Sobre admisiones, divisiones y dimisiones.
| Pablo Heras Alonso.
Eso de echar la vista atrás parece que cansa y menos si se trata de recordar orígenes humildes. Los políticos menos que nadie. Obtenido un puesto relumbrante, el pasado murió.
Bien les vendría recordar aquel "Respice post te, hominem te esse memento" (Mira hacia atrás y recuerda que eres hombre) que dicen de los emperadores romanos.
Tampoco es el caso de los príncipes de la Iglesia, que parecen estar fuera del tiempo y fuera del ámbito humano: son ya, en este mundo, semidioses.
Unos y otros, políticos y "principados y potestades" del Vaticano, deberían mirar algo más hacia atrás, a la calle de donde proceden, mirar a los suyos y a los que fueron suyos. Se encontrarían con personas sencillas que sin alardes teológicos y sin aspavientos doctrinales, viven en la confianza entregada y en el amor. Para éstos la religión viene a ser como la poesía de su propia vida de que hablaba R. Nieburh en “Rumbos de la comunidad humana”.
Pues mientras la religión no retorne a esos caminos, mal va; mientras prime el sacramento "ex opere operato" = Deus ex machina, poco quedará para el Espíritu (con mayúscula y con minúscula).
Y, ¿por qué no?, también deberían mirar a ese segundo grupo de pasados fieles que han dado un portazo a tanta credulidad de tramoya y a tanta práctica sin vida: son sus eternos “incrédulos”, “ateos”, “impíos” y cuanto quieran llamarles, pero la mayor parte de ellos no dejan de ser personas que han reflexionado sobre sus valores y se han alejado del sinsentido. ¿Su reflexión no les sirve de nada? ¿Aquel al que han convertido en enemigo nunca reflexiona? Pues harto es para ellos que al menos huya...
Éstos se han alejado de la creencia y construido su yo repensando su propia experiencia humana. Éste es el mensaje que debe aceptar de ellos el creyente, que "quien sabe de profundidades, sabe de Dios" (Paul Tillich), llámese a esta honda experiencia humana como se la quiera llamar.
Para muchos esa experiencia humana vivida, pensada, asimilada y construida es "religación" a Dios. Y muchos creyentes lo viven así. Aprendan de éstos los encumbrados Prestes.
Otro numeroso grupo se da, que reniega de lo que huela a clerical, que positivamente se aleja de la “burocracia de la credulidad” pero que, sin embargo, no puede negar a Dios y cree en “algo”; confía en el Dios existencial; percibe una evolución creadora en el mundo; siente una finalidad en el mismo y como un fundamento que todo lo mueve y anima.
La Iglesia ve en estos últimos a los sincretistas de todos los tiempos, panteístas malignos que la llevarían a la nada y por eso les teme. ¿Pero no podría ser ese Dios, el de los creyentes inquietos o renegados, un Dios más verdadero que el aniñado-morfologizado-humanizado-ritualizado que los funcionarios del rezo han querido transmitir al mundo? ¿Ese su Dios cada vez más antromorfo al que únicamente se acude para decir “Dios mío, que me quede como estoy”? ¿Ese Dios hecho norma, cicatero, agostador del espíritu? ¡Ay, "si los curas –como decía el pensador Paul Goodman— se decidieran a dejar de buscar a Dios donde ya no existe... quizá tendrían algo que aprender y enseñar!"
Más cerca está de Dios Entrevías que Bailén o San Justo (Madrid), pero no pueden percibirlo.
Citábamos antes el budismo como “no-religión”. Pues eso: el budismo no habla de Dios; su oración no pasa por memoria, entendimiento y voluntad; no pretende generar sentimientos relamidos o pasteleros. Más cerca está del budismo el famoso Basilio cuando decía que “Dios es silencio de todo” o Dionisio Areopagita, “la pura nada”.
Tanto creyentes como no creyentes seguro que estarían de acuerdo en algo esencial, el hombre, algo que podría convertirse en finalidad vectorial: que credos y valores se amalgamaran en un “compromiso por la vida” (J. Santayana).
La vida del sufriente sudanés sentida en las Moralejas del Super Primer Mundo; la vida de un pueblo escondido de Sudán que “clama de dolor” cuando en las praderas del Rocío se largan vítores a la “respectiva”. Ya sé que esto suena a Teología de la Liberación, pero si la Iglesia quiere sobrevivir, ése es su camino.
Cámbiese poesía por Iglesia y se verá clara la idea:
Vino, primero pura, - vestida de inocencia; y la amé como un niño. -
Luego se fue vistiendo de no sé qué ropajes; - y la fui odiando, sin saberlo.
Llegó a ser una reina, - fastuosa de tesoros... ¡Qué iracunda de yel y sin sentido! --
...Mas se fue desnudando. Y yo le sonreía. -- Se quedó con la túnica de su inocencia antigua. - Creí de nuevo en ella.
Y se quitó la túnica, - y apareció desnuda toda... ¡Oh pasión de mi vida, poesía - desnuda, mía para siempre!