Recuerdos de una vida con el nuevo beato comboniano Ambrosoli: el médico que tantas vidas salvó y que murió... por falta de asistencia médica, sube a los altares
Sacerdote y medico comboniano que murió en Uganda después de más de tres décadas de servicio infatigable a los mas pobres, es desde este domingo 20 de noviembre un nuevo beato
Cuando yo llegué a la comunidad, en 1985, el ahora beato acababa de regresar de unos meses de descanso en Italia, donde los médicos le diagnosticaron que solo tenía un riñón funcionando, y solo a la mitad de su rendimiento, por lo que le aconsejaron vivamente que redujera notablemente su ritmo de trabajo y que realizara solo labores de supervisión
Recuerdo cómo, en mas de una ocasión, el bueno de Ambrosoli, con su bata de médico, se plantó a la puerta del hospital, arriesgando su vida, para impedir que los militares entraran en su recinto. El “ajwaka madit” (gran curandero, en Acholi), como le llamaba la gente, imponía respeto y evitó lo peor.
Recuerdo cómo, en mas de una ocasión, el bueno de Ambrosoli, con su bata de médico, se plantó a la puerta del hospital, arriesgando su vida, para impedir que los militares entraran en su recinto. El “ajwaka madit” (gran curandero, en Acholi), como le llamaba la gente, imponía respeto y evitó lo peor.
Giuseppe Ambrosoli, un sacerdote y medico comboniano que murió en Uganda después de más de tres décadas de servicio infatigable a los mas pobres, es desde este domingo 20 de noviembre un nuevo beato. Miles de personas -algunas de las cuales han llegado a pie en una peregrinación de unos 200 kilómetros- se dan cita en Kalongo, el remoto lugar del norte del país donde el misionero desarrollo su labor religiosa y humanitaria, y escenario de la ceremonia de su beatificación.
Para mí, este hecho me toca muy de cerca. Viví un ano con el en la misma comunidad, yo recién ordenado diácono, de 1985 a 1986. En Italia, “Ambrosoli” es una conocida marca milanesa de caramelos y miel, fabricada por una potente empresa de la que el joven Giuseppe, nacido en 1923, estaba destinado a convertirse en su presidente. Prefirió estudiar la carrera de medicina y, nada mas terminarla, para disgusto de su familia, llamo a las puertas del noviciado de los misioneros combonianos en Verona para hacerse religioso y dedicarse a los mas pobres. Los superiores le aconsejaron que encauzara su vocación hacia el sacerdocio, y tras estudiar teología mas un ano para aprender el inglés, marchó a Uganda, donde fue destinado a la misión de Kalongo, un remoto villorrio de la región acholi donde el joven médico-sacerdote iba a permanecer el resto de su vida hasta su muerte, en 1987.
Al hospital de Kalongo, con su escuela adjunta de obstetricia, dedico Ambrosoli todas sus energías. Cuando yo llegué a la comunidad, en 1985, el ahora beato acababa de regresar de unos meses de descanso en Italia, donde los médicos le diagnosticaron que solo tenía un riñón funcionando, y solo a la mitad de su rendimiento, por lo que le aconsejaron vivamente que redujera notablemente su ritmo de trabajo y que realizara solo labores de supervisión.
Si alguna vez tuvo Ambrosoli intención de seguir estos consejos, las cosas cambiaron radicalmente cuando estallo la guerra en Uganda en enero de 1986. Los insurgentes de Yoweri Museveni -presidente de Uganda desde entonces- tomaron la capital, Kampala, y los soldados del derrocado régimen, casi todos ellos acholi, huyeron en desbandada hacia su región de origen en el norte del país. Kalongo fue escenario de saqueos, tiroteos de los furiosos soldados a cualquier hora, y sobre todo una sed de venganza contra personas del sur (la región de Museveni). Y una buena parte de las chicas que estudiaban en la escuela de obstetricia eran del sur. Recuerdo cómo, en mas de una ocasión, el bueno de Ambrosoli, con su bata de médico, se plantó a la puerta del hospital, arriesgando su vida, para impedir que los militares entraran en su recinto. El “ajwaka madit” (gran curandero, en Acholi), como le llamaba la gente, imponía respeto y evitó lo peor.
Cada día llegaban heridos al hospital, y el nuevo beato se olvidó de los consejos médicos y empezó a pasar jornadas en las que se desgastó en muchas horas agotadoras en el quirófano, donde realizaba una operación tras otra. El resto del día pasaba las pocas horas que le quedaban libre… en la iglesia, rezando. No exagero si digo que cuatro horas de oración, a pesar de su ritmo intensísimo de trabajo, no se las quitaba nadie. Y ese transfondo espiritual se notaba. Durante el año que pasé con él, nunca le vi agitado, ni nervioso, ni mucho menos enfadado.
Pasaron unos pocos meses, y tras la llegada de los nuevos soldados de Museveni a Kalongo, en agosto de 1986 los antiguos soldados se organizaron en una guerrilla y empezaron los ataques. La situación se volvió insostenible para los nuevos amos, y en febrero de 1987 un buen día reunieron a todo el personal misionero y del hospital para darles una orden terminante: tenían 24 horas para recoger sus cosas y marcharse de Kalongo, abandonando el hospital y la escuela. La marcha fue durísima: un largo convoy de vehículos escoltados por militares a pie a ambos lados, recorriendo algo mas de 60 kilómetros a paso de hombre, hasta la ciudad de Lira, mas al sur. La caravana fue emboscada en dos ocasiones, con al menos un soldado muerto.
En Lira, la salud de Ambrosoli se deterioraba cada día. La embajada italiana le ofreció evacuarlo en un avión medicalizado, algo a lo que se negó. Toda su preocupación en aquel momento fue que las alumnas de la escuela de obstetricia no perdieran el curso. Paso el último mes de su vida removiendo Roma con Santiago para trasladas la escuela a otro lugar mas seguro, algo que finalmente consiguió gracias a la diócesis de Arua, cuyo obispo le ofreció instalar la escuela al lado del hospital de Angal, tras mil papeleos.
Apenas unos pocos días tras aquellos titánicos esfuerzos, su ya muy deteriorado organismo no dio para más y cayó gravemente enfermo. Uno de sus compañeros misioneros, pocas horas antes de que Ambrosoli expirara, le comento: “Giuseppe, esto ha sido demasiado!”. Con mucha serenidad, el buen hombre respondió: “Lo que Dios quiere nunca es demasiado”.
El 27 de marzo de 1987, este médico que tantas vidas salvo murió… por falta de asistencia médica. El lugar en el que se encontraba era una zona peligrosa donde faltaba de todo. Si esto no es un santo, que venga Dios y lo vea.
Ambrosoli sigue siendo una conocida marca de caramelos en Italia. En mas de una ocasión, le vi abrir con la ilusión de un niño los paquetes que su familia le enviaba desde Milan, con abundantes paquetes de caramelos, otros tipos de dulces, ropa y mas regalos. Siempre llamaba a los enfermeros y a las estudiantes de su escuela para que le ayudaran. “Mira que camisa tan bonita, esta para ti, que te queda muy bien, los caramelos llévaselos a tus niños, que se pondrán muy contentos, y esto otro para tu marido, y esto para tu hermana…” Y al final él se quedaba con los paquetes vacíos, feliz de ver que sus colaboradores del hospital se lo habían llevado todo.