LA POLÉMICA DE CELSO Y PORFIRIO CONTRA LOS CRISTIANOS/ 3
¿No da qué pensar que Porfirio señalara, ya en el s. III, “evidencias” y “conclusiones” respecto a la Biblia que luego confirmarían estudios bíblicos rigurosos de nuestro tiempo, desde finales del XVIII al XX? Por otra parte, resulta cuando menos clarificador del impacto de tales escritos el hecho de que, a pesar de la sistemática destrucción de ellos por parte de emperadores y fanáticos dirigentes cristianos, éstos hayan llegado hasta nosotros para poner negro sobre blanco las contradicciones de la doctrina cristiana.
| Juan CURRAIS PORRÚA
La polémica anticristiana de Celso será continuada por el neoplatónico Porfirio en el s. III con su obra Contra los cristianos (Katá Christianôn o Adversus Christianos en la versión latina), transmitida solo de forma fragmentaria, puesto que, debido a su radical refutación de la doctrina cristiana, los emperadores cristianos ordenaron quemar todas las copias, bajo amenaza de muerte.
Porfirio no es menos crítico que Celso y conoce muy bien los textos bíblicos judíos y cristianos. Su enfoque interpretativo consiste en leer las consideradas Escrituras Sagradas desde el sentido literal,no alegórico.
La exégesis alegórica que hacían los teólogos cristianos tenía la finalidad apologética de justificar y disimular las numerosas contradicciones e inmoralidades contenidas en la biblia (violencia bélica, esclavismo, genocidios, etc.). Tal análisis alegórico o simbólico se prestaba a todo tipo de interpretaciones arbitrarias y subjetivas, recurriendo igualmente al contenido misterioso de los textos.
El método de la exégesis alegórica ya había sido practicado por el judío alejandrino Filón y sería adoptado por Orígenes y por numerosos escritores cristianos posteriores. Orígenes defendía el sentido espiritual de la biblia, afirmando que el sentido literal o corpóreo conduciría a atribuir a Dios conductas absurdas e indignas del mismo, narradas en los textos sagrados, que se creen divinamente inspirados.
Ateniéndose a la letra de los textos y desde la perspectiva racional propia de la filosofía griega, Porfirio desenmascaró las numerosas leyendas y mitos de la biblia, referidos a un pasado idealizado que no se correspondía con la realidad histórica. Entre otros temas, negó que Moisés fuese el autor del Pentateuco y afirmó el anonimato de otros libros de la biblia hebrea. Por ejemplo, ni David es autor de los Salmos ni Salomón del Cantar de los Cantares ni el libro de Daniel se redactó durante el cautiverio de Babilonia, profetizando sucesos futuros, puesto que fue redactado en el siglo II antes de la era cristiana.
Refutó la pretensión de los autores cristianos de encontrar profecías del futuro mesías en pasajes de la biblia hebrea, profecías que solo son vaticinia ex eventu, es decir, proclamadas con posterioridad a los acontecimientos. Algo semejante sucede también en los escritos evangélicos con los anuncios previos que hace Jesús a sus discípulos de su futura pasión, por ejemplo en el Evangelio de Marcos.
Como defensor de la filosofía griega, critica igualmente que la predicación de Jesús sea una revelación a los simples y ocultada a los sabios, como refiere el evangelista Mateo (Mt 11,25). Señalaba igualmente las incoherencias y contradicciones de los propios evangelios. Trataba de impedir que la gente se convirtiese a la doctrina cristiana y se oponía con firmeza a la divinidad de Jesús, realizada por sus discípulos.
Lo mismo que antes Celso, sostiene que la pretensión cristiana de que Cristo era Hijo de Dios, que sufrió la pasión y la cruz para salvar a la humanidad, es una idea contraria a la esencia del Dios supremo, que no está sometido a sufrimiento ni a pasiones humanas. Porfirio tiene el mérito de emprender la tarea de desmitificación de la biblia, que será continuada por Spinoza en el s. XVII en su Tratado teológico político, obra que será incorporado a la lista del Índice de le libros prohibidos (lectura prohibida a los fieles católicos).
Puede considerarse, pues, un adelantado y precursor de la crítica histórica moderna, a partir del s. XVIII, con los alemanes Reimarus, Strauss y R. Bultmann, entre otros muchos o el francés Alfred Loisy, en el campo católico. La refutación filosófica del cristianismo en los escritos de Porfirio y de Celso se realiza con anterioridad a la constitución de la doctrina ortodoxa, que tendrá lugar en el s. IV en los concilios de Nicea y Constantinopla, continuada en el s. V en los sínodos de Éfeso y de Calcedonia.
Con su crítica, Porfirio confirma lo que ya sostenía Celso en el siglo anterior, que el mayor enemigode la Biblia no son los filósofos, sino la Biblia misma, si se prescinde de la interpretación alegórica, puesta al servicio de la apologética y de la fe, no de la razón. De hecho, durante siglos la iglesia católica no permitió a los simples fieles la lectura directa de la biblia ni la traducción del texto oficial de la Vulgata latina a las lenguas vernáculas.
Fue Lutero quien tradujo la biblia al alemán facilitando a los protestantes la lectura directa sin intermediarios, pero la idea reformista de Lutero, vinculada a la tesis del libre examen, fue condenada en el concilio de Trento y la lengua litúrgica continuó siendo el latín hasta el concilio Vaticano II.
Wiclif, teólogo de Oxford y condenado como hereje en el concilio de Constanza, había traducido la biblia al inglés. En España en el s. XVI los protestante Teodoro Reina y Cipriano Valera, desafiando la prohibición eclesiástica de verter la biblia a una lengua vulgar, tradujeron la biblia al español, lo que les costó ser perseguidos por la Inquisición. El concilio de Trento había declarado texto canonizado la Vulgata de Jerónimo y prohibía versiones a otras lenguas.
Con cierta ironía, el filósofo Gustavo Bueno decía que los católicos podían ir al cielo sin leer la Biblia, lo que sin duda se correspondía con un hecho histórico. Les bastaba con oír la predicación y los sermones de los clérigos. También Unamuno, que como buen filólogo griego conocía los textos paulinos, decía que la fe católica entraba por el oído.