Dios habla en “Silencio”
“Silencio no es una novela sobre el silencio de Dios –decía Endô, el escritor católico japonés, cuyo libro acaba de llevar Scorsese al cine–. Es una novela sobre cómo Dios habla en el silencio y el trauma”. Quien piensa que esta es una historia para católicos, no sabe quién es Scorsese. Endô mismo dice en el apéndice de la segunda edición del libro, que su “fe está más cerca de los cristianos protestantes”, ya que para él, es algo personal, entre Dios y él, que sólo explica la Gracia.
Casi treinta años le ha costado llevar a la pantalla esta historia, a un director cuya vida confiesa “son las películas y la religión, eso es todo, ¡nada más!”. Nacido en una familia italo-americana, la vida de Martin Scorsese está marcada por la iglesia y el cine. Enfermo de asma, no podía hacer deporte o jugar en las calles de la Pequeña Italia de Nueva York, pero le gustaba ser monaguillo y ver películas. Conoció las dos cosas por un joven cura que llegó a la parroquia, Francis Príncipe. Iba al cine con él, mientras en el seminario menor de la catedral, pensaba en ser misionero en Filipinas.
Al no poder entrar en la universidad jesuita de Fordham, Scorsese se matricula para estudiar cine en la de Nueva York, con la idea de volver luego al seminario. Entra en la cultura del “rock” y después de ir a Inglaterra y Holanda, comienza en el mundo del cine. Dice que es “un católico frustrado”, porque desde su juventud vivió una continua tensión entre su fe y la fascinación por la violencia y el sexo.
El año 78 estuvo a punto de morir, a causa del abuso de drogas. Scorsese cree que Dios respondió a sus oraciones en el hospital, salvándole la vida. De ahí la cita del Evangelio de Juan (9:24-26) al final de “Toro salvaje” (1980), sobre el ciego que recuperó la vista. El letrero no formaba parte del guión de Schrader, que no entendía por qué lo había puesto ahí. Tenía entonces 35 años, pero ahora a los 74, ha tenido otra nueva experiencia, por la que se presenta como “un creyente con algunas dudas”.
Hay tanta profundidad teológica en esta historia, que comparada con los productos que ahora se promocionan en el mundillo cristiano como “cine de valores”, hay menos contenido doctrinal en todos ellos, que en uno sólo de los diálogos de esta película. Incluso para aquellos que conocemos el libro, no hay forma de asimilar una sola vez, la cantidad de ideas que sugiere cada escena. No es extraño el estupor que produce en muchos espectadores que esperan una colorida película tipo “La Misión” (1986) y se encuentran con una oscura reflexión sobre la gracia y la apostasía.
LA PASIÓN DE SCORSESE
Publicada en 1966, “Silencio” se traduce al inglés años después, siendo alabada por Graham Greene –otro escritor convertido al catolicismo, que a su iglesia no le gusta recordar, por su dudosa moralidad–, cuyo libro “El poder y la gloria” tiene mucho que ver con éste. La fascinante entrevista que ha publicado el New York Times con Scorsese, sobre la naturaleza de su fe, comienza con la lectura de “Silencio” en un tren bala japonés. Acababa de hacer “La última tentación de Cristo” (1988), cuando le regaló el libro, el arzobispo de la iglesia episcopal –o sea anglicana–, estadounidense.
La lectura del libro de Kazantzakis, adaptado por Schrader, unió a tres autores de distinta formación teológica –uno ortodoxo griego y otro reformado, junto al católico Scorsese–, para mostrar sus luchas entre el Espíritu y la carne,mientras los cristianos se manifestaban contra la película. No sólo con megáfonos y piquetes, sino que llegaron a incendiar un cine de París. En Grecia se ponía una multa por cada proyección, pero en Milán se intentó secuestrar a su abogado, a la vez que se ofrecían diez millones de dólares a la Universal, por destruir el negativo de la película con sus copias.
