Abre una web para recabar testimonios y emprender una denuncia civil y canónica contra el clérigo 'Ana', víctima de los exorcismos de E.G.G.: "Has cometido abuso sexual conmigo, abuso de poder y abuso en la confianza"

Abusos 'en nombre de Dios'
Abusos 'en nombre de Dios' © milada-vigerova / Unsplash

“Tú has cometido un abuso sexual conmigo, un abuso de poder, y un abuso en la confianza que tenía en ti", escribió la mujer, quien sufrió abusos durante siete años a manos del sacerdote, sancionado por el cardenal Cobo

“La Iglesia puso en mis manos un instrumento para hacer el bien a los demás, que tal vez  por mi inexperiencia no supe usar adecuadamente, al menos en todos los casos. Tampoco creo haberme querido servir de las oraciones como un instrumento de poder, para hacer creer a las personas que tenían el demonio dentro y que sólo yo podía sacárselo, para  establecer así un vínculo de dependencia respecto de mí. Al menos nunca fue ésa mi intención”, le respondió el sacerdote

En su carta de respuesta, E.G.G. asegura que “ya no he vuelto a rezar por nadie de esa manera” a partir de 2010, después de que la diócesis de Madrid le retirara la condición de exorcista tras la emisión de un vídeo con cámara oculta para un programa dirigido por Mercedes Milá.Sin embargo, tanto en el caso de Ana como en el de Laura (relatado en este mismo diario), los supuestos exorcismos se prolongaron, al menos, hasta 2014

Durante casi siete años, entre 2007 y 2014, vivió los “exorcismos” por parte del religioso. A sus 44 años, y por primera vez, quiere contar su historia, y denunciar, civil y canónicamente, para “ayudar a otras mujeres” a sacar a la luz lo que ella sufrió

Incluso, junto a unos amigos, ha lanzado la web https://www.padreenriquetestimonios.com/, para “juntarnos y compartir en un espacio seguro sobre lo que hemos vivido”

“Tú has cometido un abuso sexual conmigo, un abuso de poder, y un abuso en la confianza que tenía en ti”. Ana es una de las centenares de víctimas de los exorcismos del padre E.G.G., y una de las pocas que se atrevió a confrontar con él los abusos sufridos. Durante casi siete años, entre 2007 y 2013, vivió los “exorcismos” por parte del religioso. A sus 44 años, y por primera vez, quiere contar su historia, y denunciar, civil y canónicamente, para “ayudar a otras mujeres” a sacar a la luz lo que ella sufrió. Incluso, junto a unos amigos, ha lanzado la web https://www.padreenriquetestimonios.com/, para “juntarnos y compartir en un espacio seguro sobre lo que hemos vivido”

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En julio de 2020, en plena pandemia, Ana se armó de valor y escribió a su presunto abusador. “Yo confié en ti, fuiste un padre espiritual y un apoyo muy importante. Me ayudaste mucho (…) Sin embargo, cometistes abusos y pasaste una línea que no hay que pasar de ningún modo”. El sacerdote, que pese a haber sido sancionado con la prohibición de realizar este tipo de prácticas, así como a confesar o predicar por un período de diez años, sigue siendo cura. Tres semanas después el sacerdote contestó a la carta de Ana: “La Iglesia puso en mis manos un instrumento para hacer el bien a los demás, que tal vez  por mi inexperiencia no supe usar adecuadamente, al menos en todos los casos. Tampoco creo haberme querido servir de las oraciones como un instrumento de poder, para hacer creer a las personas que tenían el demonio dentro y que sólo yo podía sacárselo, para  establecer así un vínculo de dependencia respecto de mí. Al menos nunca fue ésa mi intención”, escribe el clérigo en la carta enviada a Ana.

“Yo confié en ti, fuiste un padre espiritual y un apoyo muy importante. Me ayudaste mucho (…) Sin embargo, cometistes abusos y pasaste una línea que no hay que pasar de ningún modo”

Ana era una de las “hijitas” de E.G.G, que la llamaba su “hija espiritual querida”. Conoció al sacerdote en 2007, cuando tenía 26 años, a través de unos amigos que le invitaron a un viaje por Europa. “Cuando volvimos de la peregrinación ya empecé a tener una dirección espiritual con él”. Era una época en la que la joven se sentía “un poco perdida y sola” y , aunque nunca dejó de hacer terapia con una profesional, al contárselo al sacerdote, éste le propuso “ayudarme con los exorcismos”. “Cuando yo accedí ya estaba dentro de ese grupo de seguidores, porque el padre E.G.G. ayudaba a todo el mundo, todos querían confesarse con él, y tenía un albergue detrás de La Almudena – ‘La Casita de los Pobres’ donde se ayudaba mucho a personas inmigrantes y a todo el que lo necesitaba”.

