¿Hay grados de gloria?


Una parte de la doctrina católica acerca de la salvación muy poco explicada o quizá arrinconada, es la de “los grados”. Todos en el cielo –dígase lo mismo pero en sentido contrario del correspondiente infierno-- son “inmensamente” felices de ver a Dios, pero unos más y otros menos.

Unos son santos especialísimos, otros especiales, otros de primera, otros de segunda y quizá algunos de nonagésimo nona.

Un aparte: los teólogos, sabiendo que no saben nada de ese espacio glorioso, han especulado tanto que se conoce punto por punto su distribución y el lugar que cada uno va a ocupar, en concreto la distribución de los espíritus: hay ángeles que no pueden soportar el “brillo” de Dios, sólo unos especiales pueden estar a su lado, los “serafines y querubines”. Para en otro lugar afirmar que "de Dios no sabemos nada".


Y santos son en el cielo algunos que fueron crápulas en la tierra. Un punto de contrición da al alma la salvación. El personaje literario prototipo es Don Juan, que en unos relatos se salva y en otros no (1). Un "Dios mío, perdóname", en el segundo final, es salvoconducto para la gloria: no importa lo que haya hecho, los asesinatos cometidos, el desastre social generado, la vida de crápula que haya llevado... Todo se perdona en el último instante... siempre que se disponga de último instante.

Pues de nuevo el sentimiento popular viene a contradecir doctrina tan consoladora. Ese necesario segundo de perdón eterno, parece haber desaparecido del horizonte popular. Qué muerte tan poco "salvatriz" aquélla con la que, sorprendente y estadísticamente, todos “sueñan”!: "Por la noche, sin enterarme, dormido, de repente...", o aquello de "ha tenido una muerte dulce y apacible, no se ha enterado...".

Y los de Pompas Fúnebres siguen insertando aquello de "habiendo recibido los santos sacramentos y la bendición apostólica de Su Santidad". Retórica por no retirar tópicos tipográficos, debe ser.

Al pensar en el tarambana anterior, de cuyo injusto perdón y premio hasta el más ínfimo crédulo clamaría al cielo, ¿será que la purga del purgatorio --un infierno en tono menor-- iguala a todos?

Si ya de por sí el creyente férvido tiene que tragar con verdades indigestas --para los demás, pero que él las cree-- este periodo de expiación y de “preparación” en el purgatorio es una de las “verdades” más irracionales con las que hace tragar la Multinacional del Rezo. Desconozco si sigue siendo "de fe" o no, porque esto de los "novísimos" es un discontinuo tío-vivo.

Qué clase de purga depare tal lugar no está muy clara, por más que digan que es la correa del perro hambriento que le impide acceder a la comida. Es decir, que el mayor tormento es no estar gozando de aquello que prevén.

Dicho todo lo anterior, el miedo debiera estar impregnándonos, especialmente el cuerpo que parece ser el que más ha de sufrir; y considere el que esto lea que, por reír estas verdades y poner en solfa tal libreto, uno puede estar automáticamente en pecado y quizá excomulgado. En otros tiempos achicharrado.

¡Yo sin embargo no siento nada en mi interior, me veo igual, nada ha cambiado en mí, me noto como si hubiera vomitado una comida que no he podido digerir!

Y lo que queda, después de tanta elucubración sobre reinos de taifas celestes es... ¿qué? Nada. Nada para que el piensa un poco. ¿Y de dónde tanta literatura? Puestos a deducir hacia tiempos remotos, de la imaginación recalentada de un noctívago que la noche anterior a escribirlo o contarlo, soñó con seres y reinos celestes; que luego otros adornaron; que más tarde otros fijaron como normativo y que se mantiene por intereses literarios, sedativos o lenitivos. Y no hay más.

(1)Tirso de Molina, José Zorrilla, Molière, incluso W.A.Mozart entre otros. Para un listado de Don Juanes, leer aquí.
Volver arriba