La muerte de Jesús, un asesinato
Ante la barbarie de la UE de "vender" los sirios a Turquía o devolver los inmigrantes africanos a Africa a morir de hambre, ¿no tenían que unirse todas conferencias episcopales europeas para convocar a todos los creyentes y no creyentes a manifestarse contra esa inmoralidad tan grande? ¿No tendría que ir por ahí el Viernes Santo de hoy?
A lo largo de la historia la muerte de Jesús fue interpretada de mil maneras, algunas verdaderamente escandalosas, que aun se siguen sosteniendo, como que Jesús murió por nuestros pecados, para lavarlos con su sangre; que murió por reparar a Dios la gravísima ofensa que le causan los pecados de los hombres, que su muerte fue un sacrificio expiatorio, un sacrificio de ofrenda a Dios; que Dios entregó a la muerte a su Hijo por culpa nuestra, que Dios tanto nos amó que quiso la muerte de su Hijo.
Es increíble que se haya interpretado y manipulado así la vida y la muerte de Jesús, y por consiguiente la imagen de Dios. Esa concepción choca frontalmente con los hechos y las enseñanzas de Jesús, y hasta con el sentido común: qué clase de Dios es ese que necesita la muerte de su propio Hijo, que necesita ser reparado de las ofensas de unas pobres criaturas como somos los seres humanos; qué clase de Dios es ese que tanto daño le podemos causar que tiene que repararlo la muerte de su Hijo, al que El mismo llama su Hijo querido; qué clase de Dios es ese que no le perdona a su propio Hijo y lo envía a la muerte; qué clase de Dios es ese que necesita sacrificios de sangre humana, nada menos que la de su propio Hijo.
El Dios que Jesús enseñó y trató como Padre suyo y nuestro, no es ese ni se parece a ese para nada. El Dios que recorre el Evangelio de Jesús, es un Dios que es Padre, amor, bondad, ternura, cercanía misericordia, perdón, acogida, luz, vida, cuidado hasta para los pájaros y los lirios del campo, y tiene preparado en su casa un sitio para todos.
La muerte de Jesús fue sencilla y llanamente un asesinato. Todo empezó cuando Jesús dio cumplimiento a estas palabras: “el Espíritu del señor esta sobre mi, porque me ha enviado para anunciar la buena noticia a los pobres, para proclamar la liberación a los cautivos, y la recuperación de la vista a los ciegos; para poner en libertad a los oprimidos; para proclamar el año favorable del señor..." (Lucas 4,18-19).
En consecuencia Jesús optó por los pobres; por la liberación de los cautivos o esclavos que en Roma se sacaban a pública subasta, cuyo dueño poseía derecho de vida o muerte sobre ellos, incluso matándolos por puro capricho o diversión; Jesús optó por la salud de todo el mundo curando a todos, saltándose incluso las leyes de los judíos, incluso curando en sábado, aunque no fuera urgente; Jesús optó por la libertad de todos los que estaban oprimidos, incluso también los oprimidos por la religión judía; Jesús abrió los ojos del pueblo a un Dios favorable a una vida digna para todo ser humano, y denunció todo aquello y a todos aquellos que iban en contra de ese mensaje.
Estas opciones tan claras y nítidas enseguida irritaron a los poderes políticos y más aún a los religiosos, que oprimían al pueblo cada vez más. Jesús ve cómo reaccionan contra El todos los poderes oficiales: los fariseos, los letrados, los senadores, los sumos sacerdotes, los escribas. Como lo ve venir, enseguida quiere prevenir a los discípulos para que no los coja de sorpresa y por eso les dice con toda claridad que va a ser condenado y ejecutado.
Jesús fue acusado falsa e injustamente. Su muerte fue una gran injusticia. Una muerte injusta y prematura, como lo es hoy la de millones de seres humanos, como la de los inmigrantes de Siria, de Africa, de Eritrea, como lo es cada día la de miles de personas a lo largo y ancho de este planeta, todas por las injusticias que los ricos y poderosos de este mundo cometen contra los pobres.
