"No solo un acto de servicio litúrgico" El diácono como ministro del cáliz

El diácono como ministro del cáliz
El diácono como ministro del cáliz

"Los diáconos sentimos un vínculo especial con el cáliz, lo tenemos como algo nuestro, no solo porque, durante la Misa, nos encargamos de elevarlo al final de la plegaria eucarística, sino también porque lo llevamos para ofrecerlo durante la comunión y lo consumimos si sobra"

"El cáliz en la Misa no es simplemente un vaso litúrgico; es un símbolo profundo de la sangre de Cristo, derramada para la salvación de todos … Al levantar el cáliz, el diácono está también cumpliendo una función esencial de mediación entre Dios y el pueblo"

"Comulgar también del vino completa la experiencia sacramental y permite una participación más profunda en el misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. Por eso es muy apropiado poder comulgar todos en las dos especies"

Los diáconos sentimos un vínculo especial con el cáliz, lo tenemos como algo nuestro, no solo porque, durante la Misa, nos encargamos de elevarlo al final de la plegaria eucarística, sino también porque lo llevamos para ofrecerlo durante la comunión y lo consumimos si sobra. 

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Probablemente lo más conocido del servicio del diácono en la Misa sea el encargarse de la proclamación del Evangelio. Sin embargo, también desempeña un oficio clave en la celebración: es el ministro encargado del Cáliz. Por esta razón, el Directorio de los Diáconos afirma: “en el altar desarrolla el servicio del cáliz y del libro”.

Cáliz
Cáliz

La liturgia de la Misa es una experiencia significativa y transformadora, en la que cada gesto y palabra refleja una profunda conexión espiritual. Entre los oficios ministeriales desempeñados en la Misa, uno de los que que no deben ser olvidados es el del diácono, quien no solo se encarga de proclamar el Evangelio, sino que también tiene un papel central en la celebración eucarística, particularmente en su ministerio relacionado con el cáliz. Este oficio del diácono ha sido tradicionalmente reconocido como un acto sagrado, no como un simple acompañamiento al celebrante, sino como un ministerio que le es propio y que refleja la naturaleza misma de la salvación.

El Cáliz: Significado y Simbolismo

El cáliz en la Misa no es simplemente un vaso litúrgico; es un símbolo profundo de la sangre de Cristo, derramada para la salvación de todos. El vino que contiene el cáliz se convierte, durante la consagración, en la Sangre de Cristo. Para entender el significado del cáliz, es esencial comprender el simbolismo del vino en la tradición judía. En la cultura judía, la sangre es vista como la vida misma; se asocia con la muerte, pero también con la redención. De hecho, se considera que el sacrificio de Cristo en la cruz, su muerte, fue una ofrenda que trajo la salvación a la humanidad.

Por eso, cuando el diácono levanta el cáliz durante la doxología final de la plegaria eucarística, no lo hace como un mero acompañamiento al celebrante, sino como parte integral de su ministerio. En este acto, el diácono levanta no solo el cáliz, sino también el sacrificio y la ofrenda de toda la humanidad. Al igual que en el rito de la consagración, el cáliz se llena con el sacrificio de Cristo, el cual es ofrecido al Padre, y a través de este sacrificio, todos los fieles son invitados a participar del Cuerpo y la Sangre de Cristo.

Simbología del cáliz
Simbología del cáliz

El Diácono y su Relación con el Cáliz

En la historia de la liturgia, el papel del diácono como ministro del cáliz tiene una larga tradición. Parece ser que el origen de qué el diácono sea el encargado del cáliz era por razones prácticas, ya que el cáliz fue tradicionalmente grande y pesado, lo que requería la ayuda del diácono para levantarlo, pero el significado simbólico del gesto ha permanecido constante. La importancia del cáliz en la liturgia no ha disminuido con el tiempo. Con las reformas litúrgicas del siglo XX, se restauró el papel del diácono en la elevación del cáliz, no solo como un acto ritual, sino como una forma de subrayar su rol como ministro en la comunidad de la Iglesia.

Según las normas del Misal Romano, el diácono levanta el cáliz junto al sacerdote durante la doxología final de la plegaria eucarística, un gesto profundamente simbólico que resalta su rol en la santificación de los fieles. El diácono no solo levanta el cáliz por un sentido práctico, como un apoyo al sacerdote, sino que lo hace porque este es su oficio exclusivo. En la liturgia, el diácono actúa como un representante del pueblo, trayendo las ofrendas de la vida humana al altar de Dios.

