LOS PLURALISTAS: Demócrito/ 1

ἐν βυθῶι γὰρ ἡ ἀλήθεια // La verdad está en lo profundo (Demócrito, fr. B 117)=================================================================


La llamada escuela atomista está formada por Leucipo de Mileto y por Demócrito de Abdera, su discípulo. Aristóteles y Teofrasto consideran a Leucipo el fundador de la escuela. De él se sabe muy poco y la tradición transmitió unidas las ideas de ambos, por lo que es muy difícil saber lo que corresponde a cada uno. Probablemente fue Leucipo el que formuló las intuiciones básicas de la teoría atomista y Demócrito quien las perfeccionó dándole forma de sistema, ampliándolo además a diversos campos.

Demócrito, que es contemporáneo de Sócrates, nació hacia el año 460 a. e. c. en Abdera (Tracia), patria común de su paisano el sofista Protágoras. Viajó por Egipto, Persia y Mesopotamia y estuvo también en Atenas cuando ésta se convirtió en la capital de la filosofía, pero parece que no le hicieron mucho caso, pues afirma: “llegué a Atenas y nadie me conoció”, lo que contrasta con el gran éxito entre los atenienses de su paisano el sofista Protágoras.

Platón lo considera su gran enemigo filosófico y ni siquiera lo menciona en sus obras, pese a la genial originalidad de la teoría atomista. Aristóteles lo cita innumerables veces al mismo tiempo que discute y critica sus ideas.

Demócrito escribió numerosas obras sobre temas muy variados, como matemáticas, cosmología, agricultura, ética, técnica, música o pintura. Diógenes Laercio le atribuye unos 60 títulos, pero solo nos quedan unos 300 fragmentos. Se le atribuye un carácter jovial frente al carácter lloroso de Heráclito y murió a una edad muy avanzada. Debido a su saber enciclopédico W. Nestle escribe que “Demócrito fue un Aristóteles antes de Aristóteles”.

Demócrito, lo mismo que Empédocles y Anaxágoras, acepta de Parménides la tesis de lo existente como eterno e inalterable, pero rechaza el monismo del Ser único, pensado por el eleata como una esfera bien redonda.

Aristóteles (Met. A4,985b4) escribe: “Leucipo y su compañero Demócrito dicen que los elementos son lo lleno (tò plêres) y lo vacío (tó kenón) a los cuales llamaron ser y no ser. El ser es lleno y sólido, el no ser es vacío y sutil. Como el vacío existe no menos que el cuerpo, se sigue que el no ser existe no menos que el ser. Juntos los dos, constituyen las causas materiales de las cosas existentes”.

Todo lo demás son meras apariencias. Los átomos se corresponden con el ser y el espacio vacío con el no ser de Parménides. Así, pues, todo cuanto existe está constituido por infinitas partículas diminutas, sólidas, compactas, homogéneas, eternas, inalterables e indestructibles, invisibles e indivisibles. De ahí el nombre de átomos (á-toma = no divisibles).

Los átomos tienen extensión y volumen y son cualitativamente idénticos, a diferencia de las homeomerías de Anaxágoras. Sus diferencias son solo cuantitativas, por su figura, su posición, tamaño o peso, aunque algunos piensan que el peso es una propiedad intruducida por Epicuro. Para ilustrar estas diferencias,

Aristóteles cita el ejemplo de las letras del alfabeto, que se distinguen por su figura (schéma), A y N, orden (táxis), AN/NA o posición, (thésis), Z y N. Hay átomos esféricos, lisos, rugosos, ganchudos, de mayor o menos tamaño (mégethos).

El mundo con todos sus cuerpos está formado por un número ilimitado de átomos materiales, que se mueven en un espacio vacío e infinito. Aristóteles compara los átomos a las diminutas motas de polvo observables cuando un rayo de sol penetra en una habitación oscura.

La importancia del vacío reside en que hace posible el movimiento de los átomos, lo mismo que la pluralidad infinita de elementos. Las cosas del mundo son conglomerados de átomos, que se mueven de forma espontánea, al azar (tò autómaton) pero de forma necesaria (hyp'anágkes), y sus choques mecánicos dan lugar a los variados fenómenos observables. No hay lugar aquí para una teleología o causa final, carencia que le critica Aristóteles.

Las agrupaciones y separaciones de átomos obedecen a una ley necesaria y el movimiento no necesita de una causa externa ni de una inteligencia ordenadora, como el Noûs de Anaxágoras o el Amor y el Odio de Empédocles. El movimiento es una propiedad intrínseca de los átomos, que se mueven de forma espontánea, pero “nada sucede sin razón, sino todo por razón y por necesidad” (único fragmento de Leucipo, B 2 de Diels).

El atomismo recoge la vieja idea milesia del torbellino y de la pluralidad de mundos, sostenida por Anaximandro o Anaxímenes. Por ello afirma Th. Gomperz que es “el fruto maduro en el árbol de la doctrina materialista de los fisiólogos jonios”.

Los átomos más densos y pesados dieron lugar a la tierra y al mar, mientras que los más ligeros formaron el aire y el fuego. Las infinitas combinaciones atómicas producen infinitos mundos, diferentes en tamaño, que se forman y se disuelven, algunos libres de animales y plantas.

Las cosas que percibimos nacen y perecen, pero en el fondo, por debajo de las apariencias, los átomos se juntan o se separan. Los eleatas negaban el espacio vacío, lo que hacía imposible el movimiento. Pero el vacío de los atomistas separa los átomos entre sí y hacen posible su movimiento continuo.

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