Mi hermana "la" monja.

Que suspira por las ensaladas españolas; por las chuletas de cordero burgalés; por la verdura de La Rioja, la mejor de España; por ¡el bocata de chorizo! Y que traga con verdadera fruición todo lo que le ponen, los para ella suculentos manjares españoles. Antes, se persigna e interiormente bendice la mesa.
Cuando sube a su habitación a dormir --en el pueblo las habitaciones están en la primera planta-- no lleva consigo ni el salterio ni el libro de las horas ni libro espiritual alguno. Quizá ya estén en su mesilla de noche. Lo que le vi coger del salón fueron "Semana", "Hola" y otra revista similar. Y me sonreí. Sabe tanto de los cotilleos españoles como cualquier maruja de mi familia: TV internacional.
Trabaja en Filipinas. Es médico, enfermera, canguro, chófer repartidora de niños a domicilio, enterradora, superiora, mercadista... y un poco simple, como buena monja que es. Buena soprano: estando en Roma la Escuela Santa Cecilia donde estudiaba quiso que cantara un papel en la ópera "Diálogo de Carmelitas".
Algunos cristianos íntegros e integristas de blogs aledaños dirían "una monja como debe ser". Más que nada por el hábito. Habla --mal, dice, pero todos la entienden-- inglés, italiano y tagalo. Sin haber estudiado ninguno de los tres idiomas.

Yo la aprecio mucho. También, de pequeños, era la hermana que más quería, quizá porque era objeto de mis terribles "judiadas". Aunque se le están quedando los criterios anquilosados, como las piernas.
Yo la animo a que, si es monja, viva feliz y sea consecuente con sus principios. Que discuta conmigo pero siga sus convicciones. No, no hace falta decírselo. Vive su vida espiritual a fondo. Como digo, hasta sigue vistiendo hábito. Se ríe con el asunto "hábito" e incluso lo justifica diciendo que es más cómodo, sobre todo a la hora de llenar la inmensa maleta que porta. Supongo que en la escala en Dubai se quedaría pensativa viendo "tanta monja" vestida como ella. O quizá fuera al revés, que vieran en ella una mujer árabe vestida un poco rara.
No es cuestión de seguir con el anecdotario que quizá sólo a uno interesa. Es otra la cuestión por la que me he sonreído antes de comenzar a escribir y desbarrar.
Es el caso que coincidiendo en una misa solemne del pueblo, no por casualidad sino por amenizar con música de órgano la ceremonia, oigo que dice llena de unción, sentimiento y profunda devoción:
"Yo confieso ante Dios Todopoderoso que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión".
Bueno, sí, lo que dicen todos. ¿Pero una monja? ¡Si es que todavía recuerdo a aquel cura que decía:
"Coño, ya estoy harto, a ver si hay alguna que tiene un pecado como Dios manda"!
Ya en la calle, le espeto a bocajarro:
"Oye, hermana, ¿es cierto eso de que tú has pecado? ¿Es verdad que has pecado mucho? ¿Realmente lo has hecho de pensamiento, palabra, obra y omisión? Pase lo del pensamiento, pero yo no te he visto pecar ni de palabra ni de obra, como no sea la fruición gulosa con que trincas el bocata de jamón con tomate".
Y me mira con incredulidad. Como si me hubiera dado un vahído mental. Y continúo:
"Es que echo para atrás la memoria, sólo una semana, y yo no creo que haya pecado de esa manera.".
Quede aquí el dato sin comentario, porque mi intención inicial era polemizar sobre el valor que tienen las palabras dentro del rito; si son discursos hueros; si todo es una retahila de dichos sin sentido; si se dice eso como se podría decir lo contrario.
¿Pecar? ¿Pecado?