La fuerza de la fe y la bendición papal
Fue bonito, sencillo y sentido el gesto del Papa de convocar al Pueblo de Dios a la bendición con la Eucaristía en este 27 de marzo. Realmente, esa bendición alimentó la confianza y la fe. La fe no nos va a librar de sufrir las consecuencias de la pandemia. Tampoco va a conseguir el milagro súbito de que esto termine. Pero nos da la serenidad del corazón al sabernos en manos del dueño de la vida, la urgencia de mirar a los más necesitados para socorrerlos en medio de esta circunstancia, la paciencia histórica para esperar que esto pase y podamos seguir adelante, trabajando porque nuestro mundo sea cada vez mejor para todos y todas.
La lectura que el Papa escogió para este momento fue la de la tempestad calmada (Mc 5, 35-41). En realidad, nadie esperaba la tempestad de un virus que iba a afectar mundialmente y a todos, sin que nadie pudiera sentirse a salvo. Así lo expresó el Papa: “Al igual que a los discípulos del evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados, pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos”.
En el texto, Jesús calma la tempestad e interpela a sus discípulos: ¿por qué temen, hombres de poca fe? Una vez, calmada la tempestad, los apóstoles se preguntan sobre quién es Jesús que tiene poder sobre las aguas. Estamos acostumbrados a interpretar la sagrada escritura de manera literal y entonces algunos pensarán que es por falta fe, de rezar, de sacrificarnos o alguna otra realidad religiosa que Jesús no ha parado esta tempestad pero que, si redoblamos en oración y en sacrificio, Él detendrá la pandemia.
Pero esa no es la interpretación del texto bíblico porque los milagros son signos del reino y no demostraciones de poder. En este caso lo que interesa ver es cómo los discípulos se preguntan sobre quién es Jesús, por qué actúa de esa manera y por qué ellos dudan de seguir ese mismo camino. La falta de fe se refiere a ese no ser capaces de seguir empeñados en el bien y en la verdad cuando vienen las dificultades, cuando afrontamos el fracaso, cuando las cosas parecen no cambiar, cuando nos superan las fuerzas para transformar una situación.
Por supuesto, las tempestades nos hacen revisar lo que somos y hacemos. Por eso el Papa nos hizo ver que una tempestad así “desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, proyectos, rutinas y prioridades (…) también nos muestra que no hemos escuchado el grito de nuestro planeta enfermo, ni el grito de los pobres. Tampoco nos hemos despertado ante las guerras y las injusticias del mundo”. Y nos llama a la conversión en este tiempo de cuaresma en este sentido de preocupación por nuestro mundo, de sentirnos en la misma barca y de ver que nos salvamos todos o todos perecemos.
El Papa también recordó a los que hoy dan la vida controlando esa pandemia. No los conocíamos, no eran famosos y, sin embargo, hoy trabajan sin descanso por salvar vidas. Y junto al personal sanitario, también recordó a todos aquellos de servicios básicos, como los de la limpieza, del transporte, de los supermercados, que hoy siguen trabajando para librarnos a todos de mayores consecuencias. Tal vez la mayoría de ellos no pudieron asistir a la bendición del Papa, pero con su entrega en esta situación están viviendo lo único que, en definitiva, nos hace hijos e hijas de Dios: el servicio, la entrega, la generosidad.
Son tiempos de fe y de esperanza, son tiempos de confianza y generosidad. No temamos porque el Señor está con nosotros y, por eso, será posible vivir este ritmo de vida que no imaginábamos, este confinamiento que algunos ya empiezan a sentir como agobiante, este confrontarnos con lo único que está en juego a cada instante: la vida humana. Es un tiempo de cuaresma privilegiado que tal vez no olvidemos por mucho tiempo porque no tenemos que hacer cosas extraordinarias, solo mantener la fe y darnos cuenta que mientras ella esté, no hay tempestad que nos hunda.