LA POLÉMICA DE CELSO Y PORFIRIO CONTRA LOS CRISTIANOS/ 1
Cambiamos de tema, que los anteriores parece que han sulfurado un tanto al personal, y recuperamos para nuestro deleite intelectual al lejano PROMETEO, hoy firmante con su nombre de pila, Juan CURRAIS PORRÚA, que se aproxima a nosotros desde sus deleitosas tierras gallegas con ciencia que le absorbe y conciencia de un saberse digno de ser fruido por mentes inquietas.
| Juan Currais Porrúa.
La teología cristiana no es comprensible sin el apoyo teórico y conceptual de la filosofía griega, concretamente por parte de la corriente platónica, estoica, neoplatónica y la aristotélica, especialmente en la etapa medieval, aunque su asimilación trajo mucha polémica.
Otras corrientes fueron rechazadas por su fuerte oposición al mensaje cristiano. Entre ellas, el epicureísmo por su ontología materialista derivada del atomismo de Demócrito y por su ética hedonista. También el escepticismo fue descartado por cuestionar todo tipo de dogmatismo, también el religioso y cristiano.
Sin duda la filosofía platónica, en sus diversas etapas históricas, desde la fundación de la Academia en Atenas en el s. IV a.e.c. hasta su cierre por Justiniano en el s. VI e.c., fue la que tuvo un influjo más intenso y duradero sobre la formación de la teología cristiana, no solo en la época de la Patrística, sino también en la filosofía medieval, incluso después de la recepción del aristotelismo en Occidente en el s. XIII.
En la historia de la filosofía, ciertamente la sombra de Platón es muy alargada, aunque sería más preciso hablar de la potente luz del platonismo, que penetra el pensamiento occidental durante siglos. El filósofo Whitehead llegó a escribir que toda la filosofía occidental es una anotación a pie de página a la filosofía de Platón.
Dentro de la misma tradición platónica los filósofos Celso y Porfirio son los primeros polemistas que hicieron una crítica racional(ista) de la doctrina cristiana, en oposición a los escritores apologistas defensores de la misma. Celso, que fue considerado una especie de Voltaire del mundo antiguo, pertenece al platonismo medio y en el s. II compuso su obra titulada Discurso verdadero (Alethés lógos en griego), transmitida de forma incompleta y cuyo contenido básico nos es conocido por la refutación apologética que hizo de la misma el alejandrino Orígenes en su escrito Contra Celso (katà Kélsou).
Porfirio, principal discípulo de Plotino, el fundador de la corriente neoplatónica en el s. III, escribió el tratado Contra los cristianos en quince libros. Posteriormente, en el s. IV el emperador Juliano, denominado “el Apóstata” por los cristianos, debido a su intento político fallido de recuperar el paganismo como religión del imperio, siguiendo la línea polémica de los filósofos, escribió el libro Contra los Galileos.
Celso es un autor culto y profundo conocedor tanto de la religión judía como de la nueva religión cristiana, así como de los textos sagrados de ambas religiones. En su polémica obra (cfr. Celso: Discurso verdadero, “Biblioteca de clásicos grecolatinos”.pdf., https//vdocuments.es; existe traducción en Alianza Editorial) se dirige a aquellos que quieran oír la voz de la razón, procedente de los filósofos griegos, platónicos y estoicos en especial, frente a los cristianos que defienden la fe como medio de salvación. En su severa crítica juzga el judaísmo y el cristianismo, afirmando la superioridad del pensamiento filosófico griego, una sabiduría manifiesta también en sus poetas e incluso en su mitología, que la considera más atractiva que los mitos judíos y cristianos narrados en sus textos sagrados.
El título de su obra Alethéslógos o Discurso Verdadero se contrapone al Lógos cristiano del prólogo del Evangelio de Juan. Aunque su crítica se centra en la refutación de la religión cristiana, contra los apologistas que la defienden, se dirige también a a religión judía como primera matriz del cristianismo. Refuta las leyendas evangélicas sobre Jesús, nacido no de un Espíritu divino, sino del adulterio de su madre María con un soldado romano llamado Pantera. La leyenda fantasiosa de su nacimiento virginal le parece ridícula, así como la pretensión antropomórfica de ser Hijo de Dios encarnado y enviado exclusivamente al pueblo judío. Dios, en efecto, no necesitaba “mancharse” al insuflar su Espíritu en el vientre de una mujer.
Jesús fue únicamente un hombre, nada superior a los demás humanos y además “era bajo, feo y sin nobleza” (5, 85). Cobró fama entre el vulgo realizando prácticas mágicas, que el pueblo llano y crédulo tomaba por milagros. Tenía un carácter irritable por lo que, siendo incapaz de convencer con la palabra, injuria y amenaza con el fuego del infierno a quienes rechazan su mensaje, a individuos o a ciudades enteras, según relatan los textos evangélicos. Ni siquiera fue capaz de convencer a sus discípulos, que lo traicionaron y huyeron cuando los romanos capturaron al maestro. La creencia de que seguía vivo era una falsedad divulgada por las mujeres de su grupo. Jesús profetizó erróneamente el fin del mundo, ya que no se cumplió.
Las máximas evangélicas fueron dichas, y de mejor forma, por los filósofos y poetas griegos. En el Critón de Platón Sócrates ya defendía “no pagar injusticia con injusticia ni devolver mal por mal”. Celso defiende la sabiduría superior de los griegos, mientras los cristianos consideran locura la sabiduría humana y optaban por la verdad impuesta de forma dogmática y sin posibilidad de discutir sus doctrinas, tal como hacían los filósofos griegos. Invita a los cristianos a dirigirse a la filosofía de Platón, “que no impone dogmáticamente la verdad, sino que la investiga, haciéndola surgir de los espíritus por interrogaciones bien dirigidas” (5,67), en la línea del diálogo socrático.
La modestia socrática defendiendo una sabiduría humana, no divina, contrasta con la humildad cristiana, que se reduce a servilismo a su Dios. En los siglos siguientes, sin embargo, los escritores cristianos en el período de la Patrística, asimilarán una parte importante de la filosofía platónica, aunque purificada y sometida a la doctrina cristiana, de modo que Platón, “bautizado” en aguas cristianas, quedará sometido a Cristo. Los cristianos con su monoteísmo rechazaban el culto idolátrico a las divinidades paganas, pero ya Heráclito había criticado el culto popular helénico a estatuas de dioses o de héroes, que solo son figuras pétreas.