Todos serán vivificados en Cristo (En defensa de Francisco: 1 Cor 15, 22)
Estamos asistiendo a una durísima, injusta y anticristiana “caza al Papa”, orquestada y financiada por instituciones que se dicen católicas, como ha puesto de relieve Pedro Ontoso (Jaque al Papa: Correo, Bilbao 20.1.24).
Ontoso habla de jaque contra tres honrados “caballos” (torres) de defensa del papa: Fernández, Ghirlanda, Scicluna). Pero el jaque no va sólo contra esos tres defensores, sino en contra del mismo papa, aprovechando cualquier resquicio real o imaginado para criticarle y condenarle.
| Xabier Pikaza
Una institución llamada “info-vat” (18.01.24) ha orquestado un ataque contra el papa por decir “ me gusta pensar que el infierno está vacío”.
No puedo resolver aquí el tema de fondo, pero apoyo bíblicamente ese buen deseo del Papa, citando y comentando al final de esta reflexión unas palabras clave de San Pablo que no se limita a decir “quiero pensar que el infierno está vacío” sino “en Cristo todos son vivificados”.
Planteamiento.
No se había visto cosa igual desde hace siglos, quizá desde el siglo X-XI con la Reforma Gregoriana, impulsada sobre todo por monjes de Cluny y círculos de poder vinculados a príncipes germanos. Nació entonces la iglesia occidental romana, con sus grandezas y sus posibles riesgos.
Quizá podamos remontarnos, ya más cerca, al siglo XVI-XVII, en los momentos duros de la reforma protestante y la contrarreforma católica, cuando nació una Europa y luego una América pluri-cristiana cuando algunos se empeñaron a definirse más por su oposición a otras comunidades o iglesias que por su identidad cristiana.
Mientras una parte considerable de la población deja sin más de ser cristiana (o religiosa en sentido confesional) hay cristianos que se ocupan más de criticar a otros cristianos que de seguir la inspiración y camino de Jesús, en quien dicen creer.
Mil años han pasado en un caso (desde la Reforma Gregoriana), quinientos en otro, desde la Reforma Protestante. En mundo ha cambiado, los “frentes” de disputa son distintos, pero muchos llamados católicos han iniciado y promueven una guerra bien orquestada (desde dentro) en contra del Papa Francisco.
Los enemigos de Francisco saben que un tipo de iglesia acaba. El hecho de que ese fin responda o no al evangelio les tiene en general sin cuidado. Gran parte de ellos, en contra de Francisco, quieren mantener su poder contra (su visión del mundo, su seguridad personal o grupal y su dinero en contra del evangelio, aunque muchos quizá no se den cuenta de ellos y actúan con una ingenuidad pasmosa Jesús ya había dicho: Vuestros enemigos serán los de vuestra propia casa (Mt 10, 36-38).
Jaque el Papa, P. Ontoso (El Correo, 21.1.14)
“Las fuerzas opositoras al papa Francisco, con epicentro en Estados Unidos, no cejan en su estrategia para entorpecer y desbaratar las líneas maestras de su pontificado, centradas en la cultura del diálogo y en la misericordia. Ahora han dirigido su política de acoso y derribo contra los asesores más cercanos al Papa, entre ellos los cardenales Víctor Manuel Fernández ('Tucho') y Gianfranco Ghirlanda, y el arzobispo Charles Scicluna, a los que acusan de "marcar el paso" al pontífice en una "dirección equivocada", incluso "herética", socavando el "depósito de la fe".
Llevan diez años intentando cambiar al inquilino de la cátedra de San Pedro.No cabe duda de que la Iglesia católica vive momentos de tensión y algunos sectores creen que es el momento de imprimir más fuerza y vigor a la campaña para desprestigiar a un pontífice que carga con 87 años a sus espaldas y se ve sometido a los achaques de su avanzada edad.
