Triángulo amoroso: Éros, Philía y Agápe / 1



Todo amor es fantasía (A. Machado)
Principium dulce est, sed finis amoris amarus (P. Ovidio N.)
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El concepto de amor fue un importante tema de reflexión filosófica, desde los griegos hasta la actualidad. Lo fue también en la reflexión teológica y un tema omnipresente en la literatura y en el arte. La respuesta a la pregunta socrática ¿qué es el amor? es enormemente compleja, pues el término en sí es polisémico y necesitamos, como en otros temas, el auxilio de la filología, comenzando por la terminología griega.

En español el término amor se refiere a objetos y fenómenos muy diversos, desde el apetito sexual, enamoramiento, sensaciones eróticas (“hacer el amor”) a relaciones de amistad, vínculos conyugales o familiares (amor maternal o filial), actividades sociales de beneficencia, solidaridad o filantropía, aficiones o afectos varios (amor al arte, a la patria, a la naturaleza, etc.) y otras más espirituales y religiosas como la caridad cristiana o el amor a Dios. Se podría decir, pues, que Amor es un género con muchas especies y subespecies, lo que requiere elaborar una taxonomía básica, es decir, no sólo clarificar, sino también clasificar los diversos tipos y formas de amor.

El término incluye aspectos tan diversos como pasión y ardor (metáfora poética de la llama), apetito, inclinación, deseo de unidad, carencia, codicia, afecto, simpatía, ilusión, fantasía, gusto y fruición en la belleza, nostalgia, alegría, predilección, vínculo amistoso, fraternidad, caridad, etc.

Algunos de estos aspectos son claramente antitéticos, pues la concupiscencia no es benevolencia, y el llamado amor carnal es bien distinto del amor intelectual propio del sabio, como proponía Spinoza, o del amor religioso cantado por los místicos, del alma que ansía la unión con Dios (¡oh llama de amor viva!).

La unidad genérica del concepto contrasta con la pluralidad y variedad de sus formas, expresadas en el vocabulario. En griego hay tres vocablos básicos y diferentes que forman un “triángulo amoroso”: Éros (el amor-pasión), philía o philótes (amor de amistad, como benevolencia) y agápe (amor universal a los humanos, como caritas). El latín usa los vocablos ámor, amicitia, dilectio y cáritas, en sentido laico o religioso (aparte de Cupido, referido al dios griego Éros, el que caza con flechas).

El término griego phílos, amigo o amante, puede ser sustantivo o adjetivo, pero además se usa como sufijo (biofilia, pedofilia) o prefijo para formar vocabulario culto referente a diversas “filias”.

El mismo Platón usa el prefijo cuando califica al filó-sofo como filomathés (amigo de aprender) o a los diversos tipos o caracteres psicológicos de los gobernantes, que expresan formas de codicia: el codicioso y amante del dinero (philokerdés, philochrématos), el amante de la gloria y honores (philótimos), el amante del poder (phílarchos), en contraposición al amante del saber (filósophos).

La idea de amor fue utilizada filosoficamente en sentido cósmico (Empédocles o Heráclito), metafísico (Platón sobre todo), ético (Aristóteles, Epicuro, Cicerón o Aquino), metafísico-religioso (Plotino), teológico o místico (cistianismo), psicológico (Freud) etc.

Dentro de la filosofía griega (sin olvidar la riquísima poesía amorosa, por ejemplo de Safo o Anacreonte), el presocrático y siciliano Empédocles fue el primero en emplear el término en sentido cósmico-metafísico. Así, Philótes o Philíe, expresado de forma poética, es el Amor en cuanto principio que une los cuatro elementos o raíces (ritsómata pánton) del cosmos (“lo semejante aspira a lo semejante”), mientras que Neîkos es el Odio o Lucha, que los separa (véase Fragmentos de Diels).

Ambas son figuras antitéticas, que se corresponden con Philótes y Éris en la Teogonía de Hesíodo. En términos modernos, serían dos fuerzas cósmicas, de atracción y repulsión, construcción y destrucción cíclica. Al Amor le da también Empédocles el nombre mítico de Afrodita, como fuerza natural creadora de vida, a semejanza del Éros de Hesíodo, “el más hermoso (kállistos) entre los inmortales dioses” (Teogonía, 120).

Pero, sin duda, es en Platón donde la noción de amor ocupa un lugar central. Platón, el gran especialista del Éros, dedica al tema dos importantes Diálogos: el Banquete o Sympósion y el Fedro. En ellos el “amor platónico”, recibe una interpretación metafísica, por la que el impulso erótico, en su dialéctica ascendente, comunica el mundo sensible con el inteligible.

En un diálogo anterior, el Lýsis, había planteado el tema genérico de la philía y el significado de phílos (amigo/amante o amado), pero el final es aporético. Tal vez convenga aclarar que en griego clásico el término philía, que traducimos por amistad, tiene un significado más amplio que el que nosotros le damos, pues incluye, lo mismo que el verbo phileîn (amar, querer, sentir afecto) una gama amplia de fenómenos amorosos. Será Aristóteles el mejor especialista de la philía, quien en la Ética a Nicómaco analice con amplitud y profundidad esta virtud desde un enfoque ético, al mismo tiempo que la diferencia con éros, el deseo sexual, al que califica de exceso hiperbólico (hyperbolé), por tanto vicio (kakía) y no virtud (areté).

Las reflexiones sobre el amor en la filosofía occidental adoptan una línea doble, con una fuerte contraposición entre ellas. La mayoría de los filósofos siguieron la perspectiva de la identidad (el amante busca al semejante, similis similem quaerit), continuando la línea de Platón y Aristóteles. Sólo una minoría adoptó la perspectiva del amante que busca la diferencia, que es el enfoque de Heráclito o Nietzsche (ver Alain Badiou: Elogio del amor).
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