La acusación de los cristianos de blasfemia, lleva a Scorsese a identificarse con el dilema de la apostasía para los jesuitas de la novela “Silencio”, en el Japón del siglo XVII. Impresionado, adquiere los derechos del libro, que fue ya llevado al cine en 1971 por Masahiro Shinoda. Lo que pasa es que nadie en Hollywood quería hacer la película. Pleitos por los derechos, la bancarrota de la productora y un accidente mortal en el rodaje hacían que el proyecto pareciera maldito. Lo logró salvar los beneficios de “El lobo de Wall Street” y un joven productor católico mexicano, llamado Gastón Pavlovich. Se ha lanzado modestamente. No se ha estrenado de hecho, más que en algunas salas de Nueva York y Los Ángeles, a finales de año, para entrar en los Oscar.
Es una película tan personal, que se podría decir que es el sentido con el que Scorsese quiere ver toda su obra, a la luz de su primera vocación religiosa. Al promocionar la película en las iglesias, se ha dado la impresión que estamos ante un testimonio de la Iglesia perseguida, cuando de lo que aquí se trata es del problema mismo de la fe y la apostasía, una cuestión que ha dividido a los cristianos durante siglos. No es extraño que una película como ésta, despierte pasiones incluso entre los creyentes. Como todas las grandes historias, tiene muchas lecturas...
EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS
Cuando el padre Valignano manda desde Portugal en 1633 a dos jesuitas para buscar en Japón al padre Ferreira, al rumorearse que ha abandonado la misión que le llevó a “El corazón de las tinieblas”, nos vienen a la cabeza ecos de otro viaje y misión, la colonizadora del siglo XIX en la novela de Conrad que inspiró la película de Coppola, “Apocalypse Now”. Sabemos que estamos ante una travesía que mostrará no sólo la oscuridad de ese mundo que rechaza la luz del cristianismo, sino la que hay en el corazón de estos enviados, que pronto van a ser presa de la duda y el terror.
Otra historia que encuentra eco en la película de Scorsese, es otra de las obsesiones de la generación del “nuevo Hollywood”, el relato que en español conocemos como “Centauros del desierto” –que lleva el título original de “Los buscadores” –. La leyenda de una hija de unos colonos, secuestrada por los indios, que busca John Wayne en un viaje con sorpresa en la película de John Ford, repetida una y otra vez en un contexto contemporáneo por los directores de los años 70. Es lo que todavía hace Scorsese en “Silencio”, como observa el crítico de New Yorker, Richard Brady. El viaje de esta generación sigue llevando al mismo sitio, la búsqueda de una salvación, cuando no quieren ser salvos...
Lo sorprendente es que por una vez, la crueldad del inquisidor no es en nombre de la Iglesia, ni en defensa del Islam, sino de algo tan respetado en Occidente como es el budismo, que muchos creen ingenuamente que está libre de toda forma de intolerancia y represión, cuando no hay religión que no tenga una historia de violencia y opresión. La primera parte de la película, el espectador se conmueve ante el sufrimiento del cristianismo perseguido, pero no tardamos en ver elementos perturbadores. Si todo lo que se requiere es pisar una imagen de Jesús o María –los llamados “fumi-e”, que han pasado a la Historia del arte en Japón–, ¿qué importancia tiene lo que hacemos con esos símbolos?, ¿es tan grave, poner el pie sobre ellos?
En una de las frases más reveladoras de los misioneros que interpretan Andrew Garfield y Adam Driver, uno de ellos observa que estos cristianos perseguidos “valoran más los signos de la fe, que la fe misma”. Para entender el problema, tenemos que comprender el papel que supone la realidad física para una religión tan sacramentalista como el catolicismo-romano, cuya transformación literal en la Eucaristía fue una de las grandes discusiones incluso entre los reformadores. Su base está por supuesto en el hecho de la Encarnación, una doctrina ajena tanto al judaísmo como al Islam, así como al resto de las religiones orientales, que no saben lo que es eso.
¿IMAGEN O REALIDAD?
