Mi apuesta por la celebración comunitaria de la penitencia
Vengo observando desde tiempo la grave crisis que atraviesa la práctica del sacramento de la penitencia. La gente, nuestra gente, no se confiesa o apenas lo hace. Esto no es una novedad. No se confiesa siguiendo el viejo sistema del confesonario, arrodillándose ante el confesor de turno, resignándose a tener que relatarle sus intimidades más ocultas y sometiéndose a veces al interrogatorio más ignominioso. Los fieles han ido dejando, cada vez más, esta forma de confesarse. Los pastores, cargados de razones, apenas han prodigado sus desvelos pastorales por mantener esta práctica.
Los padres conciliares, muy sensibles a la importancia de este sacramento, preocupados por los problemas pastorales que arrastraba la práctica del mismo y deseosos de recuperar la dimensión eclesial de su celebración, instaron a la revisión del ritual de la penitencia (SC 72). Así se hizo. El equipo de técnicos preparó un juego de tres modelos de celebración. El primero (A) mantenía el viejo modelo del confesonario. Era un guiño a la vieja guardia, por decirlo con palabras llanas. El tercero (C), limitado a casos muy excepcionales, resultó un invento de difícil digestión: confesión genérica de los pecados, con la obligación de volver a confesar los pecados graves. Es seguramente el modelo más usado, pero desatendiendo casi siempre la normativa que regula su práctica. El segundo modelo (B) es probablemente el que se presta a una práctica más generalizada: celebración de la palabra, examen de conciencia, confesión individualizada ante los sacerdotes asistentes, canto de acción de gracias, etc.
Por mi parte, tengo el convencimiento de que el segundo modelo es el más adecuado para la práctica pastoral. No voy a detenerme en los detalles. No es este el momento. Lo cierto es que este modelo ofrece un proyecto de celebración comunitaria, eclesial, en el que se pone de relieve que Dios nos perdona en y a través de la Iglesia, en medio de los hermanos, al expresar juntos nuestra confianza en su perdón y al proclamar juntos la acción de gracias y la alabanza al Dios misericordioso, que nos acoge con los brazos abiertos. Es la fiesta del perdón. Expresada con la proclamación de las lecturas, los cantos festivos y los gestos comunitarios, manifestando nuestro arrepentimiento y nuestra súplica de perdón. Insisto. Es la fiesta del perdón y del encuentro gozoso con el Padre, que nos acoge con los brazos abiertos, nos perdona y nos invita a su mesa.