Al servicio de un mundo herido en solidaridad interreligiosa
El diálogo interreligioso «no solo ayuda a aclarar los principios de nuestra propia fe y nuestra identidad como cristianos, sino que también abre nuestra comprensión de los desafíos y las soluciones creativas que otros pueden tener» (Dr. Sauca).
«La pandemia ha dejado al descubierto las heridas y la fragilidad de nuestro mundo, y que las respuestas deben ofrecerse en solidaridad inclusiva, abierta a los seguidores de otras tradiciones religiosas y personas de buena voluntad» (Cardenal Ayuso).
Que al abrir nuestro corazón en diálogo y nuestras manos en solidaridad, construyamos juntos un mundo que se caracterice por la curación y la esperanza en conformidad con el subtítulo del documento: «Un llamado cristiano a la reflexión y a la acción durante la covid-19 y más allá».
Que al abrir nuestro corazón en diálogo y nuestras manos en solidaridad, construyamos juntos un mundo que se caracterice por la curación y la esperanza en conformidad con el subtítulo del documento: «Un llamado cristiano a la reflexión y a la acción durante la covid-19 y más allá».
El Consejo Mundial de Iglesias y el Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso hicieron conjuntamente el 27 de agosto de 2020 un llamamiento a los seguidores de Jesucristo para que amen y sirvan solidarios también con quienes profesan religiones diferentes o no se consideran afiliados a ninguna.
Publicadas oficialmente el 5 de febrero del 2021 las traducciones del documento al inglés, chino, chino tradicional, francés, alemán, portugués, español, italiano y árabe, se ocuparon de presentarlas con sendos mensajes de video el secretario general interino del CMI, Rev. Prof. Dr. Ioan Sauca, y el presidente del PCDI, cardenal Miguel Ángel Ayuso Guixot.
El Dr. Sauca destacó que el diálogo interreligioso «no solo ayuda a aclarar los principios de nuestra propia fe y nuestra identidad como cristianos, sino que también abre nuestra comprensión de los desafíos y las soluciones creativas que otros pueden tener».
El cardenal Ayuso afirmó igualmente que el servicio cristiano y la solidaridad en un mundo herido forma parte de su dicasterio y del CMI desde el año pasado, cuando el covid-19 llevó el proyecto a la acción como «una respuesta ecuménica e interreligiosa oportuna». Señaló también que «la pandemia ha dejado al descubierto las heridas y la fragilidad de nuestro mundo, y que las respuestas deben ofrecerse en solidaridad inclusiva, abierta a los seguidores de otras tradiciones religiosas y personas de buena voluntad».
El documento aspira a ofrecer una base cristiana para la fraternidad interreligiosa que inspire y confirme el impulso a servir a un mundo herido no solo por el covid-19 sino también por muchas otras heridas. La parábola del Buen Samaritano (cf. Lc 10,25-37), central en sus páginas, invita a trascender límites en el servicio a los que sufren, adhiriéndose a ellos y superando los supuestos negativos que podamos albergar.
En cuanto a la faceta negativa de la crisis actual, el documento recuerda que la pandemia de covid-19 ha alterado dramáticamente la vida diaria y puesto de relieve la vulnerabilidad que los seres humanos todos compartimos. El confinamiento -insiste- ha puesto de rodillas a la economía mundial y el hambre podría duplicarse en el mundo debido a esta catástrofe. También ha contribuido al incremento de la violencia doméstica. Enfermos, ancianos y discapacitados son quienes más de lleno han sufrido, a menudo con poca o nula atención médica.
La pandemia, por otra parte, ha exacerbado los prejuicios raciales y ocasionado un aumento en la violencia contra quienes por largo tiempo han sido vistos como amenaza a la comunidad política dominante. Migrantes, refugiados y prisioneros están siendo los más afectados por ella, precursora de crisis futuras relacionadas con el cambio climático, donde urge una conversión ecológica de actitudes y acciones que escuchen los gemidos de la creación.
