El Dios más a la vista
¿Dios ha muerto?
“Gott ist tot”- “Dios está muerto” marca el alborozo del ateismo contemporáneo, desde que Nietzsche lo acuñara como grito de guerra contra la presencia de lo divino en medio de “lo humano”. En La ciencia gaya primero y más tarde en Así habló Zarathuthustra puso en curso algo que esperaban oír los ateos para consolarse de su falta de argumentos de verdad contra Dios. L0 que tal vez quiso decir Nietzsche es que “darlo por muerto” aliviaría les recelos de muchos ante la realidad de Dios, que muchos niegan y otros –por mucho que lo diga Nietzsche, no, ni mucho menos. Como ya dijera Voltaire antes que él, “si Dios no existiera, habría que inventar uno”. Y era Voltaire; nada menos que Voltaire.
El caso es que no está demostrado que Dios haya muerto.
La ‘cuestión de Dios’ es de las de mayor pervivencia y arraigo en la historia humana. Nadie lo ha visto cara a cara y frente a frente, y nadie –creo yo- ha dejado alguna de presentirlo, aunque fuera para negarlo. Mirando la historia entera, ¿quién podrá negar que Dios ha sido, en todo tiempo, una ocupación –preocupación igualmente- del hombre, antiguo, medio y moderno? Desde que el hombre es hombre, las preguntas sobre “Dios” han estado, de una manera o de otra, gravitando sobre la razón y el corazón humanos, empeñados en perenne porfía –cada uno a sus maneras- por dar cuerpo tanto a las ansias de absoluto que han anidado siempre dentro del hombre, como a las incertidumbres lógicas en que siempre se han diluido las dudas sobre Dios. ¿Quién ha visto a Dios cara a cara pisando caminos de tierra? Y sin embargo las naturales dudas acerca de Dios jamás han dejado al hombre pasivo o insensible a la intuida o, quizás mejor, presentida coexistencia de lo humano con “lo divino”.
Hoy, sin embargo, en esta sociedad secularizada –en el peor sentido de la palabra- y gaseosa -en el sentido más literal de la expresión, a cuenta de las filosofías de la “muerte de Dios” y de la paradoja del nihilismo asociado al mito moderno del “super-hombre”-, cualquiera pudiera preguntarse si, a fuerza de quererlo echar fuera de la historia, el hombre se ve ya liberado de sus ancestrales presentimientos y certezas morales sobre Dios.
Yo diría –ante tan artificiales augurios que ¡vano empeño!”.
Pocas veces he visto un diseño de la ‘cuestión de Dios’ tan realista, pegado a la realidad y a la historia, tan ajustado a las circunstancias, y sobre todo tan proyectivo y veraz como el que usa Ortega y Gasset para abrir su magistral ensayo Dios a la vista (Obras, Alianza Editorial, Madrid, 1998, t. II, p. 4939). Merece la pena recordarlo en aviso a los que graciosa y alegremente se recrean en la faena de enterrar a Dios después de que Nietszche decretara su muerte.
“En la órbita de la tierra hay perihelio y afelio; un tiempo de máxima aproximación al Sol y un tiempo de máximo alejamiento. Un espectador astral que viese a la Tierra en el momento en que huye del Sol pensaría que el planeta no había de volver nunca junto a él, sino que cada día, eviternamente, se alejaría más. Pero si espera un poco verá que la Tierra, imponiendo una suave inflexión a su vuelo encontrará su ruta, volviend9o ponto junto al Sol, como la paloma al palomar y el boomerang a la mano que lo lanzó.
Algo parecido acontece en la órbita de la historia con la mente respecto a Dios. Hay épocas de odium dei, de gran fuga lejos de la divino, en que esta eterna montaña de Dios llega casi a desaparecer del horizonte. Pero, al cabo, vienen sazones en que súbitamente, con la gracia intacta de una costa virgen, emerge a sotavento el acantilado de la divinidad.
La hora de ahora es de este linaje, y procede gritar desde la cofa: ¡Dios a la vista!”.
La idea siguiente de nuestro mejor pensador del s. XX despeja seguramente algunas malicias ante ese arranque para muchos inesperado en una trayectoria de vida social como la suya: “No se trata de beatería ninguna”. La realidad de Dios forma parte del equipamiento que el hombre necesita para ser hombre
Por qué –hoy precisamente- salta al escenario de mis reflexiones diarias la ‘cuestión de Dios’, en una circunstancia cultural, en que la sola palabra “Dios” parece quemar en la boca de algunos –bastantes, demasiados seguramente- que parecen creer que con dejar de lado a Dios dejan de lado o sus propias carencias o sus propios complejos o sus propias limitaciones….
