La verdad a juicio


¿Es la verdad algo relativo?, ¿depende de la opinión de cada uno?, ¿son todas las ideas igualmente respetables? Cuando en 1996 la historiadora judía Deborah Lipstadt fue llevada a los tribunales por la acusación de difamación a un autor inglés conocido por su negación del Holocausto, David Irving, la intención era bien clara. El revisionismo quería mostrar que su postura era tan respetable como la que mantiene la mayoría de los historiadores en el campo académico. Su censura se veía como un problema de libertad de expresión, pero ¿es realmente así? Esta es la cuestión a la que se enfrenta la película “Negación”.

Hacía tiempo que el cine no se enfrentaba a preguntas tan profundas como estas. El gran acierto de la producción de la BBC que ha dirigido Mick Jackson –sobre un impresionante guión del dramaturgo David Hare–, es volver a llevar a la pantalla el asunto de si existe la verdad y las consecuencias que eso tiene para una sociedad pluralista. La tarea a la que se enfrenta el equipo legal que defiende a la historiadora que encarna la actriz británica Rachel Weisz –teñida de rubio y con marcado acento norteamericano– es demostrar la verdad negada por Irving –interpretado por el huidizo y manipulador Timothy Spall–, ya que en el derecho inglés, el peso de la prueba recae en el acusado, que es quien ha de demostrar su inocencia.

Para ello cuenta con otra división de funciones típica del sistema legal inglés. La argumentación que prepara Anthony Julius –conocido por su defensa de Lady Di en el proceso de divorcio del príncipe Carlos– es presentada por el letrado que interpreta magistralmente Tom Wilkinson, en quien recae el peso de la oratoria, que contó con el apoyo del análisis de las evidencias del profesor Richard Evans. A todos ellos se enfrenta David Irving en solitario, jugando una y otra vez con el símil bíblico de David frente a Goliat. Esa es la carta con la que juega el acusador, que se quiere presentar ante los medios como una víctima, cuando es quien ha llevado a la historiadora a juicio.



LA NEGACIÓN DEL HOLOCAUSTO
Como explica César Vidal en su libro sobre “La revisión del Holocausto” (Anaya & Mario Muchnik, 1994), la negación comienza al final de la segunda guerra mundial en Francia con fascistas como Bardèche o el socialista Rassinier, a los que seguirán norteamericanos como Barnes, App o Butz. Nada comparable al “asalto al mundo académico” que protagonizan en los años ochenta, hombres como Irving, un inglés que se hace conocido por su libro sobre “La guerra de Hitler” (Planeta, 1988), todo un “lavado de cara” del Führer que contiene escasas referencias al Holocausto.

Será a raíz del llamado informe Leuchter, que Irving da conocer los argumentos por los que cree que las cámaras de gas nunca existieron. Las acusaciones son siempre las mismas, que las mayoría de las muertes de judíos fueron por colaboracionistas judíos (las víctimas se convierten en culpables), que inventan el Holocausto para recibir indemnizaciones (las víctimas se convierten en verdugos), demonizando a los nazis (los verdugos se convierten en víctimas), que actuaron de forma legitima.



¿LIBERTAD DE EXPRESIÓN?
Desde el principio de la película vemos el dilema al que se enfrenta Lipstadt. Irving aparece en sus conferencias para decir que es ella la que rehúye el debate, al no estar dispuesta a contrastar sus afirmaciones con la negación que él hace. Ella, sin embargo, cree que poner una postura al lado de la otra, como alternativa, es realmente desvirtuar la cuestión. Los hechos del Holocausto, para ella, no son discutibles. Se podrán interpretar como se quieran, pero no se pueden negar, como hace Irving.

La causa del revisionismo gira siempre en torno a la libertad de expresión. Según ellos, es “la postura oficial” la que tiene miedo al debate, al carecer de argumentos. Ellos dicen que están abiertos al diálogo, porque son los defensores de la postura mayoritaria, los que se niegan a discutir con ellos. Lo que Lipstadt observa es que son los términos en los que se establece el debate, los que dan legitimación o no, a la negación de estos hechos.

Es extraño, por supuesto,que la Historia se determine en un proceso judicial, pero esa no era la intención de Lipstadt, sino de su acusador, Irving. Bueno, en realidad la litigada es la editorial, Penguin. Ella es una historiadora judía neoyorquina, nacida en 1948 de madre canadiense y padre alemán, que comienza a enseñar en los años setenta. Tras publicar un conocido libro sobre el antisemitismo y la prensa norteamericana en 1986, hace el principal estudio sobre la negación del Holocausto en 1993, que provoca la demanda de Irving.



