esa manera, Mani ha interpretado el mensaje de Jesús en claves dualistas, de escisión entre espíritu y materia, entre el bien divino y el mal cósmico (o diabólico), aunque sin llegar quizá a un dualismo teológico (según el cual habría dos dioses, uno bueno y otro malo).
2. Una iglesia espiritual.
Estrictamente hablando, para Mani sólo hay un Dios que es el bueno, y (Mani) venía a presentarse como Apóstol de ese Dios Bueno, afirmando que Jesús había anunciado y preparado su venida. Era ciudadano persa y pensó que su tierra era centro del mundo, entre oriente (India, China) y occidente (judaísmo, cristianismo, helenismo). Por eso quiso unir las religiones de un extremo y otro: la divinidad le había llamado para liberar a los seres humanos de la materia y para conducirlos a la libertad del Espíritu, por encima de la historia. No se limitó a recibir una revelación interior y a cultivarla en un pequeño grupo de iniciados, como hicieron otros gnósticos, sino que vinculó su experiencia gnóstica (cercana a la budista) con una visión de la realidad y un proselitismo cercano al de los cristianos, organizando un movimiento universal de salvación:
«Los que tienen su iglesia en occidente (cristianos) no han alcanzado el oriente; los que han elegido su iglesia el oriente (budistas) no han llegado hasta occidente... En cambio, mi esperanza irá hacia occidente, e irá también hacia oriente. Y se oirá la voz de mi mensaje en todas las lenguas, y se anunciará en todas las ciudades. Mi iglesia es superior en este punto a las iglesias anteriores, porque ellas fueron elegidas en países determinados y en ciudades determinas; la mía, en cambio, se difundirá por todas las ciudades y mi evangelio llegará a todos los países».
Quiso que su religión fuera cumplimiento de las anteriores. Tuvo la certeza de que la historia ha de acabar y sólo queda tiempo para que los hombres se conviertan y liberen de este mundo material, retornando a lo divino. Con ese fin organizó un tipo de iglesia firme, con una Escritura sagrada, fundando un movimiento que se ha extendido por más de diez siglos, desde China hasta el extremo occidental de Europa, expresándose en grupos como los cátaros y albigenses. Quiso vincular las religiones, pero no fue hombre de diálogo, sino de silencio y mística negativa. Su religión no ha pervivido, pero algunos elementos de ella retornan con regularidad, presentando a Dios como lo opuesto a la materia, de manera que se le puede presentar como representante de una teología del juicio y de la separación (con rechazo del mundo, en línea de espiritualismo puro).
A pesar de llamarle Paráclito de Cristo, sus seguidores no le han divinizado, pues no se presentaba como portador personal de salvación, sino como mensajero de la negación del mundo. Además, él había anunciado el fin de la individualidad egoísta y la superación del tiempo de maldad y ruina de la historia, a fin de que las almas volvieran a su origen divino, superando la situación actual de caída.
El mundo no es creación de Dios, sino efecto de un pecado, es una realidad perversa. Por eso, el verdadero Dios (espíritu, no mundo) se distingue del «dios de la materia» (que es el mal, deseo pervertido). Siendo portador de una revelación supra-mundana, Mani no quiso salvar la historia, sino librarnos de ella, elaborando un tipo de cristianismo dualista, no en línea apocalíptica, como Montano, sino gnóstica (rechazando materia y carne, deseo y vida, en aras de la interioridad sagrada).
El Dios de Mani es espíritu puro, de manera que su religión es anti-material. Mani y sus discípulos (iluminados, pneumáticos) se sienten «caídos» (extraños) en un mundo de perversión, de enfrentamiento y muerte, pero descubren en sí mismos un germen de divinidad, que les permite superar este mundo de materia y mal deseo. Cada uno ha de salvarse a solas, cultivando su interior divino, sin mediaciones ajenas (sin encarnación de un Cristo redentor). De esa forma, los iluminados liberan su chispa de divinidad, que estaba caída y perdida en ellos mismos, superando la materia y retornando a su verdad en el Espíritu.
La religión de Mani es también anti-histórica. A su juicio, la historia no es revelación de Dios, ni producto de una acción positiva de los hombres, sino olvido y exilio. El alma es parcela divina, caída del alto, que sufre en el mundo y desea liberarse de su encierro histórico, donde la dominan dos grandes deseos perversos: placer sexual y violencia asesina. La religión no quiere que los hombres transformen la historia, de manera que puedan descubrir su plenitud en ella, sino ayudarles a dejarla: El verdadero Dios no enseña a vivir y crear, sino a morir y des-vivirnos.
Sexo y violencia (placer y muerte) son los dioses falsos de la historia pervertida, dos caras de un mismo sistema de opresión donde los hombres se atraen y rechazan, procrean y matan por pecado. Origen y contienda (sexo y batalla) definen y destruyen la historia.
De manera consecuente, Mani condenó la violencia del sexo (y el mismo sexo), como deseo pervertido y creatividad de muerte. También condenó otras formas de violencia social (caza de animales, guerra entre naciones). El rey de Persia se sintió acusado y respondió encerrándole en la cárcel donde murió (hacia el 276 d. C.). Jesús había sido condenado por querer transformar la historia (anunciaba la llegada del Reino de Dios). Mani fue condenado por negarla; lógicamente, sus discípulos pudieron presentarle como testigo y mártir del Espíritu.
