Imposible recoger velas.
| Pablo Heras Alonso.
¡Qué difícil le resulta a la Iglesia, por no decir imposible, dar marcha atrás cuando ha emitido “ex cathedra” doctrinas y definiciones las más de las veces intragables! Y resulta que cuanto más abstrusas, inconcebibles y absurdas son, como lo es el dogma de la eucaristía, efecto de la transustanciación, más compelidos se sienten los fieles a aceptar y creer e incluso cultivar (dar culto a) absurdos.
¿Alguien puede creer que los apóstoles, en el momento de la Cena, creyeron que “verdaderamente” ese trozo de pan era el cuerpo de Cristo? Sí, lo dijo claramente: “Tomad y comed, esto es mi cuerpo”, pero ni aunque hubiera venido el Espíritu Santo en ese momento, habrían conseguido entender qué quería decir el Maestro.
El sentir de los fieles en los siglos posteriores ya fue otra cosa: por una parte, se encontraron con la magia que todo lo inundaba y consolaba –tengo a Cristo dentro de mí--; por otra, estaban obligados a acatar los dictados de papas y obispos. El cuento había resultado rentable. Curas, prestes, frailes, santotomases y predicadores endilgaban verdaderos tochos de fe, cuanto menos inteligibles más dignos de crédito; y organizaban procesiones para ensalzar una oblea, lo mismo que el gremio de zapateros podría hacer lo mismo con una zapatilla; y confeccionaban oficios ad hoc; y encargaban custodias; y alfombraban las calles con flores; y hacían cantar a los niños vestidos de blanco cualquier “lauda Sion Salvatorem”; y condenaban posturas poco fervorosas.
Antes por miedo y engaño, hoy por inercia mental, ahí siguen con sus comuniones y adoraciones al Santísimo. Y, siguen diciendo, total, las procesiones son tan bonitas… Son de interés turístico… Y cuando recibo la hostia y la trago, ¡puedo hablar tan íntimamente con Jesús que tengo dentro de mí!
Hay investigadores que afirman que el proceso de Galileo, 1633, no fue por asuntos heliocentristas sino por opiniones “transustanciales”, por lo escrito en su libro-carta “Il Saggiatore” (El ensayador), nº 48. Pero incluso dentro de la Iglesia, nadie ha caído en la cuenta o ha sacado las consecuencias del párrafo de la Humani Géneris, Pío XII 1950, sobre la transustanciación: …doctrina, por cuanto fundada en un concepto anticuado de sustancia, debe ser corregida para reducir la presencia real de Cristo en la Eucaristía a un simbolismo, que más tarde y con otras palabras Pablo VI repitió en la Mysterium Fidei: …fórmulas dogmáticas… …juzgadas inadecuadas por los hombres de nuestro tiempo. Palabras olvidadas.
Lógicamente y para los próceres católicos, esos “otros” sectores del cristianismo como son los protestantes de mediados del XVI, estaban y están equivocados, no han entendido la verdadera fe, no comprenden la enorme hondura de este “mysterium fidei”, y cosas por el estilo. Pero son los protestantes los que con más agudeza y rotundidad desmontan las tesis católicas, especialmente los anglicanos.
Más o menos vienen a decir que si existen hostias o panes con los accidentes de pan pero con la sustancia de carne, lo mismo se puede decir de cualquier otra materia, por lo que será imposible hacer ciencia de nada. Siempre existirá la duda de que tal o cual realidad sea lo que parece que es u otra cosa distinta. Y tampoco será posible saber si después de la consagración “eso” es carne o sigue siendo pan. Este argumento del arzobispo anglicano J. Tillotson lo retomó y aplicó Manuel Kant en Crítica de la Razón Pura (1781) para desmontar el argumento ontológico de San Anselmo: la existencia no es ninguna cualidad, propiedad o accidente de las cosas.
Siguiendo con el ridículo que provoca la afirmación de “accidentes”-de-pan y “sustancia”-de-carne, nos podemos preguntar cuándo se produce exactamente esa mutación, ese metabolismo de que hablan los cristianos orientales sobre la transustanciación católica. Deducimos que debe ser algo instantáneo y no progresivo. Dicen que se produce con la plegaria eucarística, en la consagración, o sea, en el momento justo en que el sacerdote termina la última sílaba de “…esto es mi cuerPO”. Y luego, lo mismo con el vino-sangre. Ridículo, porque podrían aplicarse aquí las aporías de Zenón de Elea.
Por seguir con otro absurdo trufado de ironía, pensamos que el catolicismo tradujo cena y eucaristía como deglución de la carne y sangre de Cristo, para desmontar o sustituir o asimilar todos aquellos ritos truculentos en que el hombre se convierte en caníbal. Y sabemos que los caníbales comían a sus víctimas para apropiarse de su fuerza, de su energía vital o de sus cualidades superiores. Más o menos viene a decir eso la Iglesia al recibir a Cristo. Canibalismo.
Y podemos seguir con más absurdos sabiendo lo que pasa con los alimentos ingeridos. ¿Desaparece el cuerpo de Cristo en el estómago con los jugos gástricos? ¿Pasa al intestino y de él a la sangre? ¿Qué tiene que ver el cuerpo físico con los efectos espirituales que la ingesta produce?
En definitiva, hora es ya de que los sacerdotes prediquen otra cosa distinta a lo que en la fiesta del Corpus se pregona. Y que escondan custodias y viriles en el museo de la credulidad. Y que la recurrente “exposición del Santísimo” adquiera otro carácter menos mágico. Y que se dejen de procesiones donde resuena eso de “Hostia pura, hostia santa, hostia inmaculada” porque la palabra “hostia” ya pasó a significar otra cosa bien distinta.