« Bienaventurados los pobres … ¡ Ay de vosotros, los ricos! »



San Lucas nos acompaña hoy «en un paraje llano» (Lc 6,17), donde Jesús se detiene con los Doce y adonde acuden multitud de otros discípulos y gente llegada de todas partes para escucharlo. Anuncia san Lucas en él las «bienaventuranzas» (Lc 6,20-26; cf. Mt 5,1-12). Mirando tiernamente a sus discípulos, Jesús dice: «Dichosos los pobres... los que ahora tenéis hambre... los que lloráis... cuando los hombres proscriban vuestro nombre» por mi causa. ¿Por qué así? Porque la justicia divina hará que sean saciados, se alegren, sean resarcidos de toda acusación falsa, en resumen: porque ya desde ahora los acoge en su reino.

Las bienaventuranzas se basan en que existe una justicia divina, que enaltece a quien ha sido humillado injustamente y humilla a quien se ha enaltecido (cf. Lc 14,11). De hecho, el evangelista de la misericordia, Lucas, tras los cuatro «dichosos vosotros», añade cuatro amonestaciones (malaventuranzas): «Ay de vosotros, los ricos..., los que ahora estáis saciados..., los que ahora reís» y «Ay si todo el mundo habla bien de vosotros», porque, como afirma Jesús, la situación se invertirá, «los últimos serán primeros y los primeros últimos» (cf. Lc 13, 30).

Jesús desciende de la montaña y se para, según san Lucas, en una llanura para hacer el discurso (Lc 6,17). De ahí que algunos lo llamen el «Sermón de la llanura». En el Evangelio de san Mateo, por el contrario, este mismo discurso se hace sobre la montaña (Mt 5,1) y es llamado el «Sermón de la montaña». Mateo intenta presentar a Jesús como el nuevo legislador, el nuevo Moisés. Recuérdese que sobre la montaña recibió Moisés la ley (Éx 19,3-6; 31,18; 34,1-2) y nosotros la nueva ley de Jesús.

San Mateo adapta las bienaventuranzas de Jesús, signos proféticos y anuncios de suyo, a la catequesis de la Iglesia primitiva. Digamos que las moraliza. Lucas, en cambio, que es eminentemente social, acentúa los pobres (frente a los ricos), los sencillos, el hambre y la justicia. En el sermón Lucas se reduce a la caridad. Mateo, en cambio, hace un discurso programático en boca de Jesús.

Esta justicia y esta bienaventuranza se realizan en el «reino de los cielos» o «reino de Dios», cuyo cumplimiento será al fin de los tiempos, pero que ya está presente en la historia. Donde los pobres son consolados y admitidos al banquete de la vida, allí se manifiesta la justicia de Dios. Esta es también la tarea de los discípulos del Señor en la sociedad actual.

El Evangelio de Cristo responde positivamente a la sed de justicia del hombre, pero Jesús no propone una revolución de tipo social y político –como algunos interpretan torcidamente-, sino la del amor, ya realizada, por cierto, con su cruz y resurrección. En ellas se fundan las bienaventuranzas, que abren el nuevo horizonte de justicia inaugurado por la Pascua, gracias al cual podemos ser justos y construir un mundo mejor.

Jesús llama hoy dichosos a los pobres, los que lloran, los que tienen hambre y los perseguidos. Y malaventurados, por el contrario, a los ricos, los que ríen, los que están saciados o los que son alabados por todos. ¿En qué consiste la felicidad que Jesús atribuye a los pobres, a los hambrientos, a los que lloran, a los que son perseguidos? ¿Es eso felicidad? Lo que Jesús dice contrasta con la diaria experiencia de la vida. El ideal común de la felicidad es bien diverso de la felicidad de la que habla Jesús.

