LOS PLURALISTAS: Empédocles / 1
τέσσαρα γὰρ πάντων ῥιζώματα πρῶτον ἄκουε // Escucha, pues, las cuatro raíces de todas las cosas (Empédocles)
| PROMETEO
Los filósofos pluralistas, Empédocles, Anaxágoras, Leucipo y Demócrito, son denominados también presocráticos tardíos (aunque Leucipo y Demócrito son contemporáneos de Sócrates). Frente al monismo de los jónicos y de los eleatas, afirman la existencia de múltiples principios para explicar la naturaleza.
En oposición más directa a Parménides y a sus discípulos, Zenón y Meliso, tienen en común el reto de justificar la pluralidad y el cambio y, por otro lado, rescatar la validez del conocimiento sensible, que negaban los eleatas.
Empédocles nació en Agrigento (Sicilia) hacia el 492 a. e. c. y vivió unos 60 años. De joven tuvo contactos con la secta pitagórica, de la que tomó algunas tesis, como la inmortalidad y la transmigración de las almas, entre otras.
Su figura legendaria y carismática recuerda a Pitágoras, pues aparece como un profeta próximo al orfismo, hombre divino, reformador religioso, mago, retórico, médico y sanador, taumaturgo, además de político, poeta y filósofo. Ello indica su personalidad compleja y “fáustica” (W. Nestle).
Desarrolló una intensa actividad política, defendiendo ideas democráticas en oposición al tirano Therón, según la tradición, lo que le costaría el destierro al Peloponeso. En los festivales de Olimpia recitó también sus poemas filosóficos.
Aristóteles lo considera el inventor de la retórica y es probable que el sofista siciliano Gorgias, defensor del gran poder de la palabra, fuese su discípulo. Esta capacidad oratoria explicaría su éxito político y la atracción carismática sobre las masas, a las que ofertaba la curación de enfermedades físicas y mentales. En torno a su muerte, hacia el 432, existen dos leyendas. Una dice que ascendió al cielo en el Peloponeso y otra que se arrojó al Etna.
Lo mismo que Jenófanes y Parménides, compuso dos poemas filosóficos en hexámetros, uno de cosmología llamado “Sobre la naturaleza” (Perì phýseos), en el que sigue la tradición naturalista milesia y otro religioso, llamado “Purificaciones” (Katharmoì), escrito con estilo oracular y de claro influjo órfico y pitagórico. Platón en el Sofista se refiere a sus poemas como “las musas sicilianas”. En su pensamiento se juntan la física jónica y la mística órfico-pitagórica.
Empédocles es un pensador ecléctico, que combina ideas eleáticas con ideas jónicas y pitagóricas. De Parménides acepta la negación del vacío (no ser) y que el Ser es eterno e inmutable, no generado ni corruptible: son necios (népioi), afirma, los que creen que algo puede generarse o destruirse, pues “es imposible que algo llegue a ser a partir de lo no existente y es irrealizable e inconcebible que perezca lo existente”.
Niega, sin embargo, que el Ser sea homogéneo. Todo lo que existe es heterogéneo, compuesto de cuatro principios materiales diferentes, que ya habían sido propuestos por los jonios: el agua (Tales), el aire (Anaxímenes), el fuego (Heráclito) o la tierra (Jenófanes). No hay, pues, un solo principio, sino varios.
A esos cuatro principios heterogéneos, no los denomina elementos (stoicheîa), como harán luego Platón y Aristóteles, sino “raíces” de todas las cosas (téssera pánton ridzómata) que, junto a las cualidades cálido-frío y seco-húmedo, constituyen todos los cuerpos y tienen un carácter divino.
Las cosas que percibimos son mezcla (míxis) de estos elementos en distinta proporción numérica (influjo pitagórico). Al cambiar las proporciones numéricas de las mezclas, cambian las cosas, pero esos cuatro elementos son tan indestructibles, inmutables y eternos como el Ser de Parménides. La tierra se mezcla con agua en las fuentes y con fuego en los volcanes. También el aire está mezclado con agua en forma de lluvia y con fuego en forma de rayos.
Empédocles fue el primero en distinguir, por medio de experimentos con clepsidras, el aire y el vacío, frente a los que los identificaban (pitagóricos) o no lo distinguían del vapor (Anaxímenes). Junto a los cuatro elementos, a los que da nombres míticos, con sus cuatro cualidades, introduce Empédocles dos fuerzas cósmicas: el Amor y el Odio, figuras tomadas de la Teogonía de Hesíodo.
El Amor (Éros o Philía) es la fuerza física que atrae a los elementos diversos y tiende a unirlos. Se identifica con Afrodita, siendo el amor sexual una parte del Éros cósmico. Aristóteles interpreta el Amor y el Odio en sentido moral, siendo el primero causa del bien y el segundo causa del mal (posible influjo del dualismo pitagórico). El Odio o la Discordia (Neîkos o Éris), al contrario, es la fuerza cósmica que separa los elementos distintos.
Hay, pues, un eterno retorno de períodos cósmicos de construcción y otros de destrucción del cosmos, de orden y de desorden, de atracción y de dispersión. Estas dos fuerzas en lucha recuerdan los contrarios de Heráclito y el dualismo pitagórico, que contrapone el mundo terrestre y el mundo celeste.
Los humanos participan de estas dos fuerzas contrarias, el Amor que es fuerza de unión y atracción y el Odio que es fuerza de repulsión y separación. En el alma humana se manifiestan de forma antitética las dos fuerzas opuestas que gobiernan la naturaleza de forma dual y cíclica.
Los cuatro elementos son pasivos y las dos fuerzas son activas, pero los seis principios tienen carácter divino (theîon), lo que no ha de entenderse como sobrenatural en sentido teísta, sino más bien de modo panteísta, dado que la propia naturaleza tiene carácter divino y las divinidades son fuerzas naturales inmanentes, no trascendentes.