CONVENTOS Y CONVENTÍCULOS

El inventario de “conventos” –“comunidad de religiosos o religiosas, y casa en las que habitan”-, es amplio y generoso. Antiguo y moderno. Ellos fueron en su tiempo, y siguen siendo ahora, noticia. La historia de la Iglesia así lo atestigua, con sus respectivas variantes y proyecciones, en las que se encarna y expresa el testimonio de vida de sus fundadores- fundadoras. Huelga reseñar que, en circunstancias adversas, no siempre fueron buenas las noticias que generaron, sino todo lo contrario, algo que por otra parte, es algo que acontece en toda obra, que además sea humana.

. Hoy sobran conventos en la Iglesia. lo mismo antiguos que modernos. No pocos de ellos se mueren por falta de vocaciones, por haber sido, y ser, sus funciones fundacionales asumidas por otras Órdenes y Congregaciones, por el mismo Estado, o simplemente por ley de vida, de concepción de Iglesia, o por extinción de las rentas que los mantuvieron y los justificaron.

. La tarea de alentar la concentración, y a su vez, el reciclaje, de estos centros de piedad y de religión, con mención especial también para la excelsa misión de la dedicación de algunos a la contemplación, es hoy extraordinariamente difícil. Son muchos los impedimentos, las dificultades e intereses, espirituales y no tanto, que lo obstaculizan y frenan, aún a sabiendas de que la única y benemérita solución es la de la agrupación. Dentro de los conventos, conceptos tales como el de la misma “comunidad”, que se enarbolan, predican y se intentan vivir y rendírseles culto, su florecimiento es más bien módico y escaso, más o menos como lo es en los arrabales o extrarradios de sus construcciones o lugares en los que se ubican.

. Aún con el convencimiento hoy tan extendido del exceso de conventos y fundaciones, y de su inviabilidad, da la impresión de que la jerarquía eclesiástica sigue siendo proclive a la autorización canónica de otros nuevos. La vocación de “fundadores/as” está bien servida en la Iglesia, a sabiendas de que muy pocas son las necesidades para las que otros “conventos” no hayan podido ser ya soluciones precisas y adecuadas.

. Reducir y ahormar la vocación de fundadores/as, es –será- necesaria misión ascética, mística y hasta de administración de recursos humanos y divinos. Dado que en el “iter” de la biografía, el título de fundador alcanza relieves de consideración y estima hagiográficos, a nadie sensatamente se le ocurrirá valorar tal merecimiento para el día de mañana, en vísperas inminentes de que los procesos de beatificación- canonización se sometan a las revisiones profundas y urgentes que demandan el sentido común, el ecumenismo y el “sensus fidelium”..

. Los conventos –léase Órdenes y Congregaciones religiosas de ellos y ellas-, no estarán muy pronto exentos de los programas de reforma del Papa Francisco, en el ingente y sacrosanto ministerio de evangelización al que somete a la Iglesia. La fidelidad a los evangelios, al margen o sobre los “Códigos” aún con el marchamo de “Canónicos”, impone tiempos, ritmos e intensidades de reforma, que hasta muy recientemente parecían impensables y utópicos.

. De poco menos que de blasfemo hubiera sido calificado el diagnóstico de Michael Perry, nada menos que “Ministro General de los Franciscano”, reconociendo públicamente en tiempos recientes, que “la Orden se halla en grave bancarrota por haber dedicado bienes a transacciones financieras dudosas”. El mismo día en el que se difundió tal noticia, con similares palabras el Papa Francisco lamentaba que “en algunos lugares, la Iglesia, más que madre, daba la impresión de ser y ejercer de empresaria”. No hace falta asir por las filacterias más sutiles e hipócritas de las mitras episcopales estos comentarios, para percatarse de que los conventos- Órdenes y Congregaciones Religiosas, -de ellos y ellas-, se encuentran el primera fila en la mente del Papa para su refundación y puesta a punto…

. Los conventículos –“ junta ilícita y clandestina de algunas personas”- a tenor de su definición académica, habrán de ser, en su día, objetos de otros comentarios. Del amplio, santo y audaz repertorio de chismes, parlerías, intrigas y enredos, que aún con bendiciones eclesiásticas en ellos se gestan y esparcen, hace el Papa frecuentes y angustiadas referencias, lamentando el daño que la causan a la Iglesia. Los hábitos clericales, los ornamentos litúrgicos y los dicasterios en sus versiones curiales cardenalicias, diocesanas y parroquiales, son de por sí, y hasta académicamente, propensos a los “cabildeos”, santo y seña de “ comunidad de eclesiásticos, capitulares de una Iglesia, o de miembros de ciertas cofradías”, y “capítulo que celebran algunos religiosos para elegir a sus prelados y tratar de su gobierno”.

. “Cabildear”, o “gestionar con mañas para ganar voluntades en un cuerpo colegiado o corporación”, es verbo sustantivamente eclesiástico, merecedor de la letanía de las descalificaciones más plañideras contenidas en los santos evangelios, que el mismo Papa Francisco articuló en su famoso discurso a la Curia Romana nada menos que en las 15 reconvenciones lacerantes, presentado oficialmente como el “catálogo de patologías” con el que diagnosticara sus males.
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