Monseñor Pere Tena: In memoriam

Se oye con frecuencia: “Soy católico, pero no practico”. A propósito de esta frase voy a esbozar un breve comentario; lo voy a dedicar a le memoria de mi buen amigo el obispo Pere Tena Garriga, fallecido recientemente en Barcelona. Con él compartí ilusiones y preocupaciones litúrgicas, juntos ideamos y pusimos en marcha la Asociación Española de Profesores de Liturgia y durante muchos años, desde el nacimiento de la revista, tuve la satisfacción de colaborar con él en la confección de la revista Phase. Su muerte representa una grave pérdida para el mundo de la investigación y de la pastoral litúrgica. Él ha culminado, sin duda, su encuentro pascual con el Señor.

El tema que voy a comentar aquí me lo ha sugerido un articulito suyo, póstumo, publicado en el semanario “Catalunya cristiana” (16.02.2014) con el título Litúrgia y santedat de vida. Después de señalar algunos aspectos referentes al cuadro de lecturas bíblicas que se van a leer en las eucaristías dominicales que preceden a la cuaresma de este año, Mons. Tena hace un breve excursus sobre la liturgia como fuente y culminación [culmen et fons} de la vida cristiana, un tema central en la teología litúrgica del Concilio y entrañablemente valorado por el obispo Tena.

Cuando uno asegura que es un cristiano no practicante, está diciendo una incongruencia. Eso es lo que viene a decir Pere Tena en su escrito. Nunca alguien puede asegurar su identidad cristiana si su vida discurre al margen de la vida sacramental de la Iglesia. «La vida cristiana no es solo obra de una persona singular, -asegura Tena-, ni de su intensidad espiritual, ni de su esfuerzo por un crecimiento ético, ni siquiera de su generosidad para con el prójimo; la vida cristiana es, sobre todo, obra de Dios. Es la acción del Espíritu Santo, la cual, por el bautismo, incorpora al hombre a la vida de hijo de Dios, por la comunión con Jesucristo; también la eucaristía es acción del Espíritu Santo; y la alianza matrimonial; y la ordenación de los ministros de Cristo y de la Iglesia; y la unción de los enfermos. La vida del cristiano está sellada por el don del Espíritu Santo. Dios actúa sobre el hombre a través de la acción litúrgica; la colaboración del creyente con la acción de Dios hará que, en cada sacramento, se verifique lo que éstos significan y contienen».

Indudablemente las palabras de Tena están marcadas por una intencionalidad profundamente teológica. La experiencia cristiana no es solo el resultado de una decisión voluntarista, animada por impulsos altruistas o por un encomiable afán de compromiso por la honradez o por la limpieza ética. La experiencia cristiana es algo más; supone una respuesta a la acción de Dios; una escucha atenta de su Palabra y una respuesta de fe a su llamada; un encuentro personal con Jesucristo en la Iglesia a través de los sacramentos. Ese es el momento decisivo, el encuentro, la experiencia personal, en la Iglesia, en la comunidad.

Por eso hay que decir aquí que la vida cristiana no discurre “por libre”. Nuestra experiencia de fe la vivimos en Iglesia, en comunidad. La fe, que es un sí personal de adhesión a Jesús y a su mensaje, la vivimos en comunidad, la confesamos en comunidad, la compartimos en comunidad y la celebramos en comunidad. Siempre impulsos del Espíritu, que nos anima y nos hace crecer.

La liturgia representa el momento culminante en el que expresamos y celebramos nuestra fe, sobre todo en la eucaristía. En ese momento reconocemos y celebramos el señorío de Cristo, su victoria sobre la muerte, su glorificación a la derecha del Padre.

Todo esto conduce a una conclusión. En sentido estricto nadie puede declararse cristiano si no practica. Nadie puede asegurar su identidad cristiana si su vida no está alimentada por los sacramentos; si su vida discurre al margen de la experiencia sacramental de la Iglesia. Porque la experiencia sacramental, en la actual oekonomia salutis, es la fuente a través de la cual Dios actúa sobre nosotros, nos da su fuerza, nos rejuvenece y nos inunda con su Espíritu.
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