SECULARIZACIÓN /1

Sapere aude // Atrévete a saber (Kant) Glaubst du noch oder weisst du schon? // ¿Todavía crees o ya sabes? (Schmidt-Salomon)
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El filósofo alemán Immanuel Kant, de creencia protestante y principal representante del movimiento filosófico de la Ilustración (Enlightment en Reino Unido, Aufklärung en Alemania, Les Lumières en Francia, Illuminismo en Italia), en un célebre texto define la Ilustración, ese magno proyecto de emancipación que transformó la conciencia europea, de este modo:
La Ilustración es la liberación del ser humano de su culpable minoría de edad. La minoría de edad significa la imposibilidad de servirse de su propio entendimiento sin la guía de otro. Esta incapacidad es culpable porque su causa no reside en su falta de inteligencia, sino de decisión y valor para servirse de ella por sí misma sin la tutela de otro. Sapere aude! ¡Ten el valor de servirte de tu propio entendimiento! He aquí el lema de la Ilustración (Kant, I.: Respuesta a la pregunta: ¿Qué es la Ilustración?)
La Ilustración del s. XVIII constituye el núcleo de la modernidad y por boca de Kant convierte a la razón humana en una facultad autónoma, independiente de la fe y de la tradición.
Las luces de la razón, aportadas por la ciencia moderna y por la filosofía desde Descartes, se oponen a la oscuridad de la fe (oscurantismo), a la superstición y al fanatismo causante de las guerras de religión, especialmente entre católicos y protestantes.
¿Y qué es el fanatismo? El filósofo Comte-Sponville responde: “es confundir la propia fe con un saber o querer imponerla por la fuerza (las dos cosas casi siempre van juntas: el dogmatismo y el terrorismo se alimentan mutuamente)” (cfr. El alma del ateísmo. Introducción a una espiritualidad sin Dios).
Fanatismo procede del latín fanum (= templo), por lo que “phanaticus” sería el servidor del templo y de su verdad. El teólogo católico Hans Küng señaló cómo “ningún otro problema en la historia de la iglesias y de las religiones hizo correr tanta sangre como la cuestión de la verdad. Un ciego fanatismo dio lugar, en todos los tiempos y en todas las iglesias y religiones, a una escalada de desastres y de muerte” (cfr. Proyecto de una ética mundial).
En efecto, la pretensión dogmática y absoluta de una fe es el origen de innumerables conflictos religiosos pasados y actuales. La fe en cuanto vivencia psicológica se nutre del sentimiento y termina en resentimiento contra el que tiene otras creencias o pensamientos diferentes.
En la época medieval y durante siglos la máxima autoridad era la revelación, aceptada por fe y custodiada por la iglesia católica, quedando la ciencia y la filosofía supeditadas al imperio de la teología cristiana. Los teólogos concebían y conciben la fe como una luz sobrenatural (“lumen fidei”), superior a la luz natural de razón (“lumen naturale”).
La doctrina ortodoxa, frente al fideísmo protestante y al racionalismo moderno, condenados ambos por heréticos, negaba la autonomía de la razón y la sometía al criterio y autoridad de la fe (“ratio fide illustrata”, según el Vaticano I), de acuerdo con los más sabios teólogos.
Los ilustrados, en cambio, hacen una inversión de valores. La razón se convierte en el tribunal supremo y la fe pasa al ámbito de lo infrarracional.
Igualmente, el secular teocentrismo da paso al antropocentrismo, iniciado ya en el Renacimiento. No es casual que Descartes comience su filosofía dando primacía al yo pienso (cogito, ergo sum) y la pregunta básica de la filosofía de Kant es la antropológica: ¿qué es el ser humano? (Was ist der Mensch?).
El teísmo, fundado en la fe en el Dios de la Revelación da paso al deísmo (dios de la razón) y a la religión natural o racional, que tiene como núcleo la moralidad.
Kant entiende la Ilustración como la liberación de la humanidad de su culpable minoría de edad (Unmündigkeit). Conquistar la mayoría de edad consiste en guiarse de forma autónoma por la propia razón, sin la tutela ajena, frente a la heteronomía tradicional de la religión, la moral y la política.
Kant no propone como lema un “atrévete a creer” confesional, sino el “atrévete a saber” epistemológico, pues el saber (wissen) es superior al creer (glauben).
La idea de autonomía implica que el individuo es autolegislador tanto en el campo moral (los imperativos emanan de la razón) como en la política, según señalaba Rousseau.
La persona, como agente moral, solo obedece los imperativos categóricos que ordena su conciencia y que sean universalizables. No obedece imperativos hipotéticos, que son puros medios para conseguir la felicidad en este o en el otro mundo.
Los mandatos de la ética kantiana se fundan en la autonomía racional, no en la heteronomía, sea ésta de origen social, empírico o divino. Y el ciudadano que ya no es súbdito de un déspota ilustrado o absoluto, solo obedece las leyes emanadas de la autolegislación racional, no del poder divino, como establecía el contrato social de J. Locke o de J. J. Rousseau. La razón es soberana tanto en la moral como en la política y en derecho (natural=racional).
Frente al actual avance de los movimientos fundamentalistas, generadores de conflictos sociales, crecen las voces de diversos autores que exigen una nueva Ilustración, reivindicando la primacía del saber sobre la creencia de fe (cfr. Heiner Geissler: Sapere aude! Warum wir eine neue Aufklärung brauchen// Atrévete a saber. Por qué necesitamos una nueva Ilustración).