Echar a Tucho (Congreg. Doctrina de la fe)
Los medios de comunicación ultracatólicos y las plataformas más carcas y tradicionalistas, apadrinadas por lobbies financieros, llevan tiempo disparando contra Bergoglio, pero ahora han concentrado su potencia de fuego en la figura del purpurado argentino Víctor Manuel Fernández, gran amigo de Francisco desde hace más de 30 años. "Hay que echar a 'Tucho'", repiten. Atacan a los asesores más cercanos para que renuncien, en su intento de desgastar a Francisco con las miras puestas en el próximo cónclave.
Quienes quieran saber algo más del tema Tucho/Fernández pueden acudir a mi reflexión del pasado 8.1.24 (en RD y FB), sobre el tema la diferencia entre erotismo y pornografía y la bendición a homosexuales.
Gianfranco Ghirlanda SJ y el poder de unas instituciones católicas
El Cardenal Ghirlanda (*1942) es un venerable profesor de Derecho Eclesiástico de la Univ. Gregoriana, sobrio y tradicional, ha sido elegido Cardenal siendo ya anciano.
No hay nadie que pueda criticar su honestidad intelectual, su estudio sobre las instituciones de la Iglesia. Pero tiene un “pecado”: Quiere que la iglesia sea espacio de fraternidad universal, no “coto” privado donde algunas instituciones católicas (fundadas en pleno siglo XX) campen a sus anchas campen a sus anchas, con inmunidad jurídica y con un tipo de “idearios fascistas” de control de conciencias, siempre con resguardo económico.
El papa Francisco está queriendo desmantelar esos lobbies eclesiásticos, con sus dictaduras sacrales y su culto a un tipo de autoridad/seguridad sagrada. Para ello ha pedido consejo y ayuda doctrinal y jurídica a Ghirlanda y a otros como él. Es normal que muchos ataquen a Ghirlanda, queriendo en el fondo criticar y condenar al infierno eclesial al papa. En ese contexto son muchos los que piensan en el Opus Dei (a pesar de sus valores).
Charles Scicluna (*1959) arzobispo de Malta: Pederastia y celibato
Es quizá el caso más doloroso. Hasta hace diez años casi no le conocía nadie. Sabíamos sólo que conocía por dentro la “maquinaria” vaticana, que era un trabajador eficaz, un eclesiástico eficiente, hasta que Francisco le envió a Chile para trazar un poco de orden en la difícil situación de aquella iglesia, con fuertes problemas de poder, con un porcentaje elevado de pederastia clerical. Me he estado por años carteando sobre el tema con amigos chilenos (de una vertiente y de otra). Todos destacaban el trabajo de Scicluna.
Ahora, hace unos días, Scicluna ha dicho en los medios que el problema no se resuelve sin más con el replanteamiento del celibato… pero que tema debe replanteare, con racionalidad y evangelio. Pues bien, hace exactamente 4 días, en una emisora costeada por la iglesia católica española, un obispo titular de España (defendido por un ancho lobby de obispos) he emitido una durísima crítica (irracional y no-cristiana) contra Scicluna y el Papa. Amigos semi-católicos me han llamado diciendo que se “borran”; que críticas de ese tipo contra Scicluna no se escuchan ni en mítines de dura política.
El Papa Francisco y los que “quieren” que haya infierno.
Desde hace por lo menos cuatro año, los enemigos del Papa Francisco afirman que no cree en el infierno… La polémica ha vuelto a suscitar en pasado 14.1.24, cuando en una entrevista el papa Papa aseguró que le gusta pensar que el infierno está vacío..., insistiendo en la misericordia de Dios (cf. Info.Cat: Morado, Néstor 18.01.24). Este es un tema de fondo que puede y debe ser discutido, desde una perspectiva bíblica, teológica, espiritual, pero no utilizado como arma contra Francisco. El si o no infierno se vincula con temas tan actuales como:
- Si no hay infierno… tampoco se pueden legitimar las cárceles… y los castigos contra los transgresores…
- -Sin infierno, cárcel, castigo… no se puede fundar y justificar la ley punitiva etc.