Dejemos que las palabras de Jesús nos penetren, nos muevan y nos conmuevan. Viene bien hacer silencio en el corazón. Es cuestión de poner durante la lectura sumo interés y atención a dos cosas: Una, a las categorías sociales, tanto de las personas que se llaman felices, como las amenazadas por la infelicidad. Y dos, a las personas que conoces y forman parte del círculo de tus amistades y que pueden catalogarse en una o en otra categoría social.

Digamos asimismo que san Lucas presenta la enseñanza de Jesús en una revelación progresiva. Primero, hasta el v.16, dice y vuelve a decir que Jesús enseñaba, pero nada, en cambio, dice sobre el contenido de su enseñanza (Lc 4,15.31-32.44; 5,1.3.15.17; 6,6). Ahora, después de haber informado que Jesús vio una multitud deseosa de abrirse a la palabra de Dios, el misericordioso Lucas coloca el primer discurso. No es largo, pero sí muy significativo.



Su primera parte (Lc 6,20-38) comienza con un provocante contraste: «¡Dichosos vosotros los pobres!» «¡Ay de vosotros los ricos!» (Lc 6,20-26); Jesús ordena amar a los enemigos (Lc 6, 27-35); pide imitar a Dios en su misericordia (Lc 6,36-38). La segunda parte (Lc 6,39-49) dice que ninguno puede considerarse superior a los demás (Lc 6,39-42); el árbol bueno da frutos buenos, el malo malos (Lc 6,43-45); no ayuda a la persona el esconderse bajo bellas palabras; sí, en cambio, el ponerlas en práctica (Lc 6,46-49), por supuesto.

Lucas coloca la acción de Jesús en el espacio y en el tiempo (6,17), justo lo que no existirá en la eternidad. Jesús ha pasado la noche en oración (Lc 6,12) y ha escogido a los doce, a los que ha dado el nombre de apóstoles (Lc 6,13-16), con quienes desciende de la montaña. Llegado a la llanura encuentra a un grupo numeroso de discípulos y una inmensa multitud de personas llegadas de toda la Judea, Jerusalén, Tiro y Sidón.

La muchedumbre se siente desorientada y abandonada y busca a Jesús porque ansía su palabra y ser curada de sus males (Lc 6,18-19). La curación favorece a mucha gente; llega en concreto a muchos poseídos de espíritus inmundos. No pocos de los circunstantes y más próximos tratan de tocar a Jesús, porque advierten que hay en Él una fuerza que hace bien y cura a las personas. Jesús acoge a todos los que lo buscan. Entre la muchedumbre hay judíos y extranjeros. ¡Este es uno de los temas preferidos de Lucas!

«¡Dichosos vosotros los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios!» (Lc 6,20). Esta primera bienaventuranza identifica la categoría social de los discípulos de Jesús. Son ¡los pobres! Y Jesús les garantiza: «¡Vuestro es el Reino de los cielos! ». No es promesa de futuro, sino de presente. ¡El Reino está ya en ellos! Aun siendo pobres, ellos son ya felices. El Reino no es un bien futuro. Existe ya en medio de los pobres.

En el Evangelio de Mateo, Jesús explica el sentido y dice: «¡Dichosos los pobres en «el Espíritu!» (Mt 5,3): son los pobres que tienen el Espíritu de Jesús. Porque pobres hay con el espíritu y la mentalidad de los ricos, y eso no vale. Los discípulos de Jesús son pobres y tienen la mentalidad de pobres. Tampoco ellos, como Jesús, quieren acumular, sino asumir la pobreza e, igual que Jesús, luchan por una convivencia más justa, donde exista la fraternidad y el compartir de bienes, sin discriminación.

Quedémonos aquí, porque aún siguen los que tienen hambre, los que lloran. Es más, después de las cuatro bienaventuranzas lucanas a favor de los pobres y marginados, siguen cuatro amenazas contra los ricos, los que están saciados, los que ríen, los que son alabados por todos (Lc 6,24-26). Las cuatro malaventuranzas tienen la misma forma literaria que las cuatro bienaventuranzas. Parecen antónimos. La primera está en presente. La segunda y la tercera tienen, parte en presente y parte en futuro. La cuarta se refiere toda al futuro. Las cuatro se encuentran en el Evangelio de Lucas y no en el de Mateo. Lucas es más radical en denunciar la injusticia.



