LA EXIGENCIA EVANGÉLICA A VIVIR LA HUMILDAD.
LA EXIGENCIA EVANGÉLICA A VIVIR LA HUMILDAD.
La exigencia evangélica a vivir la humildad brota en toda su extensión como una urgencia en el seguimiento del discípulo de Cristo. Y la humildad es vivir en verdad.
Para vivir en verdad es necesario la corrección fraterna. La apertura al otro lleva necesariamente grandes dosis de purificación y de revisión para así purificar nuestras actitudes y conductas, palabras y sentimientos, proyectos y omisiones.
Y qué difícil es abrirse a la corrección fraterna. Cuando alguien nos critica nuestra primera reacción, en la mayor parte de las veces, es el malestar hacia esa persona y nuestra reacción negativa la que prevalece, pero no olvidemos que sin esta corrección muchas dimensiones existenciales quedarán ocultas y seremos como la madrastra repelente, ensimismada en su ego y engañándose a sí misma en su orgullo.
Madre Teresa de Calcuta escribía en el año 1966 a las Hermanas de su Congregación unas recetas para ser humilde: “Hablar de sí tan poco como sea posible, ocuparse de sus propios asuntos, evitar la curiosidad, no querer arreglar los asuntos de los demás, aceptar las contradicciones con buen humor, pasar por alto las faltas de otros, aceptar el reproche aún cuando sea inocente, ceder a la voluntad de los demás, aceptar los insultos e injurias, aceptar ser desatendido y menospreciado, ser gentil y dulce aún cuando provoquen a uno, no buscar ser admirado y amado, no escudarse nunca tras la propia dignidad, ceder en las discusiones aún cuando uno tenga razón, elegir siempre lo más difícil...”
Cuando te encuentres a un hombre y a una mujer humilde te sugiero que le mires atentamente y te preguntes sinceramente qué es lo que lo hace grande y lo diferencia de otros muchos de tu entorno.
www.marinaveracruz.net
La exigencia evangélica a vivir la humildad brota en toda su extensión como una urgencia en el seguimiento del discípulo de Cristo. Y la humildad es vivir en verdad.
Para vivir en verdad es necesario la corrección fraterna. La apertura al otro lleva necesariamente grandes dosis de purificación y de revisión para así purificar nuestras actitudes y conductas, palabras y sentimientos, proyectos y omisiones.
Y qué difícil es abrirse a la corrección fraterna. Cuando alguien nos critica nuestra primera reacción, en la mayor parte de las veces, es el malestar hacia esa persona y nuestra reacción negativa la que prevalece, pero no olvidemos que sin esta corrección muchas dimensiones existenciales quedarán ocultas y seremos como la madrastra repelente, ensimismada en su ego y engañándose a sí misma en su orgullo.
Madre Teresa de Calcuta escribía en el año 1966 a las Hermanas de su Congregación unas recetas para ser humilde: “Hablar de sí tan poco como sea posible, ocuparse de sus propios asuntos, evitar la curiosidad, no querer arreglar los asuntos de los demás, aceptar las contradicciones con buen humor, pasar por alto las faltas de otros, aceptar el reproche aún cuando sea inocente, ceder a la voluntad de los demás, aceptar los insultos e injurias, aceptar ser desatendido y menospreciado, ser gentil y dulce aún cuando provoquen a uno, no buscar ser admirado y amado, no escudarse nunca tras la propia dignidad, ceder en las discusiones aún cuando uno tenga razón, elegir siempre lo más difícil...”
Cuando te encuentres a un hombre y a una mujer humilde te sugiero que le mires atentamente y te preguntes sinceramente qué es lo que lo hace grande y lo diferencia de otros muchos de tu entorno.
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