Muy sencillo. Esta mañana he leído ese pasaje del Deuteronomio, en el que Moisés –en un momento del largo pasaje- de la esclavitud a la libertad, en años y años de desierto y soledades, recuerda al “pueblo” (sic, al pueblo, dice la Biblia) que los mandatos y preceptos de Dios son la mejor garantía de salir con éxito de las encrucijadas que torpedean los caminos hacia la libertad.
Ponerlos por obra –señala Moisés al pueblo- es señal de inteligencia y de sabiduría a los ojos de todos los que saben algo de inteligencia y tienen algo que ver con la sabiduría.
Y Moisés, que no era un aventurero ni un zoquete, sino un guía de pueblos que al suyo lo puso fuera de los alcances de la tiranía, le hace una observación que, si se ponen los ojos en la historia universal, quizá tenga más miga de la que a primera vista puede aparentar
La frase, en forma de interrogante que supone ya la vivencia de la realidad que se objetiva en él, es portentosa y para pensarla por sus destinatarios. “En efecto –le dice- ¿hay alguna nación tan grande que tenga sus dioses tan cerca como lo está de nosotros nuestro Dios siempre que lo invocamos? ¿Hay preceptos más justos que los que vienen de las leyes de Dios”.
Cuidado, por tanto, les advierte. Guardaos muy bien de olvidaros de los sucesos que han visto vuestros ojos y de las palabras que escuchan o han escuchado vuestros oídos. Pasadlos unos a otros, de padres a hijos y nietos
Me parece claro que Ortega -al enfilar con su agudo mirar a Dios, y verlo como una presencia real, aunque recurrente, en el variopinto mar de la entera historia humana y gritar “Dios a la vista” desde la cofa de su pensamiento perspicaz y cómplice de la verdad dondequiera que la sorprenda su mirada- en esta precioso ensayo visualiza un “dios” de tejas abajo, lo que no deja de ser una manera de mirar.
En ese momento, la vista o las ganas no le dan para más. “Dios a la vista” lo diseña en 1926. Y no llega porque no quiso o no se atrevió –desde su circunstancia entonces- a mirar más lejos y se quedó en el “dios profano” que pide y exige la razón, y se abstuvo de dar el salto hasta el “Dios cristiano”, el de la “fe” sobrenatural, que se revela –aún siendo el “Dios profano”, puede hacerlo- dejándose evangelizar por el “Verbo de Dios hecho hombre”.
Más tarde, al mismo Ortega, al que nunca le dolieron más prendas que las de la verdad y su lucha por ella, el “Dios cristiano” se suscita más de un clamor de admiración t reconoce que el “cristianismo” fue todo él un pivote mayúsculo en el desarrollo humano, aunque los cristianos –como más de una vez también advierte- hayan dejado que desear al secundar las ingentes virtualidades del mensaje que da base constitutiva al Cristianismo. Y si alguien duda de lo que digo, le reto a que, desarmando las pasiones, lea pausadamente el capítulo VIII de esas magistrales lecciones dictadas mucho más tarde, que se titulan Qué es filosofía (cfr. Qué es filosofía, 2ª edic., Rev. de Occidente Madrid, 1860, pp. 171-187). Es un reto para ojos que quieran pasar del escepticismo o la duda metódica a la verdad expuesta con objetividad por alguien que casi todos dicen que no fue creyente. Léanlo y verán; pero léanlo sin ojeriza y entero, hasta esa frase del final en que dice que “la modernidad nace de la cristiandad”.
Para cerrar estas reflexiones, por si pudieran servir a alguien para sacudirse el polvo o quitarse telarañas de complejos o de servidumbres voluntarias, vayan dos frases de maestros del pensamiento moderno que –por serlo y aunque alguno de ellos no fuera creyente-no censuran la verdad que les acoge y que abonan estos terrenos hoy tan inhóspitos para los fantasiosos de llamado “progresismo”
En El hombre rebelde (“Los hijos de Caín”), el Nóbel Albert Camus escribe una frase tremenda pero de hondos y altos vuelos teológicos y sobre todo : “Pour que le 0Dieu soit un homme, il faut qu’il désespère”. Para pensarla.
Y Chateaubriand, en sus Memoires d’outretombe (III, II, 5, 25) escribe este otro pensamiento digno también de ser pensando siempre, aunque más en tiempos como estos, tan arrebatados e inciertos, en que las gentes, para buscar soluciones y salidas, parecen mirar a todas partes menos adonde debieran mirar con algo más de atención, que es a Dios: “La religion est le seul pouvoir devant lequel on peut se courber sans s’avilir”.
Ambos sirvan para pensar un poco, y en estos tiempos más.