Un detenido análisis de las bienaventuranzas lucanas pone de relieve que las dos afirmaciones antitéticas -«¡Dichosos vosotros los pobres¡» y «¡Ay de vosotros, los ricos!»- mueven a los que escuchan a hacer una elección u opción a favor de los pobres. En el Antiguo Testamento, diversas veces Dios pone al pueblo delante de una elección de bendición o maldición. Al pueblo se le dará la libertad de escoger: «Te pongo delante vida o muerte, bendición o maldición. Escoge la vida, para que vivas, tú y tu descendencia» (Dt 30,19).

No es Dios, siendo así, quien condena. Es, más bien, el pueblo mismo quien escoge la vida o la muerte. Dependerá, claro es, de su posición delante de Dios y de los otros. Estos momentos de elección son de visita de Dios a su pueblo (Gén 21,1; 50,24-25; Éx 3,16; 32,34; Jr 29,10; SL 59,6; Sl 65,10; Sl 80,15; Sl 106,4). Lucas es, por cierto, el único evangelista que se sirve de esta imagen de la visita de Dios (Lc 1,68.78; 7,16; 19,44). Para san Lucas Jesús es la visita de Dios que pone a la multitud ante una elección de bendición o maldición «¡Dichosos vosotros, los pobres!» y «¡Ay de vosotros, los ricos!». Lo que pasa es que la gente no reconoce la visita de Dios (Lc 19,44).

Bienaventuranzas y malaventuranzas, pues, forman parte de un discurso cuya primera parte está dirigida a los discípulos (Lc 6,20). La segunda, a «vosotros los que me escucháis» (Lc 1,27), o sea, a la inmensa multitud de pobres y enfermos llegada de todas partes (Lc 6,17-19). La palabras que Jesús dirige a esta muchedumbre son exigentes y difíciles: «amad a vuestros enemigos» (Lc 6,27), «bendecid a aquéllos que os maldicen» (Lc 6,28), «a quien te hiera en la mejilla ofrécele la otra» Lc 6,29) «a quien te quite el manto, no le impidas tomar la túnica» (Lc 6,29).

Dos frases ayudan a entender lo que estas palabras quieren de suyo enseñar. La primera: «Lo que queráis que os hagan los hombres, hacédselo vosotros igualmente» (Lc 6,31) La segunda: «Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo» (Lc 6,36). Jesús no pretende simplemente cambiar algo, porque nada cambiaría. Él quiere cambiar el sistema.

La novedad que Jesús quiere construir viene de la nueva experiencia que tiene de Dios, Padre lleno de ternura que acoge a todos. Las palabras de amenaza contra los ricos no pueden ser ocasión de venganza por parte de los pobres. Jesús ordena tener una conducta contraria: «¡Amad a vuestros enemigos!» El verdadero amor no puede depender de lo que recibo del otro. El amor debe querer el bien del otro independientemente de lo que el otro haga por mí. Porque así es el amor de Dios para con nosotros.



Reflexionar una vez al año no hace daño y es bueno para todos, desde los pobres en el Espíritu, cuya talla alcanza el listón más alto de la pobreza, hasta los ricos en Bolsa y los que no reparan en modos y maneras de enriquecerse, aunque sea a costa de los demás. En los primeros, porque siguen siendo la conciencia mas limpia del verdadero Reino de Dios, que todo lo remite a la otra vida. Y en los segundos, por contra, para que no se hagan ilusiones ni se crean la alegría de la huerta. Porque soltarse el peluquín y -cuando se les habla de pobreza- largar aquello de adiós muy buenas que para luego es tarde, puede arrojar el maloliente resultado de que tarde acabe siendo nunca.

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