Jesús fue sentenciado y ejecutado como un esclavo. Se le aplicó la misma pena de muerte que Roma infligía a los esclavos: la muerte en cruz, que los romanos habían importado de los persas. La religión acabó condenando y asesinando a Jesús, pues fueron los representantes de la religión oficial los que más lo persiguieron, acusaron y pidieron su muerte porque el poder ciega a los que viven de él y para él, y no les deja ver la realidad: fueron incapaces de ver que el pueblo estaba con Jesús porque Jesús estaba con el pueblo oprimido, hambriento, enfermo y explotado, para servirlo, curar sus dolencias, darle compañía, ofrecerle una esperanza de liberación, y no como ellos que vivían a costa de oprimirlo y maltratarlo con leyes injustas, impuestos, y ritos vacíos. No soportaban que Jesús abriese los ojos a la gente e incluso lo acusaban de soliviantar al pueblo. Por eso le pidieron públicamente a Pilatos que lo condenara a muerte.
Jesús se comprometió con su mensaje de justicia, fraternidad y amor hasta las últimas consecuencias, que le llevaron a ser condenado por los poderes establecidos de su tiempo a la pena de muerte más cruel que entonces existía: morir crucificado.
Para sus seguidores, asumir el compromiso de Jesús hasta la cruz es asumir en nosotros las cruces de los crucificados de nuestros días, y luchar con ellos hasta vencerlas. Es un compromiso por la libertad y la insumisión a todo poder de este mundo que sea origen de injusticia, desigualdad, opresión, subordinación, esclavización, explotación, sea del orden que sea, como lo es ahora la decisión de la UE devolver a los sirios a Turquía o los inmigrantes a Africa.
Ante esta barbarie, ¿no tenían que unirse todas conferencias episcopales europeas para convocar a todos los creyentes y no creyentes a manifestarse contra esa inmoralidad tan grande?
La Iglesia necesita urgentemente retornar a la coherencia con el mensaje íntegro del Evangelio para el bien de la humanidad y así garantizar su permanencia en el mundo para ser transmisora del mensaje de salvación integral de Jesucristo.
Un cordial abrazo a tod@s.-Faustino
A lo largo de la historia la muerte de Jesús fue interpretada de mil maneras, algunas verdaderamente escandalosas, que aun se siguen sosteniendo, como que Jesús murió por nuestros pecados, para lavarlos con su sangre; que murió por reparar a Dios la gravísima ofensa que le causan los pecados de los hombres, que su muerte fue un sacrificio expiatorio, un sacrificio de ofrenda a Dios; que Dios entregó a la muerte a su Hijo por culpa nuestra, que Dios tanto nos amó que quiso la muerte de su Hijo.
Es increíble que se haya interpretado y manipulado así la vida y la muerte de Jesús, y por consiguiente la imagen de Dios. Esa concepción choca frontalmente con los hechos y las enseñanzas de Jesús, y hasta con el sentido común: qué clase de Dios es ese que necesita la muerte de su propio Hijo, que necesita ser reparado de las ofensas de unas pobres criaturas como somos los seres humanos; qué clase de Dios es ese que tanto daño le podemos causar que tiene que repararlo la muerte de su Hijo, al que El mismo llama su Hijo querido; qué clase de Dios es ese que no le perdona a su propio Hijo y lo envía a la muerte; qué clase de Dios es ese que necesita sacrificios de sangre humana, nada menos que la de su propio Hijo.
El Dios que Jesús enseñó y trató como Padre suyo y nuestro, no es ese ni se parece a ese para nada. El Dios que recorre el Evangelio de Jesús, es un Dios que es Padre, amor, bondad, ternura, cercanía misericordia, perdón, acogida, luz, vida, cuidado hasta para los pájaros y los lirios del campo, y tiene preparado en su casa un sitio para todos.