SANTIAGO PANIZO ORALLO
“Gott ist tot”- “Dios está muerto” marca el alborozo del ateismo contemporáneo, desde que Nietzsche lo acuñara como grito de guerra contra la presencia de lo divino en medio de “lo humano”. En La ciencia gaya primero y más tarde en Así habló Zarathuthustra puso en curso algo que esperaban oír los ateos para consolarse de su falta de argumentos de verdad contra Dios. L0 que tal vez quiso decir Nietzsche es que “darlo por muerto” aliviaría les recelos de muchos ante la realidad de Dios, que muchos niegan y otros –por mucho que lo diga Nietzsche, no, ni mucho menos. Como ya dijera Voltaire antes que él, “si Dios no existiera, habría que inventar uno”. Y era Voltaire; nada menos que Voltaire.
El caso es que no está demostrado que Dios haya muerto.
La ‘cuestión de Dios’ es de las de mayor pervivencia y arraigo en la historia humana. Nadie lo ha visto cara a cara y frente a frente, y nadie –creo yo- ha dejado alguna de presentirlo, aunque fuera para negarlo. Mirando la historia entera, ¿quién podrá negar que Dios ha sido, en todo tiempo, una ocupación –preocupación igualmente- del hombre, antiguo, medio y moderno? Desde que el hombre es hombre, las preguntas sobre “Dios” han estado, de una manera o de otra, gravitando sobre la razón y el corazón humanos, empeñados en perenne porfía –cada uno a sus maneras- por dar cuerpo tanto a las ansias de absoluto que han anidado siempre dentro del hombre, como a las incertidumbres lógicas en que siempre se han diluido las dudas sobre Dios. ¿Quién ha visto a Dios cara a cara pisando caminos de tierra? Y sin embargo las naturales dudas acerca de Dios jamás han dejado al hombre pasivo o insensible a la intuida o, quizás mejor, presentida coexistencia de lo humano con “lo divino”.
Hoy, sin embargo, en esta sociedad secularizada –en el peor sentido de la palabra- y gaseosa -en el sentido más literal de la expresión, a cuenta de las filosofías de la “muerte de Dios” y de la paradoja del nihilismo asociado al mito moderno del “super-hombre”-, cualquiera pudiera preguntarse si, a fuerza de quererlo echar fuera de la historia, el hombre se ve ya liberado de sus ancestrales presentimientos y certezas morales sobre Dios.
Yo diría –ante tan artificiales augurios que ¡vano empeño!”.
Pocas veces he visto un diseño de la ‘cuestión de Dios’ tan realista, pegado a la realidad y a la historia, tan ajustado a las circunstancias, y sobre todo tan proyectivo y veraz como el que usa Ortega y Gasset para abrir su magistral ensayo Dios a la vista (Obras, Alianza Editorial, Madrid, 1998, t. II, p. 4939). Merece la pena recordarlo en aviso a los que graciosa y alegremente se recrean en la faena de enterrar a Dios después de que Nietszche decretara su muerte.
“En la órbita de la tierra hay perihelio y afelio; un tiempo de máxima aproximación al Sol y un tiempo de máximo alejamiento. Un espectador astral que viese a la Tierra en el momento en que huye del Sol pensaría que el planeta no había de volver nunca junto a él, sino que cada día, eviternamente, se alejaría más. Pero si espera un poco verá que la Tierra, imponiendo una suave inflexión a su vuelo encontrará su ruta, volviend9o ponto junto al Sol, como la paloma al palomar y el boomerang a la mano que lo lanzó.
Algo parecido acontece en la órbita de la historia con la mente respecto a Dios. Hay épocas de odium dei, de gran fuga lejos de la divino, en que esta eterna montaña de Dios llega casi a desaparecer del horizonte. Pero, al cabo, vienen sazones en que súbitamente, con la gracia intacta de una costa virgen, emerge a sotavento el acantilado de la divinidad.
La hora de ahora es de este linaje, y procede gritar desde la cofa: ¡Dios a la vista!”.
La idea siguiente de nuestro mejor pensador del s. XX despeja seguramente algunas malicias ante ese arranque para muchos inesperado en una trayectoria de vida social como la suya: “No se trata de beatería ninguna”. La realidad de Dios forma parte del equipamiento que el hombre necesita para ser hombre
Por qué –hoy precisamente- salta al escenario de mis reflexiones diarias la ‘cuestión de Dios’, en una circunstancia cultural, en que la sola palabra “Dios” parece quemar en la boca de algunos –bastantes, demasiados seguramente- que parecen creer que con dejar de lado a Dios dejan de lado o sus propias carencias o sus propios complejos o sus propias limitaciones….
