Antonio Aradillas Una mujer, para portavoz del episcopado

(Antonio Aradillas).- Para ser y ejercer bien, y "como mandan los cánones", al servicio del pueblo, de portavoz en general, y más del Episcopado en particular, hay que estar bien "dotado", en la variedad de sus acepciones académicas. Es mucha, y muy importante, la tarea - ministerio encomendada a "una persona autorizada para representar a un determinado grupo, y para hablar en su nombre". "Persona", "autorización", "representar", "grupo", "hablar" y "nombre", son términos cuyo contenido merecen reflexión profunda, sucesiva y creciente, dentro y fuera de la Iglesia.

En vísperas ya de la elección, o reelección, de este cargo en los más altos y significativos niveles de la Conferencia Episcopal Española, es explicable que sean muchos -cristianos o no-, los que demandan algunos elementos de juicio para reflexionar sobre el tema lo más responsablemente posible y actuar en consonancia, sin descartar influir en los criterios de clérigos. De entre los perfiles que caracterizarían a los portavoces "vocacionados", con desinterés y compasión, destaco los siguientes:

Que, por fin, no sean clérigos, o que tal condición se perciba y exhiba lo menos posible, tanto en la concepción de Iglesia que puedan tener, como en el léxico y hasta el tono de voz con el que se expresen. Clericalismo e Iglesia, en la mente del papa Francisco, no tienen por qué matrimoniarse a perpetuidad, y menos en las portavocías.

Como la Iglesia es, y está compuesta, en mayor número y proporción por laicos, que por "religiosos" o "personas consagradas a Dios", es presumible que la misión "intra et extra Ecclessiam" resulte más asequible, comprensiva, actualizada y en fiel respuesta al mundo, en cuyo marco ellos desarrollan sus actividades y viven sus esperanzas y desesperanzas.

Exactamente por eso, los verbos "dogmatizar" y "monseñorear" apenas si serán conjugados de aquí en adelante, por los portavoces, acostumbrados clericalmente a hacer uso y abuso de ellos, con asiduidad, incapacitados, por tanto, para entender y ser entendidos. Los colectores profesionales de noticias, aún las entitativamente religiosas, jamás emplearán hoy tales verbos en la difusión y comentarios de las mismas.

Más cercana ya, aunque todavía muy absurdamente lejana, de la plena incorporación de la mujer en los asuntos eclesiásticos hasta sus últimas consecuencias, abogo porque la portavocía del episcopado sea responsabilidad de alguna mujer. Muchas disponen de títulos universitarios en todas las disciplinas religiosas y civiles, con las mismas, y aún mayores calificaciones, y se integran y encarnan en los problemas humanos y divinos, al igual que puedan hacerlo, y lo hacen, los hombres.

Como profesionales de la comunicación, cualquier discriminación constituiría una perversión e insensatez, impropias de la institución que se dice eclesiástica, es decir, religiosa. Las mujeres, por mujeres, saben de teología, de curas y obispos tanto o más que los hombres, por hombres.

De todas maneras, hombre o mujer, clérigo o laico, al frente el ministerio de la portavocía del episcopado estará siempre una persona honesta, limpia, transparente, educada, estimulada por la difusión de la verdad y del evangelio, humilde, humana, profundamente religiosa, profesional, receptora, nada devota y cómplice de la ley del silencio, en disponibilidad de responder a cuantas preguntas sean de interés para el pueblo, a través de los medios de comunicación a los que sirven, no "sabelotodo", y que a su vez sepa preguntar a los mismos que preguntan, sin ruborizarse al verse obligados a tener que manifestar en ocasiones, no estar enterados de determinadas cuestiones. Y que, en calidad de portavoz, no mienta jamás, aun en el caso detratarse de "mentiras piadosas".

Como se supone que el -o la- portavoz vive y convive en mayor proporción con el pueblo - pueblo, que lo hacen los mismos obispos, su labor habrá de proyectarse también hacia estos, poniéndolos al corriente de lo que es de verdad el pueblo, tal y como lo reflejan las preguntas de los profesionales de la información. Informar -educar- sin, a la vez, ser informados y educados- no es sistema efectivamente pedagógico.

De las ruedas de prensa -preguntas y respuestas- que se convocan y efectúan en ministerios, partidos políticos Direcciones Generales, eventos deportivos, organismos o entidades de cualquier tipo o materia, han de aprender mucho los portavoces o aspirantes a serlo, en el ámbito de lo religioso, con plena, ascética y penitencial convicción de que son los portavoces quienes están al servicio de los periodistas, es decir, del pueblo, y no al revés, como tantas veces ocurre en la clericalería.

Insisto en que las ruedas de prensa convocadas por el Episcopado son ciertamente mejorables. Muy mejorables, tanto por una como por otra parte. Confieso que en mis años mozos de becario, y de común acuerdo con obispos "amigos", decidí no participar en ninguna de ellas, y estos -los amigos- me informaban de la verdad que no se nos impartía "oficialmente", reuniéndome discretamente en alguna cafetería cercana a la madrileña calle Añastro. La misión sagrada de la información exige y justifica "travesuras" profesionales, y soluciones heterodoxas, como estas.

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