Refleja también el documento, no obstante, aspectos positivos de la pandemia: permite reconocer con gratitud el servicio heroico de los sanitarios y cuantos ofrecen servicios, incluso a riesgo de su propia salud. Se han visto de igual modo señales florecientes de solidaridad humana con los necesitados en la ayuda voluntaria y la beneficencia. Reconforta por eso percibir que los cristianos, así como gente de todas las religiones y de buena voluntad, colaboran para construir una cultura de compasión. Somos una sola familia y la tierra es nuestra casa común.
Los cristianos estamos llamados a dicha colaboración para dar cumplimiento a nuestra esperanza de un mundo unido, de justicia y de paz, convertidos en hombres y mujeres de esperanza, característica esencial de todas las religiones.
La esperanza religiosa ha inspirado con frecuencia cuidar, con amor y compasión, de quienes sufren las tragedias de la condición humana. Y hoy también los estragos de la pandemia.
La base para la solidaridad interreligiosa no es otra que nuestra fe en el Dios unitrino: Padre, Hijo y Espíritu Santo. El Buen Samaritano nos dice que ésta es universal. Y es que nuestra conexión y origen compartido importan muchísimo más que las divisiones percibidas.
Jesús llevó la compasión con su sacrificio -en el sentido original de «padecer con»-, hasta el extremo de su poder sanador. Es la compasión del Buen Samaritano lo que nos permite verlo a él como imagen de Cristo, que cura las heridas del mundo.
Vemos asimismo a Cristo en el hombre herido a la vera del camino. Su interés con el que sufre es tan radical como transformador: abraza de lleno la condición doliente del mundo. Más aún: esta solidaridad en la resurrección de Jesucristo de entre los muertos es también prueba y certeza de que el amor es más fuerte que todas las heridas y de que la muerte no tendrá la última palabra.
Cuando nos acercamos al necesitado —como el Buen Samaritano—, bien podríamos sentir que Dios tiene la capacidad de producir en nosotros acciones de amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, lealtad, humildad y dominio propio, así como apartarnos del sendero de la vanidad, de la competencia y de la envidia (cf. Ga 5,22-23.26). Nos envía al mundo para ser las manos de Cristo que cuida de todos los que sufren.
Acentúa el documento igualmente, entre sus principios de acción, que tanto el proceso de su elaboración como su contenido reflejan nuestra responsabilidad de cristianos para entablar el diálogo con los seguidores de otras tradiciones religiosas. Esos principios brotan de la fe que compartimos en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, y en el plan de Dios para toda la humanidad:
1.- Humildad y vulnerabilidad: Llamados a caminar humildemente con nuestro Señor (cf. Mi 6,8; Mt 11,29), dispuestos a compartir los sufrimientos de Cristo y los del mundo, creemos en la justicia como base para el perdón, sin el cual no se puede resolver el conflicto, y nos unimos a tantos cristianos que han dado su vida por ella, reflejando el sacrificio desinteresado de Jesucristo.
2.- Respeto: Necesitamos respetar la compleja situación de cada individuo y su derecho a narrar su propia historia. Rendimos así testimonio de un Dios cuya autorrevelación en el rostro humano de Jesucristo (cf. Jn 1,14) afirma que los seres humanos son creados a imagen de Dios. Lo cual obliga a trabajar para cerrar brechas y sanar desigualdades incluso entre ricos y pobres (cf. Mt 7,12).
3.- Comunidad, compasión y el bien común: Son valores que fundamentan nuestro compromiso con el mundo (cf. Mt 5,7). El ímpetu para nuestra solidaridad radica en construir comunidades justas e inclusivas, que cultiven la compasión y fomenten el bien común poniendo mayor atención a las heridas del mundo que Jesús abrazó por medio de su sufrimiento fuera de la puerta de la ciudad (Hb 13,12).