3. Una religión que tiende al dualismo.
En el fondo anterior se sitúa su visión de Dios y el Diablo. El verdadero Dios habita más allá de los deseos y contiendas de la historia: No podemos descubrirle en el Antiguo Testamento, que es religión de violencia, sino en lo contrario al Antiguo Testamento, en una vida de ascesis consecuente, renunciando a los deseos materiales de este mundo (procrear, poseer, luchar).
El Dios de este mundo es el Diablo, vinculado al deseo sexual, que puede concretarse en el mito de la Mujer perversa (que cautiva y encierra al alma en la materia) y en el deseo de violencia interhumana (guerra). Por eso, el hombre religioso no debe transformar y salvar este mundo sino hacer que termine . El matrimonio no es signo de Dios y tampoco lo es el nacimiento pues introduce a los hombres en el proceso de la vida material en sus reencarnaciones. Todo lo que encadena la luz de Dios (alma divina) en la materia es malo. Por eso, la sexualidad procreadora es perversa: Es la manera que Satán ha escogido para engañar a los seres humanos.
En esa línea, en algún sentido, la religión maniquea parece más cercana a Zoroastro y Buda que a Jesús: El Dios-Espíritu se opone al Dios-Materia o Diablo; la salvación consiste en superar el deseo y violencia del Dios de este mundo, negando una forma de historia que se identifica en el fondo con la muerte.
«El pecado capital es la fornicación, que es en sí abyección, bestialidad, inconsciencia; y, por consiguiente, la procreación de hijos nos hace cómplices e instrumentos del plan forjado por el Mal, llevándonos a prolongar en el cuerpo de nuestros descendientes la cautividad de una parte de la Luz que estaba en nosotros» (Ch. Puech, El maniqueísmo, Madrid 1957, 65).
Nuestra forma de vida actual carece de valor. Nuestro proyecto o camino en la historia es ilusión. Por eso, debemos des-hacernos, superando el deseo de la vida (sexo, fuerza agresiva). No deberíamos haber nacido, pues el nacimiento, que nos escinde de Dios y nos hace individuos en el mundo, proviene del deseo malo. El buen vivir es aprender a morir, para que volvamos al Dios supramundano.
Mani supone que casi todos los hombres son imperfectos y débiles, siguen vinculados a los deseos de la tierra; por eso no pueden ser más que oyentes o principiantes de la iglesia maniquea. Sólo los perfectos pueden ser maniqueos de verdad: Aquellos que han vencido, de manera programada, los deseos de poder-placer, conforme a la doctrina de las tres prohibiciones: De la carne y bebida fermentada (sello de la boca), de la violencia contra la vida (sello de la mano) y de la acción sexual (sello del vientre).
Mala es la procreación (por su placer perverso) y es mala toda forma de creatividad mundana (que nos sigue vinculando a la materia). No hay libertad, ni gratuidad, ni comunión positiva si seguimos esclavizados en el mundo, atados a una tierra de materia antidivina a la que hemos caído por pecado y de la que debemos liberarnos por ascesis interior.
En ese contexto, los maniqueos ofrecen una experiencia extrema de extrañamiento y negación de Dios en la historia. Para encontrar al Dios bueno hay que separarse de todo lo que pueda encerrarnos en esta tierra de sexo o violencia. No existe sexo bueno (no hay deseo positivo, ni generación creadora). Por eso, su teodicea exige rechazar al Dios del mundo, con los deseos y poderes malos de la historia.
Muchos cristianos, influidos por un tipo de maniqueísmo, tienden a entender el mundo como cautiverio, les cuesta interpretar la religión y vida como gracia. Pues bien, en contra de eso podemos afirmar que la condena del mundo y la renuncia a la solidaridad carnal no son gestos cristianos. Tampoco es cristiano un elitismo, que divide a los hombres en perfectos (que han superado el deseo de la vida) e imperfectos (que siguen vinculados a ella).
En sentido radical, el maniqueísmo (como los sistemas gnósticos radicales) es contrario al cristianismo. A pesar de ello, ha influido y sigue influyendo en la historia cristiana, de manera que todavía hoy se suele acusar de “maniqueos” a lo que dividen la realidad en dos grupos: por un lado estarían aquellos que tendrían la verdad y podrían presentarse como buenos; por otro estarían aquellos que viven piensan de un modo distinto.
Serían maniqueos aquellos que juzga a los demás, pensando que ellos pueden separar con precisión los dos campos o niveles, el bien y el mal, como lo blanco de lo negro, imponiendo su opinión sobre personas y cosas. Maniqueo sería alguien que se piensa justo (iluminado) y condena a los otros, rechazando los valores de este mundo. Al Dios maniqueo le faltaría gratuidad y libertad, amor mutuo y fe en la historia.
Bibliografía. Me he fundado, como he dicho, en F. Bermejo, El maniqueísmo. Estudio Introductoria (Madrid 2008)y en F. Bermejo y J. Montserrat, El maniqueísmo. Textos y fuentes (Madrid 2008).
Cf. también Ch. Puech, El maniqueísmo (Madrid 1957); Ch. Puech, El maniqueísmo, en Historia de las religiones VIII (Madrid 1978); G. Widengren, Mani und der Manichaeism (London 1965); J. A. Asmussen, Maniqueísmo, en C. J. Bleeker y G. Widengren, Historia Religionum I, (Madrid 1973,. 561-590); A. Böhlig (ed.), Die Gnosis III. Der Manichäismus (Zürich 1980).