Captura de pantalla de la web
Captura de pantalla de la web

¿Cómo se producían los exorcismos?

“Al principio estaba presente una monja pero en el siguiente exorcismo nos quedamos solos. Estaba tumbada en el suelo, sobre una moqueta, y él se ponía al lado, arrodillado, vestido con su clergyman y con una estola. Yo cerraba los ojos y él rezaba pidiendo expulsar al demonio con un libro -el Manual de Exorcismos-. Utilizaba agua bendita, cruces de diferentes tamaños que ponía sobre mí, un óleo que extendía sobre mi cuerpo, y su aliento, que introducía en mi cuerpo poniendo su mano en mi boca y soplando dentro”.

Estaba tumbada en el suelo, sobre una moqueta, y él se ponía al lado, arrodillado, vestido con su clergyman y con una estola. Yo cerraba los ojos y él rezaba pidiendo expulsar al demonio con un libro -el Manual de Exorcismos-. Utilizaba agua bendita, cruces de diferentes tamaños que ponía sobre mí, un óleo que extendía sobre mi cuerpo, y su aliento, que introducía en mi cuerpo poniendo su mano en mi boca y soplando dentro

Después de varias sesiones, “me propuso hacerlo sin ropa” porque “estaba empeñado en que era más eficaz, y que la gente se curaba, o pasaban cosas (gritos, mareos, vómitos) si se hacía así”. “Yo quería seguir siendo una hijita suya, así que empezó, me ponía una sábana, y al comienzo de la oración la quitaba, y ponía el óleo sobre mi pecho desnudo, lo extendía y colocaba las cruces…”. Los hechos se produjeron en La Casita de los Pobres, pero también en otras casas donde vivió a lo largo de los años, en la Berzosa, San Agustín del Guadalix, etc.

Los hechos se produjeron en La Casita de los Pobres, pero también en otras casas donde vivió a lo largo de los años, en la Berzosa, San Agustín del Guadalix, etc...

En la carta que dirigió al sacerdote, Ana explicita su negativa a aquellas prácticas. “Yo creo que un sacerdote no tiene que verme desnuda, ni poner sus manos en mi cuerpo, ni untarlo de aceite, ni ponerme cruces sobre mis pechos, ni pasar la luz de un flexo por todo mi cuerpo, ni echar su aliento en mi boca para que yo lo respire, ni tocar mis pezones como si fueran dos botones a los que agarrarse”, confiesa Ana, quien también sufrió cómo, al menos en dos ocasiones, E.G.G. introdujo “su dedo en mi vagina con las bragas puestas”. “Decía que si a lo mejor introducía sus dedos en mi vagina, podía pasar algo en mí, poque había gente que se quedaba medio inconsciente, gente que vomitaba. Él seguía empeñado en que me podía pasar algo”.  Pero Ana entendía que había algo que no estaba bien y no quería continuar con esas prácticas. “Era muy desgradable y, la segunda vez, aunque me costó, le dije que no quería que hiciera eso”. El clérigo dejó de hacerlo.

“No entiendo como pude participar de una experiencia en donde un cura me tocaba los pechos desnudos y la vagina”, reflexiona Ana.

El exorcismo con cámara oculta de la Milá 

En su carta de respuesta, E.G.G. asegura que “ya no he vuelto a rezar por nadie de esa manera” a partir de 2010, después de que la diócesis de Madrid le retirara la condición de exorcista tras la emisión de un vídeo con cámara oculta para un programa dirigido por Mercedes Milá. Sin embargo, tanto en el caso de Ana como en el de Laura (relatado en este mismo diario), los supuestos exorcismos se prolongaron, al menos, hasta 2014. “Después de un tiempo volvió a seguir”, explica Ana, quien admite que, cuando se emitió el programa de televisión, “todos, también yo, le apoyamos, y no quisimos verlo, y le dimos todo nuestro apoyo”.