4.- Diálogo y aprendizaje mutuo: Urge aprender unos de otros en este tiempo de crisis, abiertos a lo que Dios puede enseñarnos por medio de quienes menos esperamos aprender nada (cf. Hch 11,1-18). Y dispuestos a que nuestra vida cambie en la misma medida que estamos tratando de cambiar las vidas de otras personas: En los sufrientes y vulnerables podemos encontrar las obras de Dios (cf. Jn 9,2-3).
5.- Arrepentimiento y renovación: Preciso es escuchar el clamor, ya de nuestra madre tierra, ya de nuestras hermanas y hermanos que sufren. Tal autocrítica nos ayudará también a resistir la tentación de culpar a los pobres por su pobreza, o a los heridos por sus heridas.
6.- Gratitud y generosidad: Los cristianos han de ser agradecidos y generosos. Sin mérito alguno, son ricos en dones de Dios (cf. St 1,17). De ahí el resistir la tentación de pegarse/aferrarse a sus posesiones: uno de los rasgos definitorios de la Iglesia primitiva fue compartir con alegría y sencillez de corazón (cf. Hch 2,45.46).
7.- Amor: Amamos porque él nos amó primero (cf. 1 Jn 4,19). El amor es el verdadero rostro del cristianismo (cf. Jn 13,35), cuya fe cobra vida en el amor de Cristo. Trabajar juntos por un mundo mejor construye en muchas maneras el reino de Dios, que es de justicia, de paz y de alegría, y en el que los últimos serán primeros (cf. Mt 20,16).
El documento, en fin, recomienda formas de testimoniar el sufrimiento, promover cultura de inclusividad que celebre la diferencia como don de Dios, y contrarreste los signos de exclusividad vistos hoy en nuestras sociedades. Empezar dentro de la vida familiar y proseguir hasta otras instituciones sociales. Solidarizarnos por la espiritualidad, considerando de qué manera prácticas espirituales tradicionales como la oración, el ayuno, la negación de sí y la limosna se pueden inculcar más a fondo siendo solidarios con los que sufren.
Ampliar la formación del clero, órdenes religiosas, laicado, servidores pastorales y estudiantes para fomentar la empatía y equiparlos con los mejores conocimientos y herramientas del trabajo por una humanidad herida. Reclutar y apoyar a los jóvenes, cuyo idealismo y energía pueden ser antídoto contra la tentación del cinismo. Crear espacios para el diálogo (como en este documento) abarcadores e inclusivos. Aprender de otras religiones acerca de sus motivaciones, principios y recomendaciones para trabajar en solidaridad interreligiosa.
Habilitar espacio para que los marginados sean escuchados y respetados. Reestructurar proyectos y procesos para la fraternidad interreligiosa de suerte que se afirme la diversidad en que hemos sido creados. Servir juntos a un mundo herido hace que todos seamos prójimos.
La solidaridad ecuménica e interreligiosa, en resumen, hace posible que nuestro compromiso religioso se convierta en factor que une a la gente en vez de dividirla. Es un modo de poner en práctica el mandamiento de Jesucristo de amar a los demás.
Imitando al Buen Samaritano, procuremos apoyar a los débiles y vulnerables, consolar a los afligidos, aliviar el dolor y el sufrimiento y asegurar la dignidad de todos.
Que al abrir nuestro corazón en diálogo y nuestras manos en solidaridad, construyamos juntos un mundo que se caracterice por la curación y la esperanza en conformidad con el subtítulo del documento: Un llamado cristiano a la reflexión y a la acción durante la covid-19 y más allá.
NB: El logotipo de arriba, idea de Sor Judith Zoebelein, FSE (del PCDI), representa las manos de solidaridad centradas por el corazón. Esto comunica el compartir las heridas del sufrimiento infligido por la pandemia de covid-19 y otros problemas que azotan a los seres humanos y al planeta. La máscara simboliza el esfuerzo humano, el sacrificio, la solidaridad y la responsabilidad para proteger la vida durante este tiempo.