Muy sencillo. Esta mañana he leído ese pasaje del Deuteronomio, en el que Moisés –en un momento del largo pasaje- de la esclavitud a la libertad, en años y años de desierto y soledades, recuerda al “pueblo” (sic, al pueblo, dice la Biblia) que los mandatos y preceptos de Dios son la mejor garantía de salir con éxito de las encrucijadas que torpedean los caminos hacia la libertad.
Ponerlos por obra –señala Moisés al pueblo- es señal de inteligencia y de sabiduría a los ojos de todos los que saben algo de inteligencia y tienen algo que ver con la sabiduría.
Y Moisés, que no era un aventurero ni un zoquete, sino un guía de pueblos que al suyo lo puso fuera de los alcances de la tiranía, le hace una observación que, si se ponen los ojos en la historia universal, quizá tenga más miga de la que a primera vista puede aparentar
La frase, en forma de interrogante que supone ya la vivencia de la realidad que se objetiva en él, es portentosa y para pensarla por sus destinatarios. “En efecto –le dice- ¿hay alguna nación tan grande que tenga sus dioses tan cerca como lo está de nosotros nuestro Dios siempre que lo invocamos? ¿Hay preceptos más justos que los que vienen de las leyes de Dios”.
Cuidado, por tanto, les advierte. Guardaos muy bien de olvidaros de los sucesos que han visto vuestros ojos y de las palabras que escuchan o han escuchado vuestros oídos. Pasadlos unos a otros, de padres a hijos y nietos
Me parece claro que Ortega -al enfilar con su agudo mirar a Dios, y verlo como una presencia real, aunque recurrente, en el variopinto mar de la entera historia humana y gritar “Dios a la vista” desde la cofa de su pensamiento perspicaz y cómplice de la verdad dondequiera que la sorprenda su mirada- en esta precioso ensayo visualiza un “dios” de tejas abajo, lo que no deja de ser una manera de mirar.
En ese momento, la vista o las ganas no le dan para más. “Dios a la vista” lo diseña en 1926. Y no llega porque no quiso o no se atrevió –desde su circunstancia entonces- a mirar más lejos y se quedó en el “dios profano” que pide y exige la razón, y se abstuvo de dar el salto hasta el “Dios cristiano”, el de la “fe” sobrenatural, que se revela –aún siendo el “Dios profano”, puede hacerlo- dejándose evangelizar por el “Verbo de Dios hecho hombre”.
Más tarde, al mismo Ortega, al que nunca le dolieron más prendas que las de la verdad y su lucha por ella, el “Dios cristiano” se suscita más de un clamor de admiración t reconoce que el “cristianismo” fue todo él un pivote mayúsculo en el desarrollo humano, aunque los cristianos –como más de una vez también advierte- hayan dejado que desear al secundar las ingentes virtualidades del mensaje que da base constitutiva al Cristianismo. Y si alguien duda de lo que digo, le reto a que, desarmando las pasiones, lea pausadamente el capítulo VIII de esas magistrales lecciones dictadas mucho más tarde, que se titulan Qué es filosofía (cfr. Qué es filosofía, 2ª edic., Rev. de Occidente Madrid, 1860, pp. 171-187). Es un reto para ojos que quieran pasar del escepticismo o la duda metódica a la verdad expuesta con objetividad por alguien que casi todos dicen que no fue creyente. Léanlo y verán; pero léanlo sin ojeriza y entero, hasta esa frase del final en que dice que “la modernidad nace de la cristiandad”.
Para cerrar estas reflexiones, por si pudieran servir a alguien para sacudirse el polvo o quitarse telarañas de complejos o de servidumbres voluntarias, vayan dos frases de maestros del pensamiento moderno que –por serlo y aunque alguno de ellos no fuera creyente-no censuran la verdad que les acoge y que abonan estos terrenos hoy tan inhóspitos para los fantasiosos de llamado “progresismo”
En El hombre rebelde (“Los hijos de Caín”), el Nóbel Albert Camus escribe una frase tremenda pero de hondos y altos vuelos teológicos y sobre todo : “Pour que le 0Dieu soit un homme, il faut qu’il désespère”. Para pensarla.
Y Chateaubriand, en sus Memoires d’outretombe (III, II, 5, 25) escribe este otro pensamiento digno también de ser pensando siempre, aunque más en tiempos como estos, tan arrebatados e inciertos, en que las gentes, para buscar soluciones y salidas, parecen mirar a todas partes menos adonde debieran mirar con algo más de atención, que es a Dios: “La religion est le seul pouvoir devant lequel on peut se courber sans s’avilir”.
Ambos sirvan para pensar un poco, y en estos tiempos más.
SANTIAGO PANIZO ORALLO