- -Si no ha infierno… da lo mismo que la gente de bien se case según ley eclesiástica…o lo haga según otras leyes o no-leyes.
- El tema lo han planteado en España varios colaboradores de Info-Vaticana, que no voy a citar. Quien quiera puede buscarlos.
Dos temas me parecen claros:
- Algunos, tanto en USA como en alrededores (incluida España), “quieren” que haya infierno, para justificar de esa manera un tipo de sociedad punitiva. Pero no sólo infierno tras la muerte, sino aquí, en este mundo.
- Muchos los que justifican el infierno con Mt 25,31-46: “apartaos de mí, al fuego eterno…”. Los que apelan a ese texto no han entendido nada de Mt 25,31-46, pues su sentido y finalidad es diferente, como saben todos los que han leído con algo de atención ese pasaje: Si Jesús nos pide que visitemos/ayudemos a los encarcelados (a los del infierno en la tierra), si nos perdonar/ayudar a los infractores… no puede reservarse el poder de mandar al infierno a los que parecen malos. Pero no voy a estudiar aquí ese tema. En defensa de Francisco quiero citar y comentar sólo unas palabras de Pablo en 1 Cor 15, 22:
1 COR 15,12-28. EN ADÁN MUEREN TODOS, TODOS SERÁN VIVIFICADOS EN CRISTO
1 Cor, 15 20Pero Cristo ha resucitado de entre los muertos, primicia de los que duermen (los difuntos). 21 Porque la muerte vino por un hombre; y por un hombre viene la resurrección de entre los muertos.22 Así como en Adán mueren todos, así también serán vivificados todos en Cristo.23 Sin embargo, cada uno según su propio orden. Como principio Cristo; después los que son de Cristo, en su parusía. 24 Luego el fin, cuando entregue el reino al Dios y Padre, cuando destruya todo principado, todo poder y fuerza. 25 Porque conviene que él (Cristo) reine hasta que ponga a todos los enemigos bajo sus pies. 26 El último enemigo (que será) aniquilado la muerte, 27 pues lo sometió todo bajo de sus pies (cf. Sal 8, 7). Cuando dice que todo le quedará sometido, es evidente que no incluye a Aquel que se lo ha sometido todo. 28 Pero cuando someta todo a él, entonces el mismo Hijo se someterá a aquel que ha sometido bajo él todas las cosas, a fin de que Dios sea todo en todos.
Pablo no apela a la posible tumba vacía de Jesús, ni vuelve a fundarse en las “apariciones” ya expuesta en 15, 3‒11, sino quo ofrece una visión de conjunto del “despliegue de la historia mesiánica”, retomando y reformulando los elementos básicos de 1 Tes 4, 13‒18. La resurrección “corporal” (eclesial, histórica) de Jesús sólo tiene sentido (sólo puede formularse y defenderse) dentro de una visión de conjunto en la que pueden distinguirse varios momentos:
Principio general (15, 20). Cristo ha resucitado de los muertos (ek nekrôn) como primicia (aparjê) de los que difuntos (kekoimêmenôn, de los que han descansado). En un primer sentido, la muerte aparece para los hombres como “alivio” (dormirse, descansar), de manera que los muertos son “di-funtos, de-functi”, no tienen ya ninguna tarea, según la etimología de fúngere (no tienen ya ninguna función. Pues bien, este principio supone que los muertos (los que han dormido, los difuntos) tienen una tarea marcada por Cristo, que aparece así como primicia, punto de partida de una, comienzo de un nuevo c amino de vida.
