Para el tiempo de Adviento
El adviento es tiempo de alegría y regocijo porque el Niño Jesús –Dios hecho ser humano- viene a vivir entre nosotros y a llenarnos de sus dones. Aunque este tiempo también implica una dimensión penitencial y de preparación, el énfasis está más en el encuentro ya que Dios mismo tomando nuestra carne, se hace asequible, cercano, “uno de los nuestros” y con esto lo divino se pone en nuestras manos y ya nada puede separarnos de su presencia. Y para que se de este encuentro necesitamos recorrer un camino tal vez a la inversa de lo que nuestro sentido común nos dice. Más que buscar lo extraordinario y distinto, hemos de buscar a nuestro Dios en lo cotidiano y cercano a nuestra vida. Lejos de los excesos y los lujos, a nuestro Dios lo encontramos en lo sencillo y humilde porque estas actitudes, son la puerta de entrada a ese misterio divino. Aquí no cabe la prepotencia que parece abrirnos puertas desde los criterios humanos.
Por el contrario, el encuentro con el Niño Jesús se hace posible en la medida que se asumen los valores que el evangelio proclama y que constituyen un camino en contra vía a lo establecido, no por una rebeldía irracional, sino por un amor que supera los límites mezquinos e interesados que tantas veces marcan algunos de nuestros encuentros. Abrirnos al Niño Dios, supera nuestras expectativas, nos desarma completamente y nos permite admirar la ternura de nuestro Dios semejante a aquel gozo que sintió Isabel en su seno cuando María llegó a visitarla. Por tanto, el tiempo de Adviento supone ponernos en camino, salir al encuentro, abrirnos al Dios Niño que viene para llenarnos de su amor. Acoger su venida, prepararnos para ella, estar dispuestos a dejarlo entrar en nuestro corazón y dejarnos sumergir en la corriente de amor que se queda a vivir entre nosotros para ya nunca más irse de nuestro lado.
Por el contrario, el encuentro con el Niño Jesús se hace posible en la medida que se asumen los valores que el evangelio proclama y que constituyen un camino en contra vía a lo establecido, no por una rebeldía irracional, sino por un amor que supera los límites mezquinos e interesados que tantas veces marcan algunos de nuestros encuentros. Abrirnos al Niño Dios, supera nuestras expectativas, nos desarma completamente y nos permite admirar la ternura de nuestro Dios semejante a aquel gozo que sintió Isabel en su seno cuando María llegó a visitarla. Por tanto, el tiempo de Adviento supone ponernos en camino, salir al encuentro, abrirnos al Dios Niño que viene para llenarnos de su amor. Acoger su venida, prepararnos para ella, estar dispuestos a dejarlo entrar en nuestro corazón y dejarnos sumergir en la corriente de amor que se queda a vivir entre nosotros para ya nunca más irse de nuestro lado.