Al levantar el cáliz, el diácono está también cumpliendo una función esencial de mediación entre Dios y el pueblo. Su ministerio de elevar el cáliz tiene una resonancia profunda: es un acto de ofrecer al Padre las miserias, los sufrimientos y las alegrías de la humanidad. Al mismo tiempo, la acción de levantar el cáliz es un recordatorio de que la salvación, simbolizada en la Sangre de Cristo, ha sido ofrecida para toda la humanidad, sin distinciones. 

Hoy, el diácono sigue siendo el encargado de presentar el cáliz a la comunidad, no solo como un elemento litúrgico, sino como un símbolo de la unión entre Dios y el pueblo. En cada Eucaristía, el cáliz es un recordatorio de la misión del diácono, quien, al igual que los ángeles, ofrece a los fieles la oportunidad de participar plenamente en el sacrificio de Cristo. A través de este rito, los diáconos recuerdan que, al igual que Cristo ofreció su vida por la humanidad, también nosotros estamos llamados a ofrecer nuestra vida en servicio de los demás.

Cáliz
Cáliz

Todos deberían beber del cáliz

El diácono siempre debe recibir la comunión bajo las dos especies, sin dejar de beber del cáliz, y, por supuesto, debe consumir lo que sobre. Recuerdo que tenía un vicario episcopal que, cuando le asistía en la Misa, se olvidaba de darme del cáliz, de modo que él lo consumía todo. Se lo conté a un hermano diácono que me aconsejó un sistema para evitar que esto ocurriera, que consistía en verter mucho vino en el cáliz. Este truco lo utilicé y dio buen resultado.

Aunque cada especie (pan o vino) contiene completamente a Cristo, el recibir ambas especies en la Misa permite participar de manera más plena en el misterio de la salvación. Comulgar solo del pan no invalida el sacramento ni disminuye su eficacia, ya que el Cuerpo y la Sangre de Cristo están presentes en cada uno de los elementos por completo. Sin embargo, recibir también la Sangre eucarística tiene un valor profundo, ya que el vino consagrado simboliza la vida derramada de Cristo en la cruz, en la que se nos ofrece redención y reconciliación con Dios.

La Sangre de Cristo, en la tradición bíblica y litúrgica, es un signo de la nueva Alianza, y beberla durante la Eucaristía refuerza la unión de los fieles con el sacrificio de Cristo, recordando su sacrificio redentor y renovando nuestra participación en la vida de la Iglesia. Por lo tanto, aunque recibir solo el pan sea válido, comulgar también del vino completa la experiencia sacramental y permite una participación más profunda en el misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. Por eso es muy apropiado poder comulgar todos en las dos especies, sin embargo, justo cuando se comenzaba a promover la distribución de la comunión también del cáliz, en los pocos lugares donde se practicaba, esta costumbre se vio restringida debido a la pandemia de COVID-19.

Conclusión: La Vida Eucarística como Misión

En última instancia, el ministerio del diácono en la Misa, especialmente en su relación con el cáliz, no es solo un acto de servicio litúrgico, sino un recordatorio de la misión de la Iglesia. Cada vez que el diácono levanta el cáliz, y lleva el cáliz a los demás, nos recuerda que nuestra vida, como la de Cristo, debe ser una ofrenda. En la Eucaristía, el cáliz se convierte en un signo visible de la misericordia de Dios, y a través del ministerio del diácono, la comunidad es invitada a participar en esta gracia transformadora.

El diácono, al levantar el cáliz, también nos invita a vivir nuestras vidas de manera eucarística, ofreciendo nuestras alegrías y sufrimientos, nuestras vidas completas, como un sacrificio agradable a Dios. Al igual que Cristo se ofreció por nosotros, nosotros también estamos llamados a ofrecer nuestras vidas por los demás, en un continuo acto de servicio y amor. En este sentido, el cáliz no solo es un símbolo de la sangre de Cristo, sino también de nuestra propia entrega a Dios y a los demás, recordándonos que la Eucaristía es, ante todo, un acto de amor y de comunión con Dios y con nuestros hermanos.

Diácono en la eucaristía
Diácono en la eucaristía

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