Estrenar nuevos caminos de misión
La vocación misionera se ha entendido como reservada a unos pocos: o es para aquellos que entran a una comunidad religiosa dedicada a la misión o para quienes, desde cualquier estado de vida, deciden irse a los llamados “territorios de misión” -lugares de extrema pobreza donde el evangelio no ha sido anunciado- para dedicarse al trabajo evangelizador. Esta vocación no ha perdido vigencia y en tiempos como éstos, donde la generosidad y la entrega de la vida parecen cultivarse menos, es urgente encontrar corazones apasionados por Jesús y vidas dispuestas a servirle en los más necesitados y excluidos.
Pero junto al cultivo de esta vocación en territorios de misión, también se necesita despertar mucho más el sentido misionero de la vida de todo cristiano/a porque está en mora la vivencia de un cristianismo de discípulos/as misioneros/as, -como lo dijo la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe en Aparecida hace 8 años-, testimoniando la imposibilidad de seguir a Jesús sin anunciarlo, porque su llamado nos hace salir de nuestra tierra –como a Abraham (Gn 12)- y nos coloca en camino de buscar una tierra posible para todos y todas.
Pero ¿cuáles son los caminos misioneros en este momento actual marcado por la pluralidad cultural y religiosa, por el desarrollo tecnológico, la globalización, las grandes urbes y tantas otras realidades nuevas que configuran nuestro mundo actual? ¿cuáles las maneras y formas de anunciar hoy a Jesucristo? Las respuestas suponen reflexión y análisis para encontrarlas. Pero se pueden apuntar unas cuantas, imprescindibles en nuestro contexto actual.
Anunciar a Jesucristo con una vida ética intachable. De nada nos sirve predicar el “deber ser” y los “mandamientos divinos” si no comenzamos por el cumplimiento de los mandamientos humanos (a decir verdad no hay dos tipos de mandamientos, sólo en los humanos podemos cumplir los divinos, pero es una manera de expresarnos). Si algo podemos aportar los/as cristianos al mundo de hoy, es una vida auténtica, responsable en todos los aspectos de la vida. Excelentes ciudadanos, miembros activos de la comunidad social y política, profesionales responsables, conscientes del cuidado de la naturaleza y de toda la creación.
Anunciar a Jesucristo con el cultivo de las relaciones humanas de forma sincera y atenta. Deberíamos distinguirnos por el trato con los otros, por la capacidad de acoger a los demás y respetar la diferencia. No significa que no haya conflictos y malos entendidos pero si supone la capacidad de mantener las buenas relaciones asumiendo las dificultades que ellas implican.
Anunciar a Jesucristo desde la opción decidida por la transformación de todas las injusticias sean éstas socioeconómicas, raciales, genéricas o ideológicas. Crecer en sensibilidad para descubrir la voz interpelante del Señor en toda situación que no responde al reino de Dios, empeñando nuestra vida en hacerlo posible.
Anunciar a Jesucristo con la actitud sincera de apertura y comprensión frente a lo nuevo, lo distinto, lo desconocido. Acogida sincera de los progresos de la ciencia sin demonizar de entrada, las consecuencias de este “cambio de época”.
Solamente desde estas maneras y, otras posibles de nombrar, tiene sentido anunciar explícitamente a Jesucristo y su propuesta del reino. Sin el testimonio de las obras y el compromiso con las realidades actuales, toda referencia a Jesucristo no hace más que desvirtuar el evangelio, quitándole su atractivo y poder de convocatoria.
Por el contrario, el compromiso misionero que se toma en serio la historia y concreta en ella su vivencia misionera, puede evangelizar a nuestro contemporáneos y mostrarles a Jesucristo como una propuesta de Vida para el mundo y su Evangelio un anuncio hecho efectivo mediante hechos y palabras en este tiempo presente, a manera de sacramento y realizaciones actuales del reino definitivo.
Pero junto al cultivo de esta vocación en territorios de misión, también se necesita despertar mucho más el sentido misionero de la vida de todo cristiano/a porque está en mora la vivencia de un cristianismo de discípulos/as misioneros/as, -como lo dijo la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe en Aparecida hace 8 años-, testimoniando la imposibilidad de seguir a Jesús sin anunciarlo, porque su llamado nos hace salir de nuestra tierra –como a Abraham (Gn 12)- y nos coloca en camino de buscar una tierra posible para todos y todas.
Pero ¿cuáles son los caminos misioneros en este momento actual marcado por la pluralidad cultural y religiosa, por el desarrollo tecnológico, la globalización, las grandes urbes y tantas otras realidades nuevas que configuran nuestro mundo actual? ¿cuáles las maneras y formas de anunciar hoy a Jesucristo? Las respuestas suponen reflexión y análisis para encontrarlas. Pero se pueden apuntar unas cuantas, imprescindibles en nuestro contexto actual.
Anunciar a Jesucristo con una vida ética intachable. De nada nos sirve predicar el “deber ser” y los “mandamientos divinos” si no comenzamos por el cumplimiento de los mandamientos humanos (a decir verdad no hay dos tipos de mandamientos, sólo en los humanos podemos cumplir los divinos, pero es una manera de expresarnos). Si algo podemos aportar los/as cristianos al mundo de hoy, es una vida auténtica, responsable en todos los aspectos de la vida. Excelentes ciudadanos, miembros activos de la comunidad social y política, profesionales responsables, conscientes del cuidado de la naturaleza y de toda la creación.
Anunciar a Jesucristo con el cultivo de las relaciones humanas de forma sincera y atenta. Deberíamos distinguirnos por el trato con los otros, por la capacidad de acoger a los demás y respetar la diferencia. No significa que no haya conflictos y malos entendidos pero si supone la capacidad de mantener las buenas relaciones asumiendo las dificultades que ellas implican.
Anunciar a Jesucristo desde la opción decidida por la transformación de todas las injusticias sean éstas socioeconómicas, raciales, genéricas o ideológicas. Crecer en sensibilidad para descubrir la voz interpelante del Señor en toda situación que no responde al reino de Dios, empeñando nuestra vida en hacerlo posible.
Anunciar a Jesucristo con la actitud sincera de apertura y comprensión frente a lo nuevo, lo distinto, lo desconocido. Acogida sincera de los progresos de la ciencia sin demonizar de entrada, las consecuencias de este “cambio de época”.
Solamente desde estas maneras y, otras posibles de nombrar, tiene sentido anunciar explícitamente a Jesucristo y su propuesta del reino. Sin el testimonio de las obras y el compromiso con las realidades actuales, toda referencia a Jesucristo no hace más que desvirtuar el evangelio, quitándole su atractivo y poder de convocatoria.
Por el contrario, el compromiso misionero que se toma en serio la historia y concreta en ella su vivencia misionera, puede evangelizar a nuestro contemporáneos y mostrarles a Jesucristo como una propuesta de Vida para el mundo y su Evangelio un anuncio hecho efectivo mediante hechos y palabras en este tiempo presente, a manera de sacramento y realizaciones actuales del reino definitivo.