Comparación: Adán-Cristo (15,21). Pues por un hombre viene la muerte, y por un hombre la resurrección de los muertos. Pablo supone, según eso, que hay dos principios humanos: por un lado, el hombre principio de vida, por otro lado, el hombre principio de resurrección de los muertos. Todo lo que sigue deriva de esta división: Por un lado, por un hombre viene y se define la muerte; por otro lado, por otro hombre viene la resurrección de los muertos. El hombre se ha desarrollado primero como “ser para la muerte”; pero luego, en otro plano, el hombre se despliega como aquel que resucita de los muertos.
Explicación: Así como en Adán mueren todos, así en Cristo serán todos vivificados (15, 22). Por Adán, hombre primero, viene la muerte, de manera que por él (en él, como él) mueren todos; por Cristo, en cambio, serán todos vivificados. Adán puede tomarse quizá como individuo (aunque, si fuera así, debería hallarse vinculado con Eva); pero, en sentido estricto, ha de entenderse como humanidad: Todos los hombres y mujeres, de todos los tiempos y lugares, entendidos como única humanidad, interpretada como inter-acción de muerte.
Dentro de esa interacción hemos nacido y existimos todos como como “sociedad” (historia) de muerte. Mas que a la muerte individual (cada ser humano muere), Pablo alude aquí a la muerte “social”, a la destrucción de la humanidad en su conjunto. Dios ha creado a los hombres para transmitir vida (viviendo unos en otros y por otros), superando así la muerte, pero ellos han preferido la muerte (vivir para matar y destruirse), como ha interpretado con toda precisión Sab 2, 23-25.
Dios no puede imponer a los hombres la vida inmortal, pues una vida inmortal impuesta no es gracia, ni es don, sino condena perdurable, pero quiere y puede abrir a todos un camino de cielo. Dios ha creado los hombres para la vida, esto es, para compartirla gratuitamente en amor, pero ellos han preferido la muerte. Éste ha sido el destino común de la humanidad, desde el principio, una humanidad vinculada por la posibilidad de la vida, pero amenazada de hecho por la elección común de la muerte.
De un modo significativo, el primer hombre (Adán), signo y compendio de la humanidad, ha preferido vivir por sí mismo en la muerte (para la muerte), cerrándose a la vida que Dios le ofrecía, pues esta vida verdadera se alcanza solamente allí donde el ser humano (como Dios) vive amando a los otros seres humanos, compartiendo con ellos el camino. Por sí misma, esta vida de Adán (cerrada en su egoísmo) conduce a la muerte y en ella culmina; una muerte que no es castigo, ni condena externa, sino resultado de la misma opción de los hombres.
Este es el tema clave de la teología de Pablo, tal como él mismo lo ha desarrollado después en la carta a los Romanos. En esa línea, Pablo afirma que todos los hombres mueren en/como Adán (rectificando y precisando una idea que no quedaba clara 1 Tes 4,13-18, donde se suponía que algunos no tendrían que morir). Según eso, muerte de los hombres en el mundo no es consecuencia de la invasión pecaminosa de unos poderes satánicos (Guardianes, Vigilantes, como en 1 Henoc y Jub, cf. Gen 6, 1-6), sino resultado del pecado humano (de Adán), es decir, del hombre que opta por matar (como Caín), del hombre que no abre su vida en gracia al misterio de la vida que es Dios, sino que la cierra en la lucha (thanatos) de unos hombres contra otros en el mundo (cf. Rom 5). Eso significa que la muerte no es disolución del cuerpo y liberación del alma (como en cierto helenismo), sino destrucción del hombre entero.
