Tematizar la esperanza es un gran desafío. Más aún en tiempos de incertidumbre como los que nos toca vivir por la pandemia de coronavirus. ¡Quién sabe cuál es el contenido de nuestra esperanza! No faltan agoreros que dicen que no queda nada bueno que esperar.
La esperanza, dice Gabriel Marcel, es “el arma de los desarmados”. También es la meta de los que proyectan, calculan y triunfan.
En el mito de Pandora es la única que no sale de la caja al ser abierta por la curiosidad. La esperanza es necesaria para los hombres porque les permite afrontar la muerte sin mirarla a la cara, ya que pueden ignorar el momento exacto de su llegada. La esperanza es así, para los griegos, un consuelo. No es un regalo, sino una desgracia, una tensión negativa, ya que esperar es estar siempre en falta de algo, desear lo que no se tiene, estar insatisfecho por no sentirse completo. Cuando se espera sanar, es que se está enfermo…
Necesitamos, en todo caso, pensadores sobre la esperanza, con el coraje de ser utópicos. Utópicos no como constructores de castillos en el aire o imágenes en el espejo, o cuentos de hadas, o sueños en el cine… La utopía es necesaria como conjunto de ensoñaciones sociales, en las que se ha produzca una contraposición entre las ideas que han intentado prevalecer.
Sin esperanza, no hay humanización. Hay conformismo resignado y, por eso mismo, cómplice.