Francisco Nieva y la puerta de atrás
Vivimos en una cultura de obituarios. La verdad es que los muertos despiertan hoy más admiración que los vivos. Al segundo día de la elección de Trump, la noticia que encabezaba los informativos en esta parte del mundo era el fallecimiento de Cohen. Imagino la reacción de este hombre al que tanto le gusta que hablen de él, al verse eclipsada su figura por el humilde poeta y cantante canadiense, que con ese característico estilo judío de desprecio por uno mismo, nos mostró que la dignidad no consiste en engrandecerse a uno mismo.
Quien ha pasado también desapercibido por la partida de Cohen –que fue en realidad el lunes 7, siendo enterrado ya el jueves 10 en el cementerio judío de Montreal, aunque la familia lo dijo el viernes– es Francisco Nieva (1924-2016), que murió el día en que se dio la noticia. Es lo que pasa cuando uno se marcha de este mundo, a la vez que alguien muy conocido. Le ocurrió a C. S. Lewis, el día en que mataron a Kennedy. Después de ser portada de la revista Time, nadie se dio ni cuenta…
¿Quién era Nieva? Dramaturgo, escenógrafo, narrador, ensayista, dibujante, esto y muchas cosas más, pero lo que aquí nos interesa es que nació en el medio protestante de la Iglesia Evangélica de Valdepeñas, algo poco habitual en la cultura española,menos aún en la posguerra. Su único hermano de hecho, Ignacio Morales –su primer apellido, Francisco lo sustituyó por el de la madre, Nieva– fue compositor y presbítero de la Iglesia Episcopal, hasta que murió en Puerto Rico en el año 2005.
PROTESTANTES
Ser protestante en un pueblo de La Mancha, aquella época, no era nada fácil. Marcos Román recuerda el acoso que sufrió con Ignacio en el Instituto Bernardo de Balbuena. Dice que los chicos se metían con Ignacio, no sólo por su obesidad, sino por ser evangélico. No es sorprendente que la familia decidiera que fueran a Madrid, para acabar la enseñanza secundaria. Allí estudia Paco en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, donde se hace amigo de Carlos Edmundo de Ory y Eduardo Chicharro, mientras Ignacio llega a hacer composición en el Conservatorio con Joaquín Turina.
La familia no sólo era obviamente, amante de la cultura, sino que tenía una posición acomodada, como demuestra el hecho de su segundo domicilio en Venta de Cárdenas –observa Román–. Es en Madrid que Ignacio entra en el Seminario Evangélico Unido para estudiar teología en 1948, mientras Paco se va a París para hacerse un sitio en el mundo del arte. Mientras él pintaba y dibujaba, su hermano tocaba el órgano en la catedral episcopal del Redentor, llegando a ser presbítero hasta irse a Puerto Rico en 1954. Paco relata aquellos días en Madrid en su novela autobiográfica, “Carne de murciélago”.
EXILIADOS
Francisco Nieva vivió en París hasta el año 63. Al principio tuvo una beca, peroluego trabajó de pintor y dibujante, mientras empieza a introducirse en el teatro. De hecho, estuvo en el estreno de “Esperando a Godot” de Beckett. Está un año en Venecia, pero en 1964 regresa a Madrid, mientras Ignacio va a estudiar dirección de orquesta en Nueva York. En la escuela de Manhattan, su hermano tendrá como profesores a Flagello –el autor del oratorio sobre “La Pasión de Martin Luther King en 1974– y Anton Coppola –tío del director de cine y la actriz Talia Shire, tío-abuelo por lo tanto de Sofia y Nicolas Cage, cuyo hermano es también compositor de películas como él, además de autor de varios musicales de Broadway–.
