Filosofía griega y cristianismo: ¿antítesis o síntesis?/ 1
Una filosofía religiosa no es ni religión ni filosofía (L. Feuerbach)
| Juan CURRAIS PORRÚA
Los historiadores de la religión, a diferencia de los teólogos confesionales, explican el cristianismo como un fenómeno sincrético (sýgkrasis =mezcla en griego), que recibe ideas heterogéneas de muy diversas fuentes, y analizan su desarrollo en dependencia de su contexto histórico. Este sincretismo supuso la incorporación y absorción de elementos religiosos y filosóficos helénicos.
Al mesianismo judío reinterpretado en clave espiritual a partir de Pablo de Tarso, se unen los misterios paganos del helenismo y la filosofía griega, también pagana. A ello se añadirá de forma tardía la organización propia del derecho romano, adoptada por la iglesia católica.
Desde el punto de vista histórico, no es posible explicar el nacimiento del cristianismo como un producto totalmente original, entendido como un elemento puro y sin mezcla, aislado de su contexto histórico, cual si fuera un meteorito caído del cielo en el desierto de Judea.
Como ha señalado muy bien el helenista Werner Jaeger en su obra Cristianismo primitivo y Paideia griega, el proceso de cristianización del mundo helenístico dentro del imperio romano es al mismo tiempo un proceso de helenización del cristianismo, que afectará tanto a los escritores de la Patrística como a la Escolástica medieval.
Los historiadores del cristianismo han utilizado diferentes metáforas para comprender la génesis y evolución del mismo: éste podría compararse a un largo y caudaloso río, que nace de diversas fuentes (precristianas), a un árbol que se nutre de múltiples raíces, el cual crece formando numerosas ramificaciones y con una constante poda de las ramas heterodoxas. Podría asimilarse a un organismo vivo, que nace, crece y se desarrolla en constante evolución o también a un complejo tapiz que se fue tejiendo con una gran cantidad de hilos combinando variados colores o a la lenta construcción de una gran ciudad, a la que Agustín denominó la “Ciudad de Dios”.
Las primeras metáforas (el río, el árbol o un organismo) son naturales, sugieren la espontaneidad y el dinamismo del orden natural y de la vida orgánica, pero ocultan la intervención de la acción humana a través de la historia. Las dos últimas metáforas (el tejido de un variopinto tapiz y la construcción de una gran ciudad) son acciones técnicas y tienen la ventaja de reflejar la acción humana, pues los tapices y las ciudades no surgen espontáneamente ni se hacen solos.
Dado que la religión cristiana se desarrolló históricamente a través de muchos y variados cristianismos, incluso doctrinalmente enfrentados desde el mismo N.T., también podría imaginarse como un bosque poblado de árboles variados o como un gran museo de tapices, que representarían las distintas corrientes teológicas y donde se reflejen entretejidos los hilos y colores helénicos (paganos) y cristianos, sin olvidar los hilos judíos incorporados en la trama de los dogmas de fe.
De modo semejante, en la metáfora de la “Ciudad de Dios” los diferentes edificios podrían representar las variadas teologías con sus diferentes enfoques (agustinismo, tomismo, escotismo, occamismo), así,como las denominadas “teologías de” (la esperanza, la liberación etc.).
El medievalista Etienne Gilson en su obra El espíritu de la filosofía medieval utiliza la metáfora del matrimonio para expresar las relaciones íntimas entre cristianismo y filosofía griega, que duraron siglos. Se trataría de un matrimonio de conveniencia entre la esposa helénica, de edad madura, enormemente atractiva por su riqueza intelectual, y el joven esposo cristiano. Éste había nacido de una secta judía surgida de la tradición apocalíptica, extendiéndose más tarde al mundo pagano, grecorromano, más allá de las fronteras de Palestina, como religión universal de salvación, impulsada especialmente por la intensa misión apostólica de Pablo de Tarso.
Los dos miembros de la pareja, filosofía y cristianismo, provienen de culturas muy diferentes con visiones del mundo antitéticas, por lo que su larga “cohabitación” o convivencia secular estuvo sujeta a tensas y conflictivas relaciones, pues resultaba muy difícil o imposible armonizar dos concepciones del mundo tan opuestas.
El primer encuentro fue de rechazo mutuo, como se ve de forma incoada en la teología de Pablo de Tarso. Éste, aun recibiendo claros influjos helénicos, platónicos, estoicos, gnósticos o mistéricos en sus cartas, como mostró Antonio Piñero en su obra Guía para entender a Pablo de Tarso, opone la posesión de una “sabiduría divina” de carácter superior, a la sabiduría mundana de los filósofos griegos, gentiles y privados de la revelación bíblica.