Desayuna conmigo (martes, 01.12.20) “Oración de abandono”
Alianza de virus belicosos
Por más que les duela a algunos, tan aficionados a uniformes como anclados en reglas milimétricas de conducta, entiendo que hay tantas formas de vivir el cristianismo o de profesar la fe cristiana como cristianos, y que, partiendo de la idea, tan reiterada en este blog, de que todos somos cristianos porque todos somos hijos de Dios, habría que rescatar “cristianos” de los ritos que lo cercan y ahogan para que cobije a todos los hombres. Cualquiera que sea el lugar donde uno haya nacido o la cultura que lo haya amamantado, todos llevamos la impronta de la misma hechura y una conciencia que, de una manera u otra, antes o después, pide cuentas, enjuicia la propia conducta y dicta la mejor y más limpia justicia objetiva sobre lo que realmente somos y sobre lo que hemos hecho. Hablo de algo a lo que no puede sustraerse ningún ser inteligente que sea capaz de pensar sobre el mundo y sobre la razón de su propia existencia. Este diálogo insobornable con uno mismo, tan íntimo y profundo, se convierte a la postre en una oración trascendente que nos ancla al ser, nos da vida y nos mantiene de pie.
La polifacética personalidad del beato Carlos de Foucauld explotó avasalladora en todos los frentes que le salieron al paso. Un tanto a imagen y semejanza del santo de Hipona, al camino que este hizo del pecado a la gracia, Foucauld pasó de una juventud inconformista y problemática a convertirse en acreditado militar, explorador, geógrafo y un místico deseoso de crear escuela. Se ha escrito de él que sus contribuciones “alcanzan campos tan variados como la geografía y la geología, la geopolítica, la lexicografía y el diálogo interreligioso, en tanto que su conversión, su búsqueda espiritual y su mística del desierto fueron su mayor legado al cristianismo contemporáneo”. Su continuo ir y venir por los mundos geográficos y espirituales le lleva a peregrinar desde Turquía a Tierra Santa, a vivir con los tuaregs, a hacerse trapense, a empaparse de la espiritualidad del desierto como eremita, a hacerse sacerdote los últimos 15 años de su vida y a entregarse a la “oración de abandono” como consumación de un largo recorrido por el filo de la navaja.
El desierto y el abandono son dos atractivos fuertes para los espíritus inquietos y en permanente búsqueda de la razón de vivir. Fue una profunda experiencia religiosa vivida por el mismo Jesús. El desierto espiritual es la tabla rasa que hace nuestra propia conciencia cuando, en un acto de profunda sinceridad, reduce cuanto uno es a ardiente arena de un desierto, animado únicamente por el aliento divino que sopla sobre él. Nada tiene de particular que, ante tal actitud, la reacción psicológica sea la del total abandono a la fuerza que da vida a los huesos secos que somos. Carlos de Foucauld rezaba así: “Padre mío, me abandono a ti. Haz de mí lo que quieras. Lo que hagas de mí te lo agradezco, estoy dispuesto a todo, lo acepto todo, con tal de que tu voluntad se haga en mí y en todas tus criaturas”. No hace mucho, el papa Francisco nos exhortaba a situarnos en esa misma línea de pensamiento y oración cuando nos decía que acoplemos nuestro espíritu a lo que Dios quiera, cuando él quiera y como él quiera. Quienes alcanzan la quietud y la fuerza que ese espíritu proporciona jamás volverán a sentirse solos. Ya no tendrán ningún miedo, ni siquiera al “acto vital de consumación” que es la muerte.
Por lo demás, el día de hoy pretende convencernos de que lo que tenemos en frente es toda una alianza asesina de infatigables virus belicosos. Lo digo porque, estando como estamos en plena guerra contra un coronavirus que, tras el verano, se rearmó para presentarnos batalla por segunda vez, el día de hoy es un toque de arrebato contra otro terrible virus que lleva haciendo de las suyas un montón de años al desencadenar una de las pandemias más destructivas de toda la historia, con muchos millones de víctimas en su haber.Nos referimos al VIH, un virus que “ataca de manera directa el sistema inmunológico, provocando, a la larga, que las personas presenten serios problemas de salud como infecciones, así como enfermedades graves como el cáncer y que puede terminar con la vida de quien lo padece” y que puede causar el SIDA.
