31de diciembre, día de reflexión y de buenos deseos.

Y no podemos eludir una necesaria reflexión en este día en que las horas de la tarde son únicamente un pensar en “el paso”, la pascua secular, aunque la elección de fechas, para señalar o separar algo de algo, sea artificial. A pesar de lo dicho, todos nos sometemos a este reglamento social que celebra fechas y se somete a ellas. Quizá porque el hombre tiene ya más de artificial que de natural: la sociedad y los hábitos adquiridos han modelado a las personas tanto o más que la propia naturaleza con que llega al mundo.

Hoy es un día bueno para pensar en el pasado y expresar benévolos deseos para el futuro. No importa la edad para hacer esto último, formular deseos o propósitos, aunque sea más fácil para los jóvenes, que presuponen más futuro que pasado. Los maduros y pasados de años se sienten reacios a cambiar hábitos si éstos han sido útiles.

La Iglesia Católica, acorde con el hábito humano de celebrar fechas o instituirlas, ha “decretado” un jubileo para el año 2025. “Aprovechando que el Pisuerga…”.´En la religión judía cada 50 años se instituía una celebración especial de gracia y perdón, de descanso de la tierra, de liberación de esclavos y de restitución de tierras confiscadas. En la iglesia católica y desde 1470, tal celebración se realiza cada 25 años. Pretende con ello avivar la fe de los cristianos, concitar el arrepentimiento o incitar a los estados a la concordia y la condonación. Léase la bula “Spes non confundit”.

¿Qué llega de todo esto, primero a los fieles católicos practicantes y luego a quienes están más alejados de las proclamas vaticanas? Bueno sería hacernos, todos, eco de esos meritorios deseos. Me quedo con una de las frases del inicio de la carta del papa Francisco:

Todos esperan. En el corazón de toda persona anida la esperanza como deseo y expectativa del bien, aun ignorando lo que traerá consigo el mañana. Sin embargo, la imprevisibilidad del futuro hace surgir sentimientos a menudo contrapuestos: de la confianza al temor, de la serenidad al desaliento, de la certeza a la duda. 

El año 2025 será, previsiblemente, un año como los que han pasado. Para algunos, positivamente inolvidable, ciertamente; quizá para la inmensa mayoría, uno más; para algunos, triste… Pero así es la vida.

Me sumerjo en el pasado, con lecturas que rememoran tiempos de grandes temores y años de supuestos grandes cambios. “El año mil”, libro de Henri Focillon, Ed. Alianza.  Antes de su llegada, los terrores invadieron la Tierra. Llegaba el Apocalipsis, sería el fin del mundo… Excepto, como dicen las crónicas, para un papa, Silvestre II, que dijo la última misa del siglo X, año 999, con la mayor naturalidad del mundo, con la tranquilidad que da la esperanza, de la que nos habla el papa Francisco, sin creer en supersticiones.

Hoy, como Silvestre, nos imbuimos de la esperanza de que las cosas cambien a mejor. Pero también, como él, deberemos usar las herramientas de que el hombre está dotado, la razón y el conocimiento. Gracias a personas como él, el siglo XI fue un siglo en el que se reactivó la economía, mejoró la sociedad, un siglo donde floreció la cultura, el manto de la Europa cristiana se cubrió de iglesias con una nueva vitalidad, el románico; un siglo en el que se crearon universidades, se recuperó el derecho romano,  hubo un florecimiento de la filosofía.

Soñemos en quedarán arrumbadas todas las miserias del primer cuarto de siglo; soñemos y esperemos que, en el siguiente, la esperanza de nuevos frutos para la Humanidad.

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