En el grupo de amigos y amigas que convivían durante aquellos años, el tema de los exorcismos “era un poco tabú”. “Algunas veces le preguntábamos por qué solo lo hacía con chicas y no con los chicos, y nos decía que le daba un poco de grima”, como si “el demonio sólo pudiera entrar en las mujeres”. “Nunca hablábamos claramente, pero sí había risas, o comentarios cuando escuchábamos gritos en la casa o cuando llegaba alguien nuevo”, recuerda. “Éramos muchos en aquella época”. Algunas personas, desaparecían después de una sesión. “Si estabas en ‘el mundo’ (afuera del grupo de seguidores) desaparecías. Si estás con él, todo estaba bien”.

Poco a poco, al ir avanzando en su terapia, y tener más seguridad en sí misma y tras contárselo a su entonces pareja y su psicóloga, sentía menos necesidad de hablar con él y sentir su apoyo”. Progresivamente, Ana se fue alejando. “Tuve la fortaleza de decirle que ya no lo necesitaba”. Él reaccionó con respeto. “Él no se alejó. Simplemente, tú dejabas de ir". Perdió casi todo el contacto con él, y con su entorno, y fue comprendiendo, paulatinamente, lo que le había ido pasando. Años después, lo hablé con varios amigos de ese grupo fiel a E.G.G. y le conté lo que me había ocurrido. Uno de ellos me acusó de hablar mal del padre, según él era un santo y había ayudado a muchísima gente. Si a mí no me había hecho bien, no era por él, sino por algo mío”. No sentí ningún apoyo y me sentí juzgada".

Años después, lo hablé con varios amigos de ese grupo fiel a E.G.G. y le conté lo que me había ocurrido. Uno de ellos me acusó de hablar mal del padre, según él era un santo y había ayudado a muchísima gente. Si a mí no me había hecho bien, no era por él, sino por algo mío”. No sentí ningún apoyo y me sentí juzgada

Durante la pandemia, Ana se armó de valor, y escribió a E.G.G. cómo llegó a sentirse culpable “por traicionarte y contarlo”, y recordó cómo, meses antes, “fui a hablar contigo y decirte que tus rezos no me hicieron bien y que no estaba de acuerdo en cómo lo hiciste”. “De entrada me dijiste que estabas preocupado por lo que te iba a decir y que alguien te había dicho que tuvieras cuidado conmigo porque quizá llevaba una grabadora escondida. Ya de entrada me hiciste sentir mal, echándome a mí la culpa, como si yo fuera la mala”. Ese día, Ana no se atrevió a ser clara con el cura. Sí lo hizo en el verano de 2020 en su carta: “Eso no se puede consentir. Tú no puedes estar como si nada. Yo no sé qué te pasa y qué tipo de ayuda necesitas. Pero lo que ocurrió no debería haber ocurrido”.

¿Una petición de perdón?

En su carta de respuesta, E.G.G. formuló lo más parecido a una petición de perdón: “Siento de veras no haber sabido ser más humilde cuando nos encontramos la última  vez; a pesar de haber reconocido que seguro que me habría equivocado, al menos para la  mirada del mundo; tal vez era un reconocimiento demasiado formal y comprendo de veras que esto no fuera suficiente para ti, habiéndote sentido dañada por mi actuación”.

“Siento de veras no haber sabido ser más humilde cuando nos encontramos la última  vez; a pesar de haber reconocido que seguro que me habría equivocado, al menos para la  mirada del mundo; tal vez era un reconocimiento demasiado formal y comprendo de veras que esto no fuera suficiente para ti, habiéndote sentido dañada por mi actuación”

Para Ana, es fundamental visibilizar estas dinámicas que ocurren dentro de la Iglesia y posiblemente en otros ámbitos. La situación es compleja, ya que en muchos casos el abuso se da sin coerción física, sino con consentimiento. Al mismo tiempo, sucede en relaciones jerárquicas de poder, donde resulta muy difícil establecer límites frente a iniciativas que violan las fronteras personales y tienen una dimensión sexual. La intención es de generar conciencia colectiva para que asumamos una mayor responsabilidad y dejemos de normalizar prácticas que implican abuso de poder y confianza. “Ningún cura debería introducir los dedos en la vagina de una mujer o untar aceite en sus pechos desnudos. Ni para sacar al demonio ni por ningún otro motivo”.

Ana, junto a un grupo de mujeres, está creando una comunidad a través de la web https://www.padreenriquetestimonios.com/, donde comparten experiencias en un espacio seguro, reconociendo que a veces enfrentar estas situaciones sola es más difícil, y buscar apoyo entre pares puede ser clave.

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