Jesús, el ‘gran ausente’ en la literatura española del siglo XX


Ningún otro personaje en estos veinte siglos de Historia, ha despertado tanta admiración y controversia como Jesús. Vemos su influencia en la literatura española de todos los tiempos, no sólo en autores cristianos, sino también en algunos de los escritores más populares de nuestro tiempo.

Hagamos un recorrido por la literatura de habla hispana del siglo pasado, para ver lo que piensan algunos de los autores más importantes sobre Jesús, en un episodio tan concreto como es su nacimiento. ¿Cómo ve nuestra literatura la primera Navidad?

¿HISTORIA O TRADICIÓN?
La influencia de Jesús en la literatura española es tan antigua que las primeras palabras escritas en castellano son una oración a “nuestro dueño Christo, dueño Salvatore, pero es interesante que obras tan primitivas como el Libro del tres reis d´Orient confunden ya la leyenda con la realidad de Jesús. Así la primera pieza del teatro castellano es un auto sacramental sobre Los Reyes Magos, o el primer nombre conocido de la literatura castellana, Gonzalo de Berceo, escribe sobre los Miraclos de Nuestra Señora o el Planto que fizo la Virgen el día de la Pasión de su Fijo Jesu Christo. Ya que María y los Reyes les parecen más importantes que Cristo mismo.

Es cierto que el Renacimiento traerá un mayor conocimiento bíblico con hombres como Fray Luis de León, que estudiarán Los nombres de Cristo a la luz de las Escrituras. Pero Jerónimo de San Pedro publica en 1554 una Caballería Celestial de la Rosa Fragrante, en la que Cristo es un caballero al estilo del rey Arturo y sus apóstoles los caballeros de la Tabla Redonda. Si libros como éstos son incluidos por la Inquisición en la lista de obras prohibidas, no es por su dificultad en distinguir la realidad de la ficción, sino porque no corresponden a la caricatura que la Iglesia tiene de Cristo.

Una de las particularidades de la literatura española es la creación de un género como el auto sacramental, una especie de teatro sacro de complejo carácter simbólico, cuyo estilo se convierte en el barroco en paradigma de la exaltación eucarística.

Autores como Lope de Vega, lo mismo escriben un villancico popular que un trabalenguas teológico, un romance de la Pasión que un soneto de arrepentimiento, unas Rimas sacras que un Romancero espiritual. Tirso de Molina hace temas navideños de ambientación pastoril, pero incluso en una comedia como Tanto es lo de más como lo de menos, hay más un cuadro social de la época que las enseñanzas en las que supuestamente se basa, al utilizar las parábolas del Evangelio según Lucas.

El autor español del siglo de oro más interesado en cuestiones teológicas es sin lugar a dudas Calderón de la Barca. Su teatro tiene un sólido contenido religioso, que va siempre acompañado de escenografías deslumbrantes, en las que resalta un estilo lírico y discursivo. Pero lo extraño es que Calderón introduce a Jesús en la mitología, puesto que cuando habla de El divino Orfeo, El divino Jasón o El verdadero dios Pan, de quien habla es de Cristo. Su obra muestra en este sentido la habitual síntesis del catolicismo-romano, que mezcla cristianismo y paganismo como dos niveles de una misma Revelación.

Es interesante que Calderón se atreva a poner en escena conceptos de tal complejidad teológica como la unión hipostática en piezas como El diablo mudo, pero su mayor preocupación es encender la religiosidad popular con dramas como La devoción de la cruz, que buscan ese aspecto visual y dramático, que tanto atrae al catolicismo-romano desde sus orígenes.

¿EL GRAN DESAPARECIDO?
Comparativamente con siglos pasados, podríamos decir que Jesús desaparece en gran parte de la literatura a partir del siglo XX. Aunque autores del siglo XIX como Galdós apuntan a una posible relectura de su figura en personajes contemporáneos como el sacerdote de Nazarín, que es un trasunto actual de la vida de Cristo, llevada luego al cine por Buñuel en Méjico con la magistral interpretación de Francisco Rabal.

La complejidad del existencialismo va a hacer que grandes escritores convertidos al catolicismo en el siglo XX en Francia, como Georges Bernanos, Julián Green, Paul Claudel o Chárles Peguy, o en Inglaterra hombres como Graham Greene o Evelyn Waugh, hagan una literatura centrada en la paradoja de la gracia frente a la realidad de un pecado insuperable, que nos presenta un nuevo modelo del santo pecador de Lutero.

Otros autores se enfrentan a la ortodoxia de sus respectivas iglesias con acusaciones de blasfemia como Nikos Kazantzakis con la Iglesia Ortodoxa Griega por sus novelas sobre La última tentación o Cristo de nuevo crucificado.

Neo-paganos como Robert Graves hacen con su Rey Jesús una idealización de la era pre-cristiana, y otros como Gore Vidal buscan ofender conscientemente con escenas de explícita homosexualidad En directo desde el Gólgota a un público cristiano conservador, que nunca lee este tipo de novelas.

El Premio NobelJosé Saramago abandona incluso Portugal por la polémica que produce El Evangelio según Jesucristo, en su enfrentamiento con la censura que todavía pervive a finales del siglo XX.

Pero ¿dónde estaba Jesús a principios de siglo, en la literatura española?



DE LOS ÁNGELES CONFITEROS AL RABO DEL DIABLO
Si pensamos en la Navidad, vemos su figura plagada de un folklorismo tal que no encontramos la menor señal del más elemental sentido del ridículo. Lorca describe así al ángel Gabriel en su Romancero Gitano de 1926 como “un bello niño de junco” con zapatos de charol, María “morena de maravilla”, “bien lunada” y “el niño que canta en su seno” tiene “en el pecho / un lunar y tres heridas”. Aunque otros como Miguel Hernández ven en sus sonetos a A María Santísima en el misterio de la Encarnación como “justo anillo su vientre de Lo Justo”, al dar “nueve meses sustento del Sustento”.

