Las Bodas de Caná: un esbozo contemplativo de mariología En la historia del Evangelio, sólo María ve el todo en su conjunto
"Hubo una boda". El hecho, así destacado, debe hacernos reflexionar. Es bueno señalar cómo todo el Evangelio es una invitación de boda: 'El Reino de los cielos es como un rey que anuncia una gran fiesta para las bodas de su Hijo' (Mt 22, 2)
"El significado y la profundidad de los símbolos que contiene el relato impiden, en cierto sentido, expresarlo en palabras"
"Es un relato para ser disfrutado en la contemplación, dejándoos conmover interiormente por la fuerza del Espíritu. Contempla estos tres aspectos: María ve el todo en su conjunto; María siente empatía; María es intrépida"
"Es un relato para ser disfrutado en la contemplación, dejándoos conmover interiormente por la fuerza del Espíritu. Contempla estos tres aspectos: María ve el todo en su conjunto; María siente empatía; María es intrépida"
El relato está lleno de misterio, basta pensar en su comienzo: "El tercer día", que tiene una profunda resonancia en el Nuevo Testamento. El tercer día es, en efecto, el día de la Resurrección, de la plena manifestación de la gloria. En este caso es también el tercer día de una gran semana, la de la primera manifestación de Jesús.
"Hubo una boda". El hecho, así destacado, debe hacernos reflexionar. Es bueno señalar cómo todo el Evangelio es una invitación de boda: "El Reino de los cielos es como un rey que anuncia una gran fiesta para las bodas de su Hijo" (Mt 22, 2).
La encarnación misma es celebrada por la Iglesia como el banquete de bodas de Dios con toda la naturaleza. Y para Israel las mismas relaciones con Yahvé fueron cantadas por el pueblo como el matrimonio más elevado, la síntesis de todo otro amor humano. Incluso la escatología del mundo es narrada por Cristo en forma de congreso nupcial... El novio es el mismo Jesús; y toda la Iglesia, por tanto, esposa que espera a su amado en el camino de regreso.
Estas imágenes nos hacen comprender qué evocaciones suscita el lenguaje misterioso de Juan al situar una boda como primer episodio, haciendo emerger así el misterio de Cristo en esta realidad tan humana.
«Y estaba allí la madre de Jesús». El centro de la historia es María. Incluso Jesús y sus discípulos aparecen bajo una luz más matizada: "Jesús también fue invitado a la boda". Para el evangelista la figura de la madre es sin duda central y es desde ella que la atención se proyectará luego sobre Jesús. El milagro, la manifestación de la gloria de Cristo, pasa por la madre.
El significado y la profundidad de los símbolos que contiene el relato impiden, en cierto sentido, expresarlo en palabras. Es un relato para ser disfrutado en la contemplación, dejándoos conmover interiormente por la fuerza del Espíritu. Contempla estos tres aspectos: María ve el todo en su conjunto; María siente empatía; María es intrépida.
María ve el todo en su conjunto
En la historia del Evangelio, todos tienen algo que hacer, algunos en la cocina, otros en el servicio,… Sólo María ve el todo en su conjunto, tiene una visión general y comprende lo esencial que está sucediendo y lo esencial que falta. Éste es el espíritu contemplativo de María, su don de síntesis, la capacidad de atender a las cosas particulares. Ciertamente también ella debía tener algún compromiso… pero, sin embargo, presta atención a las cosas individuales y con una mirada atenta, contemplativa, profunda… capta la situación.
El don de la síntesis es típicamente femenino: saber ver el punto focal con la inteligencia del corazón, no mediante el razonamiento ni el análisis inmediato y preciso de todos los elementos.
María percibe el gemido inexpresado del mundo y lo expresa hasta con simplicidad: "Ya no tienen vino". Ella es la única que dice esta palabra. Es probable que los demás lo hayan notado pero como en un sueño: ven que algo falla y al no saber qué hacer prefieren seguir fingiendo que no pasa nada.