La muerte de Jesús fue sencilla y llanamente un asesinato. Todo empezó cuando Jesús dio cumplimiento a estas palabras: “el Espíritu del señor esta sobre mi, porque me ha enviado para anunciar la buena noticia a los pobres, para proclamar la liberación a los cautivos, y la recuperación de la vista a los ciegos; para poner en libertad a los oprimidos; para proclamar el año favorable del señor..." (Lucas 4,18-19).
En consecuencia Jesús optó por los pobres; por la liberación de los cautivos o esclavos que en Roma se sacaban a pública subasta, cuyo dueño poseía derecho de vida o muerte sobre ellos, incluso matándolos por puro capricho o diversión; Jesús optó por la salud de todo el mundo curando a todos, saltándose incluso las leyes de los judíos, incluso curando en sábado, aunque no fuera urgente; Jesús optó por la libertad de todos los que estaban oprimidos, incluso también los oprimidos por la religión judía; Jesús abrió los ojos del pueblo a un Dios favorable a una vida digna para todo ser humano, y denunció todo aquello y a todos aquellos que iban en contra de ese mensaje.
Estas opciones tan claras y nítidas enseguida irritaron a los poderes políticos y más aún a los religiosos, que oprimían al pueblo cada vez más. Jesús ve cómo reaccionan contra El todos los poderes oficiales: los fariseos, los letrados, los senadores, los sumos sacerdotes, los escribas. Como lo ve venir, enseguida quiere prevenir a los discípulos para que no los coja de sorpresa y por eso les dice con toda claridad que va a ser condenado y ejecutado.
Jesús fue acusado falsa e injustamente. Su muerte fue una gran injusticia. Una muerte injusta y prematura, como lo es hoy la de millones de seres humanos, como la de los inmigrantes de Siria, de Africa, de Eritrea, como lo es cada día la de miles de personas a lo largo y ancho de este planeta, todas por las injusticias que los ricos y poderosos de este mundo cometen contra los pobres.
Jesús fue sentenciado y ejecutado como un esclavo. Se le aplicó la misma pena de muerte que Roma infligía a los esclavos: la muerte en cruz, que los romanos habían importado de los persas. La religión acabó condenando y asesinando a Jesús, pues fueron los representantes de la religión oficial los que más lo persiguieron, acusaron y pidieron su muerte porque el poder ciega a los que viven de él y para él, y no les deja ver la realidad: fueron incapaces de ver que el pueblo estaba con Jesús porque Jesús estaba con el pueblo oprimido, hambriento, enfermo y explotado, para servirlo, curar sus dolencias, darle compañía, ofrecerle una esperanza de liberación, y no como ellos que vivían a costa de oprimirlo y maltratarlo con leyes injustas, impuestos, y ritos vacíos. No soportaban que Jesús abriese los ojos a la gente e incluso lo acusaban de soliviantar al pueblo. Por eso le pidieron públicamente a Pilatos que lo condenara a muerte.
Jesús se comprometió con su mensaje de justicia, fraternidad y amor hasta las últimas consecuencias, que le llevaron a ser condenado por los poderes establecidos de su tiempo a la pena de muerte más cruel que entonces existía: morir crucificado.
Para sus seguidores, asumir el compromiso de Jesús hasta la cruz es asumir en nosotros las cruces de los crucificados de nuestros días, y luchar con ellos hasta vencerlas. Es un compromiso por la libertad y la insumisión a todo poder de este mundo que sea origen de injusticia, desigualdad, opresión, subordinación, esclavización, explotación, sea del orden que sea, como lo es ahora la decisión de la UE devolver a los sirios a Turquía o los inmigrantes a Africa.
Ante esta barbarie, ¿no tenían que unirse todas conferencias episcopales europeas para convocar a todos los creyentes y no creyentes a manifestarse contra esa inmoralidad tan grande?
La Iglesia necesita urgentemente retornar a la coherencia con el mensaje íntegro del Evangelio para el bien de la humanidad y así garantizar su permanencia en el mundo para ser transmisora del mensaje de salvación integral de Jesucristo.
Un cordial abrazo a tod@s.-Faustino