Los poetas del 27 parten en general de una concepción tradicional de la Navidad, aunque pocos como Luis Rosales, parecen tener verdadera fe. Juan Ramón Jiménez describe la Anunciación en sus Poemas impersonales, viendo en la Nochebuena un “ámbito divino”porque Él “¡estaba!”. Sin embargo a Alberti en El alba del alhelí (1927) le interesan más la confitería de los ángeles que su mensaje:


Para ti, Virgen María,
y para ti, carpintero,
¡toda la confitería!


Alejandro Casona nos llega a presentar una aventura en el infierno en ¡A Belén, pastores! (1951), cuando dos pastores se encuentran allí perdidos y oyen que la diabla le pregunta a su marido por las últimas noticias de la tierra. “Parece ser que de un momento a otro va a nacer ese Niño que me destronará y me arrebatará mi reino”, le contesta el diablo. Los pastores, Polvorín y Zampabollos traman entonces engañarle con acertijos y capturarlo, para regalarle al Niño su rabo. Al final cogidos de la mano, bailan alrededor de la jaula donde esta el diablo cautivo, mientras le hacen burlas y él trepa por los barrotes, gesticulando amenazador. Esa era la cultura de tantas obras de teatro infantiles que se representaban Navidad en los colegios durante la España franquista.

Así en la parodia de Lorca, “la Virgen y San José / perdieron sus castañuelas / y buscan a los gitanos / para ver si las encuentran”. Entre los regalos de Belén de Gerardo Diego, vemos no sólo a un niño relojero, sino también a un mielero de La Habana y en una Nana de Guinea se nos cuenta que “el Niño este año nació negrito”.

Pero los Reyes son por supuesto los grandes protagonistas de poemas de Rubén Darío y hasta Valle-Inclán, que los incluye en un cuento dentro de su Jardín Umbrio (1903). Otras como Gloria Fuertes convierten la Epifania en un auto feminista, por el que Las tres reinas magas (1979), Melchora, Gaspara y Baltasara tienen que venir al Portal, en lugar de sus maridos, que están haciendo la guerra en sus respectivos reinos.



DEL ESPÍRITU DE LA NAVIDAD
Más interesante es leer cómo cae la nieve en Navidad de Jorge Guillén, incluida en su poemario Cántico, porque “cuanta más nieve cae / más cielo cerca”. Este espíritu navideño hace que Azorín en El primer milagro, publicado en Blanco y Azul (1929), nos presente al anciano propietario del establo donde nació Jesús. Dispuesto a echarlos de allí, al mirar por la ventana, se vuelve sin embargo manso y dócil, dando su dinero a los pobres, mientras todos creen que se ha vuelto loco. Ese aspecto humanista se vuelve incluso socialista en poemas como la Epifanía de Guillén, que está en su libro Clamor:


Dios está de nueva manera,
y viene a familia de obrero,
sindicato de la madera.
El humilde es el verdadero.


Luis Cernuda tiene una de las visiones más críticas de todo ese mundo de sensiblería ñoña. Está en La adoración a los magos, que aparece en su libro Las nubes (1940): “Esperamos a un dios, una presencia / radiante e imperiosa”, pero “hallamos una vida como la nuestra humana / gritando lastimosa”. Por lo que al final se marchan decepcionados, ya que “añoramos nuestra corte pomposa, las luchas y las guerras”, porque “quisimos ser hombres sin adorar a dios alguno”. El neo-paganismo de Cernuda hace de este poema toda una declaración de escepticismo.

Todavía más interesante es la original y oscura novela del vallisoletano Gustavo Martín Garzo, que en su libro El lenguaje de las fuentes (1993) narra las torturas interiores de José en su relación con María, que misteriosamente describe como manca. José no entiende por qué los niños tienen que morir, mientras ellos logran huir a Egipto, cuando habría bastado dar la voz de alarma y habrían podido escapar todos.

Un curioso ejemplo en la literatura hispanoamericana es el del argentino Mújica Laínez en su obra de 1994, El asno y el buey. Estos dos animales vuelven después de un día de trabajo al establo, para encontrarse con el nacimiento de Jesús, que el buey ve como un milagro, pero el asno contempla escépticamente. Para él, “no existen los milagros”, aunque el buey se vea embriagado por “un perfume de jazmines”. El asno piensa lógicamente que “un rey nace en un palacio”, por lo que observa que el problema del buey es que a veces “el mucho estudiar nubla el discernimiento y excita la imaginación”. Éste sin embargo muere plácidamente, mientras el pollino se queda triste y solo. Su nuevo amo lo cede luego para que Jesús entre en Jerusalén, cuando vuelve a oler el perfume de la cueva y el Señor le pregunta: “¿Te acuerdas?”. Aquel día muere con “un sosiego incomparable”.

Una literatura así es difícil encontrar hoy en España. Vivimos en un país donde Jesús sigue siendo el gran desconocido. Por eso nos hace falta algo más que imaginación para comprender a Jesús.

Tenemos que leer los Evangelios, para ver cuál es la realidad del Jesús histórico y enfrentarnos al desafío de su mensaje. Nos sobran historias sobre el espíritu de la Navidad y nos falta conciencia del escándalo de Jesús.

El cristianismo no es la fe de los hombres de buena voluntad, sino la paz que reciben por su cruz, aquellos que por su luz ven descubierta su maldad. Porque “esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas” (Juan 3:19).

Pero la buena noticia para los que reconocemos nuestra maldad es que: ¡“el que en él cree no es condenado”! (v. 18).
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