Según eso, en contra de lo que pueden pensar los adversarios de Corinto, el hombre no puede salvarse (culminar su vida humana) solamente a través de la liberación del alma (esto es, saliendo en espíritu del cuerpo), sino por resurrección o transformación de la vida entera en amor, vivificados por Cristo. Esta es la obra de Dios, el surgimiento de la nueva humanidad. Según eso, la resurrección ha de entenderse como “nueva creación”, como encarnación del mismo Dios en la vida de los hombres, como inmersión de los hombre en la vida entera de Dios (del Dios que muere, que da la vida para que los otros vivan)
Lógicamente, Adán es el ser humano en cuanto tal, varón y mujer, judío y griego… (cf. Gal 3, 38), que se “define” según Gen 2-3 por la muerte. En cuanto formamos parte de la humanidad entendida como “Adam”, todos los humanos somos “seres para la muerte”: De la muerte de otros nacemos, matando a otros vivimos, de manera que nuestro ser más hondo es “thanatos” (muerte). Las realidades materiales no lo saben, las vegetales y animales tampoco, pero todas ellas se desarrolla y existe a costa de la muerte.
En esa línea, en cuanto forman parte de Adán, todos los hombres mueren; ni se salvan ni se condenan, no van al cielo ni al infierno, simplemente acaban. La división “escatológica” (unos al cielo, otros al infierno perdición: cf. Dan 12, 1-3; Mt 25,31-46) es posterior (derivada). En principio, todos los humanos, sin distinción acaban y mueren. Pues bien, desde ese fondo, superando el orden anterior de muerte, Pablo añade que todos los hombres son vivificados (zôopoiêzesontai) en Cristo todos, no unos pocos, especialmente religiosos, sino en su totalidad. El hombre en sí, como Adan es camino de muerte. Por el contrario, el hombre en Cristo es camino de vida, que culmina en el futuro, pero que empieza en el mismo presente
En un sentido, todos los seres humanos han nacido inmersos en la humanidad de Adán, una humanidad que está en sí misma condenada a muerte. Pues bien, Pablo añade ahora que toda la humanidad ha sido llamada a la vida (vivificada) en Cristo, no por imposición violenta, sino por invitación gratuita. Pablo sabe que algunos pueden negarse y rechazar la vida que Dios les ofrece en Cristo, pero sabe también y dice, con todo el convencimiento, que todos han sido vivificados, es decir, resucitados en Cristo (cf. 15, 21-22). Por tanto, en principio, todos los hombres serán (=han sido ya) vivificados, encontrarán la salvación en Cristo.
Conforme a la visión israelita, las primicias (de hombres, plantas y animales) debían dedicarse a Dios, pues santifican y consagran el resto de la masa. Pues bien, Jesús resucitado es primicia de la resurrección de Dios para todos los hombres: punto de partida y comienzo (=fundamento) de la gran fiesta o despliegue de la resurrección (vivificación) universal. No se trata, pues, de que la parte espiritual del hombre se libere de la materia, penetrando así en lo divino, como podían pensar los adversarios corintios de Pablo (y después los gnósticos, en conjunto), sino de que por la resurrección de Jesús se inicie un proceso de “resurrección” (de trasformación integral) de la humanidad, cada uno en su “orden”:
- Como principio (ap-arjê) Cristo (15, 23a). Cristo no ha resucitado como individuo aislado, sino como principio de humanidad; no ha resucitado él sólo, para sí, sino como punto de partida, fundamento y sentido de una resurrección abierta a todos los hombres y mujeres. Cristo no es él solo, sino en comunión con todos a los que abre su camino, ofrece su palabra. Cristo no es una persona aislada, él sólo frente a todos, sino que tiene como Adán (y mucho más que Adán) una “personalidad colectiva”, es hombre-amor, germen y principio de nueva humanidad. En ese sentido, en el principio (arkê: Jn 1, 1) está el Cristo palabra de comunión abierta a todos, es decir, Cristo principio de resurrección universal. La misión de Pablo y de sus compañeros forma parte del gran despliegue de la resurrección de Cristo, abierta a toda la humanidad, de tal formas que en él y por el “todos sean vivificados” (15, 15). No se establece aquí ninguna excepción, ninguna negación. En principio se salvan y vivifican todos.
