La pérdida de suelo quiebra el espíritu.
Y el suelo de la credulidad es ahora más arenoso que nunca. De ahí la lucha con uñas y dientes de años pasados por la enseñanza religiosa en la escuela, por el mantenimiento del Concordato, por seguir uniendo moralidad pública a moralidad clerical, por defender el espíritu cristiano de nuestra historia (algo, por cierto, que nadie niega; pero algo, por cierto también, que hay que superar).
| Pablo Heras Alonso.
Hoy, una rogativa procesional por el campo pidiendo la lluvia más que nada provocaría la carcajada general, máxime si al poco van a ponerse delante del televisor a ver la predicción meteorológica. Dígase lo mismo de aquellas procesiones penitenciales en épocas de peste, negra, bubónica o “bucólica”. Sirvieron para descargar tensiones hasta que llegaron las vacunas. ¿Curaron algo las procesiones? Sí, sirvieron para infestarse más, como la manifestación del 8 de marzo del 20.
No negamos el poder de la palabra en boca de una autoridad, sea del médico, del sacerdote, del asistente social, del psicólogo... pero de hecho un ciudadano, por pobre que sea, busca la curación, y la encuentra, en el simple medicamento o en la intervención quirúrgica en vez de acudir al santero que en otros lares llaman chamán y en los propios es la visita al Santísimo. ¡Y qué prestancia tenían en otros tiempos! ¡Qué autoridad emanaba de ellos! Pues... se terminó su función (su cuento).
Por cierto, que esa justificación del poder de la palabra siempre la aducen “después”, “a posteriori”, cuando el enfermo se ha curado. Sí, la palabra induce estados de ánimo que “animan” al enfermo, pero ¿cuántos en otros tiempos no “respondieron” a ese poder milagroso de “su” palabra?
Quien más quien menos ha leído y sabe de aquellas predicaciones encendidas de santos cavernarios imputando el origen de la peste a las herejías y a la maldad imperante en la sociedad. Desde Sodoma y Gomorra siempre ha sido así. Incluso cardenales tenemos hoy en nuestro suelo patrio clamando contra la plaga de nuestro siglo, la secularización, el olvido de Dios, el laicismo criminal... Ciegos.
A lo largo de la historia no es sólo que la estupidez unida a la crueldad mental se adueñara de los intérpretes de Dios, profetizando castigos divinos o interpretando los mismos: es que con su prédica apodíctica y apocalíptica impedían que se investigara el verdadero origen de la enfermedad y se aplicaran los remedios adecuados.
¿Qué esto es una invención o es cosa de otros tiempos? Doy crédito a lo que leo: Timothy Dwight (murió en 1817), rector de la Universidad de Yale y teólogo reputado en EE.UU. se opuso en su momento a la vacunación contra la viruela porque eso era un injerencia en los designios de Dios. Y eso que ya se conocían los efectos benéficos de la misma.