Raimundo Lulio o Ramón Llull que tanto monta.

Hablo de uno de los primeros tomos de la colección B.A.C., número 31, de la sección Literatura y Arte (Ramón Llull. Obras Literarias. Un tomazo de 1.144 páginas). Y eso que son sólo las "obras literarias" (Libro de Evast y Blanquerna, que contiene dentro de sí otras dos; El arte de contemplación; Libro Félix o Maravillas del muno; y Poesía) porque dicen que escribió unas 280 obras.
Respecto al nombre, Ramón Llull, que otros conocíamos por Raimundo Lulio cuando en Cataluña estudiábamos bachillerato en castellano, en cada país se le denominó de un modo acorde con la lengua propia: encuentro un Ramon Lully, que debe entroncar con el famoso músico italo francés de Luis XIV. En la última sección de mi edición se encuentran la poesías escritas en catalán… o en mallorquín, que no distingo. Bueno, todas sus obras están escritas en catalán, pero como en los “països catalans” no entendían su prosa y por eso tampoco lo leen, hubo que traducirla al castellano.
¿Y por qué traigo aquí a un personaje tan raro por olvidado y tan extraño por su misma deriva personal? Por una sencilla razón: porque se nos ha pasado el año 2016 sin acordarnos de él celebrando de alguna manera los 700 años de su “éxitus”, vulgo muerte. Podría ser que el año de su muerte hubiera sido en 1315 como 1317 porque, a decir verdad, no se sabe cuándo murió, y casi ni dónde.
Setecientos años es un número redondo y los humanos nos sentimos atraídos por la redondez. Descubrir un personaje no sólo depende de centenarios a celebrar, aunque éstos inciten a ello. Podría ser, pues, que su óbito sucediera en 1317 porque desde su partida hacia a la Morería (Bugía) apenas si se sabe nada. Sí hay referencias de que el 14 de agosto de 1314 estaba en Túnez y no regresó a sus paisajes natales. ¡Tenía entre 80 y 82 años! Pasma el que a tal edad y en tal época todavía anduviera por tierras extrañas y escribiera, poco ya, apenas unas poesías, pero escribiera.
Viene a cuento ahora la pregunta: ¿alguien sabe algo de Llull? Le diremos a TV5 que haga una encuesta por la calle y luego nos sorprenda con su biografía, sus escritos y sus andanzas, quizá más interesantes éstas que los otros.
Respecto a su muerte, sorprende que en la Morería no lo martirizaran. Debía ser que en aquellos tiempos había más tolerancia, entre otras cosas porque no viajaban. Y al que viajaba se le protegía, se le invitaba a casa y se le escuchaba. Cierto es que algún moro exaltado por no tener argumentos contra los suyos, lo tundió a palos. Pero le dejaron vivir como buen loco que estaba… y era. ¡Mira que intentar convertir a la chusma mora, musulmana o islamita a fuerza de razonar con ellos! Realmente estaba loco.
Pero insistimos en la pregunta: ¿significa algo Ramón dentro de la literatura o la historia de España como para merecer unos minutos del poco tiempo que hoy se tiene, necesariamente destinado primordialmente a atender a los “guasas”? La literatura y la historia responderían SÍ. Pero la plebe que ha estudiado EGB y vive saturada de tanta “cultura” como consume en horas y horas de televisión, la plebe decimos, responderá NO.
Pues habría que insistir. Ramón Llull, en mi caso a pesar de haberse convertido a la frailunería, es un personaje que me atrae. Ramón Lllull fue un profundo humanista. Y, siendo asépticos, es digno de figurar algo más en el horizonte culto español y en la Historia grande de España por su vida, por su coraje y por sus escritos. Al menos ya muchas instituciones, calles o centros culturales llevan su nombre.
Parece ser que a los isleños la condición de aislados les debe afectar en un doble sentido: los hay que jamás osan abandonar la isla por miedo a lo desconocido, a lo que está más allá de su muralla de agua, como aquellos que se convierten en ciudadanos del mundo dispuestos a conocer e impregnarse de eso desconocido o a convertirlo. A Ramón lo vemos partir desde su patria natal, Mallorca, a ejercer su oficio de predicador, o conversor, en Berbería; lo vemos en Roma para convencer al papa de tomar medidas adecuadas –otra cruzada-- para la expansión del cristianismo en lugares ahora sometidos a la falsedad musulmana; en París…
Ramón destacó en aquel fecundo siglo XIII --el de Alfonso X el Sabio y el de Jaime I-- por filósofo, teólogo, políglota, novelista y autor perseverante que escribía en latín, catalán y árabe. Pero, sobre todo, por la osadía que representa querer tender puentes entre el potente Islam y el Cristianismo, un puente de razones convenciéndoles de que la cristiana era la verdadera creencia a seguir.
No fue su vida, desde luego, la de un fraile panzudo y orondo, holgando entre cuatro muros de un convento dedicado a obras de sillón o de taburete. Es más, una parte importante de ella, la en teoría más vital, hasta los treinta años --Ramón lo dice en sus obras--, la pasó cautivo del pecado, el más perseguido y abominado, el pecado del amor.
Dice el prólogo de sus obras:
“Por sus confesiones en el “Llibre de contemplació” sabemos que, a pesar de su buena crianza y educación en su adolescencia, pasó la juventud, ‘hasta la medianía de mi edad –dice él--, en camino de locura y en obras de pecado’, ‘y he acotumbrado mi cuerpo y mi alma a malvados vicios y a obras desordenadas’; que quitó la honra y ‘la buena fama a muchas dueñas, y a muchas mujeres, y a muchos hombres’ falsa y calumniosamente; que hizo traiciones y engaños y vilezas, engañando y traicionado a los amigos, mintiendo y diciendo falsedades, cual hombre falso e injurioso y, por añadidura, descreído, de guisa que todas sus obras eran ‘en pecado y en compañía de vicios’. Su gran pecado, empero, fue la pasión amorosa, que le encenagó en el lodo de la lujuria. ‘La belleza de las mujeres –confiesa—ha sido pestilencia para mis ojos’. Aún ligado en matrimonio con Blanca Picany, su concupiscencia se extendía a todas las mujeres, doncellas y casadas, codiciando singularmente a las que veía con más frecuencia, es a saber, las mujeres de sus vecinos de sus parientes y de sus amigos.
Quizá no fuera para tanto o quizá quisiera resaltar más su futuro en contraste con el pasado. Sigue relatando sus vicios hasta que su vida sufrió una profunda crisis religiosa, debida –dice él—a cinco apariciones consecutivas [nada menos] de Jesús crucificado. Algunos autores fijan la fecha de su “conversión” en junio de 1261. Demos por válida esa fecha, que tanto monta.
Puede ser que algún día de estos sigamos hablando de Ramón Llull. El débito a la brevedad nos impide alargar más este recuerdo.