El ansia de poder.

Todos los políticos se sientan movidos por el ansia de poder, unos más que otros. A unos se les nota más que a otros y, desde luego, el tópico les cuadra muy bien a todos.
Rajoy afirmó, en el debate con “el otro”, que él ganaría mucho más dinero dedicado a su profesión. Y puede ser verdad, como hemos visto en otros personajes tanto antes de entrar en política como después Si no es el dinero, ¿qué mueve a estas personas? No es otra cosa que el ansia de poder, que si a veces es un estímulo para conseguir lo que uno pretende, otras es una venda que impide ver las consecuencias de ese afán desmedido.
El afán y la búsqueda de poder es una de las pulsiones más fuertes del psiquismo de las personas. Gobernar, controlar, mover voluntades, aunar inquietudes, concitar impulsos, excitar a las masas, aguijonear a quienes muestran abulia, imponer la propia opinión, generar leyes… todo eso es un aliciente más excitante que cualquier droga. O en todo caso es la droga de los políticos. Otros se contentan con ser presidentes de comunidad de vecinos.
Este concepto de “ansia de poder” es uno de los elementos más conocidos y tratados en Psicología. Recordemos la división y ruptura que se dio en la escuela vienesa del Psicoanálisis, liderado por Sigmund Freud, cuando Alfred Adler expuso su nueva teoría psicoanalítica.
En esto, como decíamos arriba, también el reduccionismo puede jugar la pasada de no comprender todo lo que implica la doctrina de Adler. Lo mismo que a Freud se le ha asociado con el "impulso sexual", a Alfred Adler se le ha reducido a “afán de poder”. Hay algo más, pero ni importa al considerar lo que está sucediendo estos días en España ni es sitio éste para mayores profundidades.
Asistimos a las embestidas cornúpetas de distintos machos enfrentados entre sí en el afán de conquistar el poder. ¿Lo que interesa a España? Bueno, sí, es el pretexto. Aquí lo que vemos son los individuos. Y cuanto más bajos están en el escalafón social –los recién llegados— con menos pudor exhiben sus vergüenzas psicoanalizables.
Ese “que se siente con fuerzas para seguir” no se da cuenta de que la droga del poder le ha dejado zumbado; el que exhibe ansias infinitas de cambio, va buscando resquicios, asideros en la escalada, cabos donde sujetarse para no caerse él, ni aquel al que quiere destronar, por la sima; el que clama contra la casta, no se da cuenta de que hasta su forma de andar, su trenzado coletero, su descamisado porte le delatan, porque lo único que persigue es “mandar”, para que se haga su voluntad… y no la del pueblo.
De una manera o de otra, todos drogados. Cuanto más jóvenes, menos esconden sus pulsiones. Los más viejos saben encubrir y recubrir sus instintos. Y engañar al “personal”, aunque para engaño el de los descamisados que, si siguen, veremos cómo lucen trajes de lo más lucido.
La forma de expresar tal ansia es distinta en unos que en otros, pero a fin de cuentas la adicción al poder les impulsa a creerse omnipotentes y, en consecuencia, hacerse omnipresentes. Cada uno lo expresa a su manera: recuérdese cómo protestaron algunos por sentirse, por sentarse, en el “gallinero” del Congreso. ¿Ridículo? No, manifestación de sus pulsiones.
Este afán de poder tiene una doble manifestación, la narcisista y la paranoide, ambas en el ámbito de la mayor normalidad expresiva. Los más peligrosos, desde luego, son los paranoides, que asocian el país, la nación, el grupo… a su persona: “el que no está conmigo está contra mí”; se sienten inmunes a todo; se ven por encima de ley; no están obligados a rendir cuentas (recordemos la actitud de Pujol ante "su" Parlamento); tienen tendencias totalitarias; hacen creer a los demás que son los detentadores de la verdad… Desde luego desprecian las opiniones contrarias, lo que lleva a despreciar o perseguir, que es peor, a quienes las expresan. ¿Cómo se comporta el paria venezolano, Maduro?
