El bautismo nada evangélico y sí muy pagano (y 3)

Es de suponer que los teólogos que escriben con verborrea inspirada tal cantidad de cosas sobre el bautismo, lo hacen de buena fe y convencidos sinceramente de que las cosas son así. También es de suponer que, cuando pasa el tiempo y otros teólogos dicen lo contrario, sopesarán sus propias opiniones y decidirán en conciencia qué sesgo dar a sus escritos.

Sin embargo encontramos con demasiada frecuencia, sobre todo en apologistas de su fe, que adaptan la realidad a sus teorías; que cuando se ven pillados “in fraganti” por la verdad que se impone, disimulan sus teorías con palabras arcanas que sólo entienden los “entendidos” o las callan como si nunca las hubieran expresado.

¡Cuánta mentira han esparcido por el mundo predicadores convencidos de su verdad a sabiendas de que hablaban según la visión que ofrecía o les permitía el cristal ahumado!

Un ejemplo sacado de la misma edición de la Biblia de Jerusalén comentando precisamente la institución del bautismo por Jesús, tal como aparece en Mateo, 28. El texto dice así:
Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo...

Y he aquí el comentario de los “técnicos en Sagrada Escritura”, sabedores de que este texto es una interpolación muy posterior:

Es posible que esta formula se resienta, en su precisión, del uso litúrgico establecido mas tarde en la comunidad primitiva. Se sabe que el libro de los Hechos habla de bautizar "en el nombre de Jesús". Sea lo que fuere de estas variaciones, la realidad profunda es la misma.


Este párrafo merece un leve comentario.

Primero, como decíamos antes, retuercen de tal modo los conceptos que hay que leerlos varias veces para entender lo que realmente quieren decir. Dicen que “es posible…” ¿Cómo que es posible? ¡Saben que es cierto! Saben con seguridad científica que la fórmula “en el nombre del Padre, etc.” no fue pronunciada por Jesús: el concepto trinitario de Dios tuvo un largo proceso hasta su imposición como dogma. Saben que tal fórmula fue introducida por influjo de la jerarquía probablemente romana y probablemente, en un principio, sólo asumida por alguna que otra iglesia local, siendo impuesta luego por toda la Iglesia.

Para que el sacramento del bautismo tuviera un fundamento evangélico, las copias posteriores a la primera redacción de los Evangelios incorporó el mensaje trinitario. Puestos los cimientos, era menos difícil alzar el edificio.

Los mismos Hechos de los Apóstoles citados arriba, contradicen tal fórmula trinitaria: los bautismos que en ellos aparecen se realizan todos “en el nombre de Jesús”, hacen alusión al Espíritu Santo (o a recibir el "espíritu de Dios") o no se especificaba fórmula alguna (Hechos, 2, 36; 8, 9; 8, 34; 9, 17; 10, 44; 16, 13; 16, 29; 18, 7; 19, 1). En esta última cita, Hechos 19, 1, se afirma que habían sido bautizados en el bautismo de Juan (Bautista), que no conocían otro. Qué quiera decir “el bautismo de Juan” queda en el arcano de las interpretaciones. La invocación al nombre de Jesús, por otra parte, no da pie ni sugiere remotamente la inmensidad de conceptos con que luego adornan el bautismo: simplemente una aceptación de la figura de Jesús y su mensaje salvador.

En la cita de marras, la frase última –“Sea lo fuere de estas variaciones…”—tiene su enjundia. Recuerda mucho la táctica fiscal respecto a los atentados del 11-M: “No importa el explosivo que fuera”. Es una mentalidad, a la hora de buscar la verdad y la causa de las cosas, excesivamente peligrosa, incluso para la fe. Se puede adulterar lo que sea, hasta los mismos textos evangélicos, con tal de que sirva a la verdad establecida.

Implica un retorcimiento de argumentos muy propio de personas, incluso expertos en Biblia, investigadores, historiados (todos ellos creyentes y componentes del estamento rector), que anteponen sus principios doctrinales a la verdad sobrevenida.

Más o menos la secuencia para llegar a ello podría ser ésta: la Santísima Trinidad es un dogma, es una verdad que se impone, es un principio doctrinal del que no se puede dudar. No aparece en los Evangelios ni en otros escritos neotestamentarios… pero debe aparecer. Tal verdad debe tener un fundamento evangélico, pues de ahí proceden los principios doctrinales de la nueva religión. Con seguridad tuvo Jesús que proclamarla. Por lo tanto, imaginando lo que pudo decir Jesús, así lo consignamos en uno de los Evangelios, el primero (que es el segundo, por cierto).

Y así se construye la historia… y la Biblia; y las creencias; y los dogmas; y las prácticas cultuales. Una mezcolanza variopinta de deseos, imaginaciones, manías, interpolaciones, malas traducciones, silencios de aquellos que pudiera hablar pero temen…

Ahí queda el bautismo, una aberración más de las muchas que engendran las religiones.
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