-Después los de Cristo, en su parusía (15, 23b). En la línea de lo anterior, toda la vida de los creyentes es un despliegue de resurrección en Cristo Más que anunciador del juicio, mensajero del fin (como Henoc u otros videntes), Jesús es principio de resurrección para los hombres, no en sentido espiritualista (sólo el alma, no el cuerpo), sino integral. La vida de los seguidores de Jesús aparece así integrada en su resurrección, ya en este mundo, como afirmarán las cartas de la cautividad (Ef y Col) y el evangelio de Juan. Cristo resucitado vive en aquellos que le acogen y confían en él, creando (en y por él) en este mundo un “cuerpo” de resurrección, como ha puesto de relieve 1 Cor 13. Los cristianos pueden y deben vivir así como resucitados ya en la tierra (compartiendo la vida, en Jesús, unos con otros) mientras aguardan y preparan la resurrección final.
- Entonces vendrá el fin… (15, 24‒27). Jesús había anunciado y preparado el Reino de Dios. Ahora culmina su obra con la destrucción de los poderes perversos (Principados, Poderíos, Potestades), que ejercían su maldad por medio de la muerte, mientas que él (Jesús) devuelve su Reino de vida al Dios y Padre, culminando así su obra. No se rechaza ni condena aquí a los seres humanos (los mismo que sucede en el Apocalipsis de Juan). No hay condena de personas, de ninguna persona, sino rechazo de los “principios demoníacos”, que no son personas sin estructuras de mal, simbolizadas de forma satánica. No son seres individuales, personas concretas, sino principios estructurantes del mal, como las bestias y la prostituta de Ap 13-17
- Entonces, Dios será Todo en Todos. Pablo no conoce dos espíritus paralelos (del Bien y el Mal) como en Qumrán, sino que en el fondo sólo existe el «espíritu bueno», porque los poderes opuestos a Dios, que no han dejado que la historia sea transparencia de amor, serán destruidos. De esa forma, Dios podrá presentarse como Todo en todos, de manera que la dualidad anterior (bien y mal, vida y muerte) se reintegra en un monoteísmoliberador, pero no impositivo, ni excluyente, propio de Dios que es todo en todos. Este Dios de la resurrección de Jesús no será es “todas las cosas” sin más, sino “todas las cosas en todos”. Dios no es “todos”, sino “todas las cosas en todos”. No es sólo el “infinito separado” (soy el que soy) como dice cierta tradición judía, sino también “ta panta”, la totalidad en todos. Entendida así, la totalidad (ta panta) no es una cosa más, además de las anteriores, una cosa que se pueda sumar a las otras, sino la “totalidad”.
Sólo en este contexto de historia “apocalíptica” se puede hablar de resurrección como hace Pablo, superando así la dualidad de espíritu‒materia de la que partían los adversarios de Pablo. La salvación no consiste en abandonar la materia (la historia) humana, y liberarse en el espíritu, sino formar parte de un camino de transformación total en Cristo. Queda así superada la dualidad estricta o metafísica (bien y mal, espíritu y materia), de tal forma que se abre en Cristo un camino de salvación (esto es, de resurrección) para todos los hombres. Ciertamente, Pablo sabe que en un plano los hombres se pueden destruir y se destruyen, acabando en muerte (como sabe Gen 2‒3), pero, en otro plano más alto, Pablo sabe que Dios ha querido ofrecer a todos los hombres en Cristo un camino de resurrección universal.
Este Dios de Cristo no destruye ni condena a los hombres, hijos de Adán, sino a los “poderes adversos” que tienen apariencia de ser y no son, poderes de tipo in- y anti-humano, impersonal, principados, señoríos, potestades (arkhên, exousian, dynamin…), que no son personas (hombres‒mujeres en concreto…), sino potencias impersonales de mal, que han tendido a dominar el mundo (cf. 15, 24‒25). Pablo no habla pues de la destrucción concreta de unos hombres históricos, a los que amenaza con el infierno, sino de la maldad de unos poderes in-humanos que han dominado en la historia desde Adán, de manera que podemos llamarles, por carencia de palabra mejor, seres‒que‒no‒son, no existentes (en contra de Yahvé, soy‒el‒que‒soy: Ex 3, 14), pues sólo viven de destruir la vida ajena, parásitos de Dios, que en sí mismos no son, no tienen consistencia.