Cuando perciben que van a perder el poder, pueden resultar hasta peligrosos. Y, desde luego, les resulta dificilísimo y hasta traumático, perderlo, pasar a ser “nadie”, no contar en la vida pública… En algunos casos esta situación afecta profundamente al psiquismo y a la conducta, que generalmente se expresa dentro del seno familiar: personas airadas; perennemente enfadadas; con signos de ansiedad; se rompe su matrimonio; desquician a los hijos...
Se necesita una personalidad muy equilibrada y, sobre todo, con un fuerte sentido crítico para que el poder, el ansia de poder o la pérdida del mismo no afecten a la conducta. La cultura y la educación suponen un cortafuegos poderoso, pero no siempre. Pueden recibir ayuda de aquellos en quienes siempre han confiado, pero no de los eternos aduladores sino de quienes son capaces de ver la situación con realismo y lo manifiestan.
Como en cualquier conflicto psicológico, éste, el de buscar el poder a cualquier precio, se puede tornar obsesivo y convertirse en obsesión, que por otra parte y conseguido el mismo, cuando surgen las dificultades y sobre todo los errores, estas personas propenden al aislamiento. Son los casos típicos en que han incurrido aquellos que han perdurado años en la poltrona y en muchos en el segundo mandato.
No queremos decir con todo esto que el afán de poder sea malo. En primer lugar es el estímulo de muchos que, con buenas intenciones y mejores ideas, quieren hacer cambiar la sociedad o quieren que el país avance (hasta ahora, mi opinión sobre Albert Ribera). Sin ese estímulo, muchos reformistas no habrían sido “padres de la patria” o grandes estadistas (mi recuerdo para Konrad Adenauer o Adolfo Suárez).
Son los principios y los fines claros y racionales los que hacen que ese estímulo sea positivo. Es hacer realidad el “contar con todos” sin excluir a nadie, eso que todos esgrimen cuando llegan al poder pero que se rompe en pedazos a las primeras de cambio.
Tendemos a pensar que todos aquellos que han llegado a la cumbre –en política, en las empresas, en distintas áreas profesionales— no son como los demás, como nosotros. Y no es cierto. Todos nos movemos por motivaciones parecidas, por los mismos instintos y por los mismos mecanismos de defensa.
Cuando la ambición, la ambición positiva, nos guía, nos hace crecer, ser mejores y más “realizados”, con mayor estabilidad emocional, mayor amplitud de miras; se disuelven determinados complejos que lastran la conducta… Pero, por el contrario, cuando se superan los límites, cuando se quiere más de lo que se tiene, la persona puede llegar a ser deshonesta y, lógicamente, la gente pierde la confianza en ella.
Creo que los políticos, y cuanto más elevado es su grado, más, deberían tener detrás un equipo de psicólogos que les recordaran, como dicen de los emperadores romanos, que “son hombres”.
Aquel que pretende acceder al poder, sea el que sea, debería estar adornado de dos cualidades sin las cuales el despeñadero lo tiene servido. Dejamos aparte el elemento “preparación” y “capacidad” además de honestidad, todo ello premisas indispensables. No es de recibo afirmar que “si éste ha llegado a ministro, cualquiera puede serlo”. Todo eso se da por supuesto, aunque no siempre es así, como hemos visto en ediciones pasadas.
En primer lugar ha de tener inteligencia, que es capacidad crítica (hacia dentro de sí mismos y hacia fuera con relación a los efectos de sus decisiones); que es también juicio sereno y justo unido a suficiente capacidad de percepción de las distintas situaciones en las que se ha de ver; que es criterio para saber lo que es mejor para el bien común. En segundo lugar… no sabría cómo calificarlo o definirlo, si distinción, finura, exquisitez, saber estar, compostura, estilo… De todo un poco. Aquel exabrupto–“bonito abrigo de pieles trae usted”-- es lo contrario a esto, es no saber lo que es la elegancia inherente a un político que se precie. O acudir a un acto social importante en mangas de camisa.
Para terminar, no olvidemos también cómo puede afectar a la persona movida por la ambición aquello que se llama “ilusión de poder”. “Todo es posible cuando te lo propones”, oímos en soflamas usamericanas continuamente. Y no siempre es cierto.
Pero esto es otro asunto.