Para comprender la Navidad, especialmente toda la vida de Jesús, es necesario situarla en la dinámica del amor. El amor es el único camino que humaniza al hombre de ayer, hoy y mañana. Sin el amor jamás la historia saldrá de los escondrijos del egoísmo y la envidia, la violencia y la desolación.
La Kénosis divina es la que enmarca toda la Encarnación de Dios, asumiendo desde su propia inmutabilidad las categorías de espacio y tiempo en su más íntima dinámica… Y toda Kénosis tiene dos direcciones: Uno que abaja al Dios vivo hacia el hombre asumiendo la pobreza y la debilidad de la finitud, y otro que hace elevar al hombre hacia la esfera de Dios como un gran camino de divinización. En Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, se dan estas dos direcciones fantásticas de la Kénosis divina.
El amor jamás encuentra su fundamento en la vida finita del hombre, porque su origen está más allá de lo inmanente y más íntimo que la empatía misma. Y la expresión máxima del amor es el rostro de Dios mismo, que se abaja en su propia dignidad y grandeza para elevar al hombre hacia Él.
El amor es "paciente, servicial; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta" (1 Cor 13, 4-7).