La gracia de la fe cristiana es precisamente la de cultivar, incluso en las mil y una tareas, una visión de conjunto de las situaciones de la comunidad, de los grupos, de la Iglesia, de la sociedad, para poder captar con amor las dificultades , momentos delicados y darle voz, atenderlas con discreción y eficacia.
La fe cristiana tiene en sí misma este maravilloso don contemplativo: no es la pericia, la destreza para hacer esto o aquello, la especialización de las capacidades humanas, sino una percepción global, que sabe preservar el sentido de todo. Quizás sea difícil de expresar, pero es importante, incluso necesario, para la vida de la Iglesia.
En ese don está, de hecho, el don de gobierno, de eficacia, de planificación cuidadosa. El don contemplativo es algo más sutil, indefinible, que da unidad, gusto, sabor, consistencia. Es un don de María y, si faltara, la Iglesia correría el riesgo de convertirse en una sociedad de expertos, de personas competentes, de especialistas, donde cada uno lleva adelante su visión particular, quizás discutiendo con los demás y precisamente en nombre de su propia visión, capacidad, pericia…
El carisma de María es la mirada consoladora, que la hace estar atenta a todos los puntos dolorosos y dispuesta a expresarlos, a ayudar alertando a los responsables, pidiendo a los demás que intervengan. En Caná, de hecho, María no atiende directamente la necesidad del vino, sino que lo resalta, lo realza y lo confía a su Hijo.
Por eso pedimos a la Virgen que mire nuestros banquetes, el banquete que son nuestras comunidades, nuestras iglesias locales, nuestra Iglesia universal; y también mirar este banquete que es nuestra sociedad y prestar atención a lo que falta, poner en nosotros la mirada contemplativa benévola y sincera con la que Ella miró el banquete de bodas de Caná.
Pidamos a María que no permita que nuestros corazones se entristezcan por las pequeñas mezquindades privadas, sino que nos haga vibrar al unísono con el gran banquete de la humanidad, captando e interpretando la situación de todos aquellos que no tienen vino, pan, alegría, que no están involucrados en el banquete.
Cada uno de vosotros puede entonces preguntarse: ¿estoy tan preocupado por mi papel personal, por mi trabajo, que ya no tengo gusto por toda la vida de la comunidad, de la Iglesia, de la sociedad? ¿Soy tan tenaz e insistente en la realización de mi tarea particular que ya no comprendo cómo debe encajar en el conjunto de una mesa bien puesta en la que todos participan con amor y alegría? ¿Soy tan poco contemplativo que miro el árbol y me olvido del bosque?
María empatiza
María, una vez completado su gesto contemplativo, pudo quedar satisfecha. Sin embargo, si lo hubiera hecho, no habría expresado su identificación con la situación. Habría hecho un análisis sociológico, estadístico,…, sin entrar en el problema. María, en cambio, entró en ello hasta casi merecer una reprimenda de Jesús.
«¿Qué tengo yo que ver contigo, mujer?». Ciertamente no es una expresión alentadora, sea cual sea el significado que se le intente dar. María la acoge porque se ha identificado con la situación como si fuera suya: "No tienen más vino" significa que no tenemos más vino. Significa hacerse uno con esos pobres cuyos nombres ni siquiera conocemos y de los que el relato evangélico no dice nada más.
En última instancia, el hecho de que a un banquete le falte vino no es tan sustancial. La gente podría haberse ido a casa igualmente satisfecha. La carencia que María nota, por tanto, no es esencial, no es una cuestión de vida o muerte: es una falta de bienestar, ese “no sé qué” que hace que las cosas vayan bien, y es precisamente lo que más a menudo nos falta. Muchas veces nos falta ese “no sé qué” de alegría, entusiasmo,…, que se necesitan para que las cosas vayan por el buen camino. ¡Cuántas veces echamos de menos este vino! La esencia de nuestra vida, los compromisos se desempeñan con atención y seriedad, los trabajos se realizan con eficacia,… ¡Sin embargo, falta "eso no sé qué" representado por el vino!