Ponemos todo esto sobre nuestra mesa de reflexión porque hoy se celebra el “día mundial de la lucha contra el SIDA”, un día elegido por el impacto mediático que tiene, sin duda, ser el primer día del último mes del año. Es una celebración que se inició en 1988, cuando ya el SIDA había matado a más de 25 millones de seres humanos, y que, en 2011, llevó a la creación de ONUSIDA, organización que cambió la palabra “lucha” por “acción” como más apropiada y que se propuso convertirlo en uno de los días más importantes en lo referido a la salud al recordar a los que han fallecido y al celebrar victorias como el acceso a servicios de prevención para sus potenciales víctimas y a tratamientos antirretrovirales para los ya afectados por dicho virus. El SIDA, síndrome de inmunodeficiencia adquirida, es previsible, y su causa, el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH), puede ser contrarrestada y curada. El VIH vino para quedarse y es posible que acompañe todavía muchos años el acontecer humano, como preaviso sobre lo que posiblemente sucederá con la COVID-19, correoso virus que todavía campea a sus anchas por pueblos, villas y ciudades de todo el mundo. El lema elegido para este año no necesita glosa alguna: “solidaridad mundial, responsabilidad compartida”, pues todos somos responsables del afianzamiento y la expansión de ambos virus y todos somos necesarios para contenerlos y erradicarlos.
Huelga que nos detengamos aquí en describir el impacto mediático de unos virus que están dejando huella en nuestra forma de ser y de vivir, y también su funcionamiento y posible contención, tarea a la que se han dedicado con gran eficacia los entendidos del tema. Además, no podríamos hacerlo más que como simples papagayos que repetirían cosas archisabidas, cuando el día nos reclama, todavía, que dirijamos nuestra mirada al problema que en América sufren las farmacias al haber caído la comercialización de muchos medicamentos en manos de voraces multinacionales. A tal efecto, allí se celebra hoy el “día panamericano de la farmacia” para atraer la atención sobre lo que realmente se ha convertido en un gran problema de salud a fin de ponerle remedio. Es una celebración que viene haciéndose desde 1988 como homenaje al “Primer Congreso Panamericano de Farmacia”, que ese mismo año se celebró en Cuba, celebración que se ha fijado como objetivo “fortalecer un modelo solidario, profesional y seguro que garantice accesibilidad, información y eficacia en los tratamientos medicamentosos”.
La fecha de hoy requiere, por otro lado, que también prestemos atención al hecho de que, un día como hoy de 1970 y como reacción desorbitada al propósito condenatorio del famoso juicio de Burgos, ETA inició con el secuestro del cónsul alemán Bëihl una política de extorsión que ha pretendido fracturar España durante la última etapa del franquismo y después con la democracia. Afortunadamente, aunque dicho tribunal condenó a muerte a los terroristas enjuiciados, estos fueron amnistiados después y el secuestro del cónsul se solventó sin tragedia, pero, lamentablemente, ETA recrudeció su política de extorsión y se cargó de muertos. Importan ahora el futuro y el diálogo, pero ninguno será posible a menos que el pasado criminal de ETA sea sepultado del todo bajo una pesada losa de arrepentimiento y silencio.
Volvamos la mirada, para terminar, al volcán de sentires que fue y a los papeles que desempeñó Carlos de Foucauld, sentires y papeles que le condujeron al desierto eremítico, a las cumbres de la mística y al abandono total en las manos de un Padre providente, es decir, a la santidad. Y atengámonos, para mayor abundamiento, a la encomienda papal del “cuando tú quieras, lo que tú quieras y como tú quieras”. Son dos puntos de arranque para recorrer con salero y desenvoltura el propio camino. Nos saldrán al paso virus y terroristas que tratarán de aniquilarnos o desviarnos, pero la arena que somos, si tenemos conciencia de serlo, nos hará indemnes a cualquier ataque, venga de donde venga. Seguro que llegaremos al final, que consumaremos nuestro quehacer vital y que veremos rendidos a nuestros pies a cuantos, pretendiendo aniquilarnos o desviarnos, lo único que lograron fue encorajinarnos para seguir adelante con pie más decidido y firme. El de hoy ha sido un desayuno para que, lejos de olvidarlo, lo tengamos siempre muy presente.
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