Muchas personas tienen problemas para dormir, tras haber sufrido la infección por coronavirus. A la mente vienen numerosos recuerdos que ocupan el espacio e impiden el descanso.
La fuerza del recuerdo se manifiesta en salud y en enfermedad, en energía constructiva y destructiva. Lo sabe bien Fray Juan de la Cruz, al darle semejante espacio al manejo de la memoria. En los capítulos 3-6 del Libro III, Fray Juan de la Cruz llama la atención del lector sobre una urgencia espiritual y psicológica de primer orden: la purificación de la memoria, el saneamiento de los recuerdos y las previsiones.
En nuestra memoria hemos almacenado experiencias agradables cuya evocación nos deleita y, a veces, nos compensa nostálgicamente la realidad presente y otras veces nos encandila y nos sube a una nube de irrealismo. Las experiencias positivas del pasado, cuando son evocadas sanamente permiten descubrir en ellas el valor que no logramos encontrar en el presente. Parece como si volver al pasado fuera ir a beber para calmar la sed de autoestima y reconstruir una identidad rota o imposible de dibujar en el presente.
Pero hemos grabado también experiencias desagradables, pérdidas vividas como ofensas a nuestro presunto derecho a la integridad invulnerable. Las experiencias negativas, por su parte, pueden ser evocadas para bien y para mal, para crecer o para sufrir más. Lo cierto es que contra el recuerdo parece mejor no luchar, sino conducirle y ser dueño de él. Olvidar el pasado sería algo así como olvidar un gran maestro, muy íntimo, la propia historia esculpida en nuestro corazón.
Hacer memoria de experiencias negativas puede servir para constatar el camino de crecimiento y maduración recorrido, para delimitar claramente el confín entre el antes y el después.
Quien recuerda una separación dolorosa puede estar definiendo con realismo el presente y constatando las energías propias y puede estar dando vueltas inútilmente a una situación sin salida. Fray Juan de la Cruz dice: “Cuántos daños hacen los demonios en las almas por medio de la memoria (…); cuántas tristezas y aflicciones…” (3 S, 4).