La adoración de los magos.
Lo mismo que el acontecimiento salvador fue revelado prodigiosamente a los pastores (Lc 2,8-20), del mismo modo, de manera también prodigiosa, fue manifestado a unos extranjeros —magos o reyes, da lo mismo— por medio de una estrella. Es indudable que en este gesto revelador es Dios quien actúa, quien intenta desvelar el misterio e iluminar los ojos de los magos. El episodio de la «estrella» hay que descifrarlo según el contexto y la mentalidad oriental. La estrella no sólo anuncia el nacimiento de un gran personaje; en el antiguo Oriente, el rey y el heredero del trono eran llamados generalmente «estrellas». Por eso la estrella de los magos no es solamente el símbolo del rey Mesías, sino su misma personificación.
¿Cómo se revela el Señor en epifanía? Algunos testimonios patrísticos —numerosos, por cierto— nos permiten entender que los magos, al presentar sus dones al niño de Belén, le reconocieron como rey, como Dios y como hombre. Como a rey le ofrecieron oro, incienso como a Dios y mirra como a hombre. Así lo interpretaron algunos Padres. Por ejemplo, san León Magno: «¿De dónde viene, en efecto, que estos hombres (los magos), abandonando su patria, sin haber visto aún a Jesús y sin saber nada, no habiendo visto lo que iba a ser objeto de una veneración tan justa, de dónde viene que hayan escogido unos presentes tan apropiados para ofrecérselos? Es porque, además de la belleza de la estrella que había sido percibida por sus sentidos corporales, instruyó su corazón el rayo, más brillante aún, de la verdad. Por eso, antes de emprender las fatigas del viaje, entendieron que se les indicaba a alguien que había de ser honrado como rey, significado por el oro; ser adorado como Dios, significado por el incienso, y considerado como hombre, significado por la mirra».
Sin embargo, la tradición popular, que ha considerado la epifanía como la «fiesta de reyes», ha puesto el énfasis en el aspecto «real» de Cristo. Él es el rey de reyes. Por eso la fiesta llegó a convertirse en un reconocimiento de la realeza de Cristo, en una celebración de Cristo-Rey. Con todo, hay que tener en cuenta que la tradición antigua nunca consideró reyes a los magos, a excepción de Tertuliano. Según el autor africano, los magos eran reyes venidos de Arabia. Más aún: la celebración de la realeza de Cristo hay que entenderla como una extensión del reconocimiento de Cristo como Señor, Salvador y Mesías. Por tanto, «es al Kyrios, creador de todas las cosas, señor de los siglos y de los imperios, aparecido en la carne y venido para establecer su reinado mesiánico en la plenitud de los tiempos, al que se dirige el homenaje de la Iglesia en esta solemnidad de la epifanía». En este sentido hay que entender las palabras del canto de entrada en la misa de la fiesta: «Mirad que llega el Señor del señorío: en la mano tiene el reino, y la potestad, y el imperio».
Cada año, en efecto, al celebrar la fiesta de epifanía, la Iglesia hace suyos los sentimientos de los magos y actualiza de algún modo el misterio de la epifanía. Como los magos, así también la Iglesia se siente llamada por Dios, estimulada y sorprendida por la luz de su presencia. Como los magos, también la Iglesia, desde la fe, descubre el resplandor de la estrella y descifra su significado. Cada año la Iglesia recorre el camino de la búsqueda, siguiendo el resplandor de la estrella, tanteando el terreno, a medias entre la luz y la oscuridad. Cada año también, en la fiesta de epifanía, la Iglesia se aproxima al Señor en su misterio de humanidad y cercanía para adorarle y ofrecerle sus dones. Más aún: el mismo Cristo, en manos de su Iglesia, se convierte en don supremo ofrecido al Padre como homenaje de gratitud, como se expresa en la oración sobre las ofrendas de la misa: «Mira, Señor, los dones de tu Iglesia, que no son oro, incienso y mirra, sino Jesucristo, tu Hijo, que en estos misterios se manifiesta, se inmola y se da en comida».
Al celebrar la fiesta de epifanía, también la Iglesia, al igual que los magos, para penetrar la hondura del misterio, debe ver en profundidad, más allá de las apariencias. Así como los magos descubrieron al Mesías salvador en el Niño de Belén, también la Iglesia debe descubrir, a través y más allá del pan y del vino, la presencia viva del Dios hecho hombre. Sólo entonces, cuando la sintonía espiritual entre la Iglesia y los magos es total, sólo entonces la fiesta de epifanía se convierte para nosotros en misterio de iluminación y de salvación.