UNA GRAN PELÍCULA
Esta es una gran película, porque aunque tiene la apariencia de ser un producto televisivo, tiene la solidez del guión de un dramaturgo como David Hare, provisto de la sólida interpretación de la escuela tradicional británica. Se suele decir que los actores estadounidenses hacen de sí mismos, mientras que los ingleses representan personajes. Así una actriz inglesa como Rachel Weisz no tiene problema en hablar como una judía neoyorquina de Queens, mientras que no te acabas de creer el acento inglés de un actor de Hollywood.

Mucho de la naturalidad del llamado cine independiente norteamericano no viene más que de intérpretes que hacen de sí mismos, en vez de representar un personaje. La frialdad de un actor británico como Wilkinson adquiere, sin embargo, una extraordinaria emoción en momentos como cuando el abogado visita a la susceptible Lipstadt en la habitación del hotel, después de varios desencuentros. Es cierto que el personaje de Spall es algo plano, pero incluso un secundario como el letrado que hace Andrew Scott roba la escena a Weisz, cada vez que aparece.

Lo que la película puede tener de teatral, gana en claridad y urgencia en la actualidad de su mensaje. En la era de la “posverdad” de Trump, cuando hasta el presidente estadounidense habla de “hechos alternativos”, se hace más necesario que nunca, reflexiones como la de “Negación”. Cuando tanta gente basa su conocimiento en informaciones de Internet, se hace más importante que nunca examinar cuáles son las pruebas que hay detrás de muchas afirmaciones. No basta decir que es cuestión de opinión. La verdad no se basa en impresiones personales.



LA VERDAD FRENTE A UN MAR DE TRIVIALIDAD
Si con “1984” de Orwell temíamos que la verdad fuera censurada, la preocupación de Huxley en “Un mundo feliz”, es que esta se pierda en un mar de trivialidad. Esa es la actitud de Irving, cuando niega frívolamente la realidad del Holocausto. Está claro que su motivación para la demanda, era la precaria situación económica a la que se enfrentaba por su desprestigio como historiador, al asociarse con el movimiento neo-nazi, pero se aprovecha de la particularidad del derecho inglés, por el que en una acusación de difamación, la carga de la prueba reside en la defensa.

Irving siguió esa misma estrategia con Gita Sereny, cuando la demanda por una recensión de un libro suyo en el diario Observer, el mismo año del proceso de Lidstadt, 1996. Como observa la película, su primer error fue aceptar que el caso fuera juzgado por un magistrado, en vez de un jurado, que hubiera sido más fácil de manipular. No obstante, el juez no se deja llevar por el evidente racismo de Irving. Separa los hechos de su visión antisemita, y los errores de sus citas, de la motivación injuriosa que tiene con ellas. La extensa argumentación de su veredicto es todavía un excelente resumen de los hechos históricos del Holocausto.

La sobriedad de “Negación” nos muestra la importancia de considerar seriamente el problema de la verdad. Su preocupación por el método nos muestra que no basta con decir que hay pruebas para afirmar ciertas cosas. Muchos echan en falta una catarsis emocional al final de esta historia, pero la verdad no es cuestión de fuegos de artificio. Como Jesús nos invita, al considerar la verdad de quién es Él, debemos examinar las Escrituras, para descubrir quién es Él (Juan 5:31-47). No tenemos fotos de los judíos en las cámaras de gas, pero tenemos el testimonio de personas y las evidencias de un escenario en que la realidad de la maldad humana se ha hecho patente.

¿Qué queda de la Verdad de Dios después de Auschwitz? ¡Lo que de su rescate nos muestra la cruz! La muerte de Dios hecho hombre en la persona de Jesucristo, lejos de ser el final, es el anuncio de la esperanza que nos da un Dios que no es indiferente a nuestro sufrimiento, sino que habiendo padecido en nuestro lugar, se compadece de nosotros. La cruz no es su última palabra, sino el anuncio de que su justicia finalmente triunfara. La resurrección frente a la reencarnación, nos dice que lo que sufrimos no es siempre consecuencia de nuestro mal, sino que igual que el justo Job padece inocentemente, así el Justo moriría por los injustos, tomando nuestro lugar. Es esa verdad, la que nos hace libres.

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