Descubrirlo es una gracia que debemos pedir a María porque no surge solo de los análisis sociológicos que realizamos. María puede ayudarnos a descubrir lo que falta, no para acusar ni recriminar, sino para sufrir y amar. Y ante todo puede ayudarnos a descubrir lo que nos falta, que no sabemos qué es: tal vez sean pequeñas cosas que extrañamos; pequeños perdones, pequeños sacrificios que vivir, pequeñas tensiones que tapar o pequeñas palabras que contener. Quizás nos falta un poco… para que el buen vino se manifieste.
El evangelista repite tres veces el adjetivo "bueno": «Cada uno sirve el buen vino desde el principio... el menos bueno... el buen vino lo has guardado hasta ahora».
Puede haber un vino genuino y no bueno, tanto por la calidad de la uva como por la ingenuidad de quien lo elaboró. Jesús quiere el bueno, hecho de la riqueza que proviene de todo el complejo de la uva, del sol, del calor, de la tierra, de la preparación, del trasiego. Lo quiere tanto para nuestra vida, como para la plenitud de nuestra Iglesia, y para la alegría de nuestra sociedad.
El buen vino que Jesús quiere es sin medida, abundante: "Seis tinajas de piedra... cada una con dos o tres toneles" llenas hasta el borde. Nuestra vida espiritual, marcada quizás por la aridez o el cansancio, en su interior debe ser vino espumoso, sobreabundancia de Espíritu que nos nutre día y noche, sin abandonarnos jamás: no puede ser el fondo de un vaso que apenas sirve para saciar la sed.
María es intrépida
Jesús no dice que Él proveerá, pero María dice a los sirvientes: "Haced lo que él os diga". Sus palabras tienen, por así decirlo, un sentido bíblico probado desde hace mucho tiempo. Son, en efecto, las pronunciadas por el Faraón durante la hambruna en Egipto, cuando el pueblo carecía de todo: “Ve a José y haz lo que él te diga. El hambre dominó toda la tierra. Entonces José abrió todos los almacenes donde había grano” (Gen 41,55-56).
La figura de María se sitúa a la luz del hombre que sacia el hambre de un país entero: María es aquella a través de quien el poder de Jesús se manifiesta en la tierra para toda la humanidad. Está segura de su hijo porque es el Hijo de Dios.
Esta es quizás la certeza que más fácilmente no logramos mantener. Quizás notamos la falta de vino, quizás nos identificamos un poco tristemente con la sequedad de nuestras vidas, de nuestra comunidad, de nuestras iglesias locales… Sin embargo, al no cruzar el "vado de la fe", nos detenemos en una amarga consideración de la situación o buscamos soluciones inadecuadas.
¡Cuántas veces tenemos la impresión, escuchando ciertos análisis y valoraciones, por ejemplo de la falta de vocaciones,…, de que los remedios se proponen sin convicción! Se necesitan remedios, es necesario planificar, hay que hacer algo y, sin embargo, no tenemos esa certeza que es la única que da fuerza a todas nuestras acciones: la certeza en Jesús. No creemos lo suficiente, nos falta ese salto de calidad que no consiste en buscar la llave del tesoro escondido sino en la seguridad en Jesús incluso en las cosas más simples, incluso en las expresiones más inmediatas de la vida.
Este esbozo para una mariología no quiere pasar por alto sino dar espacio a la contemplación. Podemos acercarnos a María a través de la lectura orante de la Palabra de Dios, la lectura de la Escritura en el Espíritu Santo.
No basta con aprender teóricamente esta lectura: es necesario desarrollarla. Aprenderla cordialmente significa practicar resaltando algunos aspectos o palabras del pasaje del Evangelio. Pero luego hay que releer las palabras, comparándolas entre sí, como hizo María, que "guardaba todas estas palabras en su corazón" (cf. Lc 2, 19.51). María es modelo de identificación e intrepidez porque es modelo de contemplación. Aquí reside uno de los secretos de la fe: ser fuente contemplativa.