En Francia, Paco se casa en una iglesia protestante con Geneviève Escande, que ocupaba un alto cargo en el Centro Nacional de Investigaciones Científicas. Es durante su matrimonio que dice que descubre su bisexualidad –algo parecido a Juan Goytisolo, que también se casó en el exilio con una francesa–. Nieva es un transgresor en todos los sentidos. Cercano al “teatro de la crueldad” de Artaud, introduce la vanguardia en la tradición española de lo grotesco y lo esperpéntico. Obsesionado por el sexo y la religión, su obra se caracteriza por un lenguaje barroco, lleno de imágenes sorprendentes.
Ignacio compuso tanto obras religiosas como profanas. Es autor de poemas sinfónicos como “Ebed Jahvé” o el “Réquiem Anglicano”, al mismo tiempo que una “Oda a Berlioz”, la suite “El almirante de la mar océana” o la ópera “La maja y el dragón”. Era profesor en el Conservatorio de Puerto Rico y fundó el grupo de cámara Antonio Soler, a la vez que ejercía de crítico de música en la prensa local, mientras sigue predicando y escribiendo sobre teología. Antes de morir en San Juan en el 2005, entregó su archivo musical al Ayuntamiento de Valdepeñas, donde lleva su nombre el Conservatorio y la escuela municipal de Música y Danza.
CONFLICTO
Antes de publicar sus memorias en el 2002, Francisco dedicó un libro a su hermano Ignacio. A pesar de ser cuatro años menor, tuvo con él una “complicidad creadora” desde muy joven, dice. Al dejar Valdepeñas, vivían juntos en el barrio de Cuatro Caminos. Paco no compartía su interés por la teología, pero uno con el arte y otro con la música, se enfrentaron a la lucha entre sexo y religión, un conflicto conocido para muchas personas, no sólo en aquella época, sino también en la nuestra.
Como muchos que fueron a la iglesia cuando eran niños, la vida de los Nieva siguió un itinerario muy diferente. La verdad es que se habla mucho del crecimiento protestante en continentes como el americano. Se citan las grandes cifras de los que entran, pero se habla poco de los que salen. Hay una puerta de atrás, incluso en sociedades tradicionalmente católicas como la española, por la que cada vez te encuentras más gente que han pasado por el mundo evangélico, pero ya no tiene contacto con iglesias ni grupo cristiano alguno.
EXPERIENCIA
Este fin de semana he tenido la oportunidad de hablar a un grupo heterogéneo de personas que tuvieron relación con la Primera Iglesia Bautista de Madrid, pero han perdido el contacto con ella de una u otra manera. Una bonita iniciativa los reúne cada año en un retiro en las montañas cerca de Madrid, donde he escuchado experiencias de algunos que se han criado en la iglesia, pero hace ya muchos años que no asisten a ella.
Por inclinación personal, siempre me he sentido pastor de personas que no les gusta ir a la iglesia. Aunque me he criado en el medio evangélico, hay muchas cosas en él que todavía me disgustan y me hacen sentir mejor con algunas personas que no son cristianas, que en compañía de ciertos creyentes. No sé si será lo que en la nuestra jerga llaman la atracción del mundo, pero el mundillo evangélico a veces me aburre. Me cansan sus discusiones y me agobia su fanatismo, hasta el punto de que hay veces que confieso que me dan ganas de borrarme de esto. Lo que pasa es que yo sé en quién he creído…
La escena de aquellos adultos haciendo esta representación infantil, trajo a mi memoria una de las anécdotas que más me gusta de Karl Barth. No sé si es apócrifa –ya que ahora les ha dado a muchos por dudar de las citas, no sólo de reformadores como Lutero, sino de muchas personas conocidas, simplemente porque no hay fuentes que las reproduzcan literalmente–, pero la historia es que en su viaje a Estados Unidos en 1962, un estudiante le preguntó al teólogo de Basilea si podía resumir la obra de toda su vida en una frase. La respuesta todavía hace que me deshaga en lágrimas: “Cristo me ama / bien lo sé / su Palabra me hace ver…”. Probablemente nunca dijo Barth algo más profundo en toda su vida.