Cuenta Garfield –un actor judío que ha tenido que encarnar últimamente varios personajes cristianos, como el adventista de la última película de Mel Gibson– que para interpretar su papel tuvo que hacer un retiro de treinta días de ejercicios espirituales con el jesuita James Martin. Tenía que darse cuenta que “estaba andando, hablando, rezando, sufriendo con él”. Imagen que se visualiza cada vez que aparece una representación del Cristo de El Greco que le observa en sus momentos de duda y soledad, esperanza y temor. Lo interesante es que la vemos en el agua como reflejo de su propio rostro. Es así cómo el protagonista percibe el profundo amor de Jesús por él, que le mira y le dice que no le abandonará.
Lo que el católico Endô plantea como “cercano al protestantismo”, no es sólo lo personal de su fe y la supremacía de la gracia, sino el cuestionamiento de la necesidad de esos “signos que se valoran más que la fe misma”. Uno de los artistas que más nos ha ayudado a entender el sentido de la obra de Endô, es Makoto Fujimura, un pintor japonés que se bautizó en una iglesia evangélica en 1988, cuando tenía 27 años –Endô fue bautizado a los 12, cuando tras el divorcio de su madre, ella se convierte en Kobo en 1932–. Fujimura ha escrito varios libros en inglés, publicados por la editorial de los Grupos Bíblicos Universitarios en Estados Unidos, Inter-Varsity Press. El que dedicó al libro de Endô, está prologado por Philip Yancey.
LA IGLESIA QUE SUFRE
Como católico japonés, el autor se pregunta como los protestantes en España, cuál es el sentido de una minoría que apenas llega al 1%, en un país cuya cultura está tan definida por el catolicismo, como la sociedad nipona por el budismo. Una de las frases más repetidas de esta obra, es cuando el inquisidor dice que no es culpa de los misioneros que el cristianismo no haya arraigado el país del sol naciente, sino del pantano que conforma esta tierra. En países donde la fuerza de la Iglesia se mide por su arraigo social e histórico, ¿cuál es el papel de ésta, cuando es una minoría?
El problema del cristianismo en Occidente no es tan diferente al de aquellos católicos en Japón. En esta parte del mundo, la Iglesia no está acostumbrada a ser una minoría perseguida. Sigue actuando con sus sueños de grandeza, como si pudiera determinar la moralidad de naciones para las que ya no hay más valores que los que la sociedad secular reconoce. Cuando tiene tanta fuerza como en Estados Unidos, emprende una “guerra cultural” como la que vivió Scorsese en los años 80 con “La última tentación de Cristo”, que tuvo su película como símbolo. Lo que no sabe hacer es cómo soportar la marginación y el desprecio que sufre la religión en Europa. Endô dice que es en ese sufrimiento que Dios habla al mundo.
Al despojarse de su gloria, Dios vino a este mundo para mostrar su poder en su debilidad. Tomando forma de siervo, se humilló hasta la cruz (Filipenses 2:7-8), pero lo que es locura para el mundo, es poder de salvación para Dios (1 Corintios 1:18). “Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte”, dice Pablo (2 Corintios 12:10).
El cristiano se conmueve ante la tortura y el martirio de los cristianos de esta historia, que “perdiendo su vida, la encuentran” (Mateo 16:25), pero Endô nos muestra también que Dios habla en el silencio y la sutilidad de una película como esta, más poderosa que el llamado “cine de valores”. Su apologética no es el razonamiento aplastante de “Dios no ha muerto”, sino la fuerza de que Dios está con nosotros, en medio de la debilidad, la duda y el sufrimiento.
No es el dolor, el que nos aleja de Dios, sino el que nos lleva a Él. Seguir a Jesús se muestra en debilidad, entrega y amor. No debemos buscar la persecución, pero si llega, no debe ser recibida con orgullo o violencia, sino con el silencio del que “no abrió su boca” (Isaías 53:7). De hecho, no podemos salvar el mundo, ya que aunque busquemos ser como Cristo, sólo Él puede hacerlo. Como “Silencio” nos recuerda, somos como Pedro y Judas, necesitados de la salvación de Dios. Y esa sólo viene por su Gracia.