La destrucción de esos poderes (que son anti‒poderes) se interpreta como revelación plena de Dios, todo en todos, conforme al principio originario de la creación. La obra de Cristo (su resurrección) ha de entenderse así como reconstrucción cósmica (recreación), de manera que Dios pueda ser aquello que es: Todo-en-Todos (ta panta en pasin). Un tipo de teología moralista posterior, desde una lectura parcial (poco crítica, poco evangélica) de Mt 25, 31-46, ha tenido dificultad en admitir la existencia‒revelación de un Dios que en (por medio de) Cristo es y será todo en todos (salvación universal), y ha preferido hablar de “dos finales”, uno de premio, otro de castigo[1].
En este Cristo pascual que ha muerto por (para) resucitar y abrirse de esa forma a todos (no para dominarles) pueden integrarse en libertad todos los seres, del cielo y de la tierra (cf. Flp 2, 6‒11), en salvación gratuita (no por la fuerza, sino libremente), de manera que Pablo ha podido formular en este contexto la palabra más sorprendente y esperanzada de la Biblia: Así como en Adán mueren todos, todos son vivificados en Cristo (15, 22). De esa forma supera el esquema apocalíptico dual de Mt 25, 31‒46 (salvación de algunos, condena de otros), superando no sólo el “muro” divisor de judíos y gentiles, sino también de justos e injustos, integrando en su poder y ser divino a todos los humanos, seres personales (¡destruyendo sólo los poderes diabólicos, no humanos, en el fondo inexistentes!), pues en verdad sólo existe Dios y aquellos a quienes él ha creado-salvado[2].
Notas
[1] Esta visión de Dios todo en todos no es un panteísmo (todo es Dios, lo demás desaparece), sino un panenteísmo (todo alcanza en Dios la vida), como supone y dice Jn 1, 14, afirmando que Dios (la Palabra) se hace “carne” (historia) para asumir y recapitular en amor todas las cosas. Este Dios todo-en-todos no está al principio, sino al final de la creación‒redención mesiánica, y que no es totalidad de poder, sino apertura universal de amor.
Dios no es todo dominando a los demás, sino dándose en amor, sin imponerse, superando una moralidad dualista” y un juicio entendido como venganza o impotencia. Desde este fondo debería precisarse la diferencia entre una teología rabínica judía y la teología “mesiánica” del mensaje y vida de Jesús, formulado por Pablo. Éste es, a mi juicio, un trabajo teológico que está por hacer, en una línea en la que pueden orientarnos las reflexiones de F. Rosenzweig, La estrella de la Redención, Sígueme, Salamanca 1997.
[2] Muchos teólogos, desde Orígenes a K. Barth (del siglo II al XX d.C.), han hablado de una recapitulación salvadora de la historia, de forma que Dios, al final, logrará “convertir” y llevar a su cielo (Todo-en-Todos) a los mismos condenados y demonios. Un tipo de iglesia “moralista” y miedosa se ha sentido inquieta ante esa apocatástasis, condenando en un Sínodo de Constantinopla (aceptado después por ortodoxos y católicos) al mismo Orígenes, el año 543 (cf. DH 403-411; Denz 213-228). Sobre los "poderes del mal", cf. E. Peterson, El libro de los ángeles, en Tratados teológicos, Rialp, Madrid 1970 y H. Schlier, Besinnung auf das NT, Herder, Freiburg i. B. 1964, 146-165; W. Wink, Naming the Powers: The Language of Power in the New Testament, Fortress, Philadelphia 1984.