“Será motivo de gran alegría para todo el pueblo”

Solemnidad de la Natividad del Señor – Ciclo C (Lucas 2, 1-14) 25 de diciembre de 2018


Alguna vez leí esta historia: Corría el año de 1944 en un lindo hogar de Inglaterra, en un pequeño pueblo no muy lejos de Londres. Esa noche había nacido su primogénito que trajo la mayor alegría que en la vida habían tenido sus padres, un contador de una factoría inglesa, y una mujer de gran carácter que estaba dedicada a las labores del hogar. Hubo gran fiesta y toda la familia, tíos, primos y amigos del recién nacido lo celebraron con las mejores pompas a su alcance. El pequeño era un lindo niño rosadito y muy alegre.

Al transcurrir de los días fueron notando que el niño no se movía del sitio en que su madre lo colocaba. Empezaron a observarle con gran preocupación y, efectivamente, el niño era un ser estático. Entonces, le llevaron a los médicos de su ciudad quienes después de examinarle dijeron que el niño padecía una grave enfermedad y que lo debían llevar a Londres para ponerlo en manos de algún especialista. Tan pronto pudieron, lo llevaron a un hospital neurológico en la capital inglesa. Después de muchos exámenes y reuniones médicas, los padres supieron que el niño padecía parálisis cerebral congénita en el mayor de los grados. El médico director les explicó con gran claridad qué era esta enfermedad y les manifestó que los seres humanos que la padecían no podrían moverse en todos los años de su vida. Además, les dijo que como no había desgaste corporal, estos niños vivían generalmente muchos más años que las personas normales.

El médico añadió que conocía el sufrimiento de las familias en estos casos. Los padres de este tipo de niños sufrían mucho. Por tanto, se les solía recomendar internar a sus hijos de por vida en un hospital especializado, donde los trataran con cariño y esmero personas no familiares y frecuentemente variadas que sabían sobrellevar a este tipo de pacientes. Su padre accedió con gran tristeza, pero con el convencimiento de que sería lo mejor para el pequeño. Pero su madre lo abrazó contra su pecho y dijo que por ningún motivo lo entregaría a nadie. Desde ese momento, dedicó toda su vida a darle los mejores cuidados.

Ya era un muchacho de 18 años, cuando un buen día bañándole, le pareció que le vio mover el dedo gordo de su pie derecho. La madre se le acercó y le dijo al oído: “hijo, creo que has movido un dedo, por favor si es así te ruego repite este movimiento”. La madre vio con una inmensa alegría que efectivamente su pie derecho movía el dedo gordo del pie. Su madre, muy emocionada, lanzó un grito y dijo: "Destellos de luz".

En el año 1988, la reina Isabel II inauguró en un museo de Londres, donde solamente se han expuesto obras de artistas reconocidos por el gobierno Inglés, la exposición de cuadros de Christi Brown, un discapacitado que hace obras con los pies. Este artista, no es ni más ni menos, que el personaje de nuestra historia. Pinta alrededor de 7 cuadros por año y se venden a un promedio de dos millones de dólares cada uno. Su estudio tiene unos muebles diseñados especialmente para él. El techo y las paredes están enchapadas en espejos para que pueda determinar los ángulos de sus pinceles. Pero no para ahí la historia hace unos pocos meses se publicó su primer libro que tiene por título, Destellos de luz, donde narra la historia de su vida y el proceso de su superación. Como si fuera poco, aparecerá dentro de poco, su primera obra musical. Con sus honorarios sostiene un hospital para niños con parálisis cerebral que es tal vez el más avanzado del mundo.

La vida de Jesús también fue “motivo de gran alegría para todo el pueblo”, tal como lo dice san Lucas en su evangelio. Desde la fragilidad, propia de un recién nacido, lleno de necesidades y sin poder valerse por sí mismo, Jesús nos habla del valor infinito de toda vida humana. Jesús de Nazaret aparece en medio de nosotros para enseñarnos que Dios se vale de nuestra pequeñez, para hacer obras grandes y para ofrecer al mundo “destellos de luz” en medio de nuestras tinieblas de muerte. Oremos hoy con este poema de Benjamín González Buelta, para agradecerle al Padre, el regalo de la vida de Jesús y el regalo de nuestra propia vida.
“Jesús de Nazaret,
palabra sin fin
en tu nombre pequeño,
caricia infinita
en tu mano de obrero,
perdón del Padre
en calles sin liturgia,
todopoderoso Señor
en sandalias sin tierras,
culmen de la historia
creciendo día a día,
hermano sin fronteras
en una reducida geografía.

No eres una mayúscula
que no cabe en la boca
de los más pequeños,
sino pan hecho migajas
entre los dedos del Padre
para todos los sencillos.

Tú sigues siendo
el agua de la vida,
una fuente inagotable
en la mochila raída
del que busca su futuro,
un lago azul
en el hueco insomne
de la almohada,
y un mar inmenso
que sólo cabe
dentro un corazón
sin puertas ni ventanas.

En ti todo está dicho,
aunque sólo sorbo a sorbo
vamos libando tu misterio.

En ti estamos todos,
aunque sólo nombre a nombre
vamos siendo cuerpo tuyo.

En ti todo ha resucitado
aunque solo muerte a muerte
vamos acogiendo tu futuro.

Y en cada uno de nosotros
sigues creciendo hasta que todo nombre,
raza, arcilla, credo,
culmine su estatura” .

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*

* Sacerdote jesuita, Delegado para la Misión. Conferencia de Provinciales Jesuitas de América Latina – Lima
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