Cruces y "Cruzadas"
La “cruz” es palabra sacrosanta en la religión cristiana. Es signo de redención y de vida, e identificación con el misterio salvador de la Iglesia, en la solidaridad y en la entrega “a fondo perdido”, con colmada esperanza en la resurrección. Pero acontece – de lo que es fiel testigo la historia- que de tan bendito concepto de “cruz”, procede originariamente el de “cruzada”, o “expedición militar contra los infieles, que publicaban los Papas concediendo indulgencias a quienes participaban en ellas”, con expresa mención a los musulmanes, y consecuentemente, y por extensión a las fuerzas del mal”.
Praxis e historia, “teologizadas” iconográficamente y al servicio de intereses no siempre religiosos, les robaron a las “cruzadas” su cruz cristiana y, como aconteció con el emblema de la “Orden Militar de Santiago”, hicieron de ella un puñal…
Por multitud de razones- sinrazones, el catolicismo español es proclive y devoto de las “santas cruzadas”. En la educación religiosa de tiempos pretéritos, con irrefrenables repercusiones todavía en los presentes, la “cruzada” aparece en su cumbre, como instrumento, aspiración y modo de ser y de vida cristiana. De vez en cuando, determinadas circunstancias facilitan y estimulan este propósito y entonces algunos, “por la gracia de Dios” y con el respaldo de la Constitución, toman conciencia de que precisamente la cruz, pero jamás las “cruzadas”, son y serán siempre sacramentos de la Iglesia.
El planteamiento que se hace ya, y que probablemente se agravará, acerca de la presencia o desaparición del crucifijo en las escuelas públicas de España, puede servir de referencia de cuanto sugiero, sin despojarle un ápice de la importancia que pueda tener para muchos “cruzados”, o aspirantes a serlo, con argumentos considerados tradicionalmente como “dogmáticos”.
La cruz –toda cruz- es cristiana. Pero lo será de verdad siempre y cuando su uso ni haya sido ni sea el propio del emblema honorífico, del derroche y de la riqueza. Una cruz “pectoral” sobre el abdomen, por muy reverendísimo que este sea, de los componentes de la jerarquía eclesiástica, se desacraliza mucho más que su ausencia de las escuelas públicas o privadas.. El barroquismo que revistió las cruces, convirtiendo a muchas en pomposos objetos de de adorno, y aún de arte y riqueza las desacredita, desprestigia y profana.
Resultan enclenques los argumentos que puedan esgrimirse para lamentar la ausencia de las cruces de estas escuelas, cuando a su vez es tan escandalosamente fácil comprobar el uso que de símbolo, tan sagrado de por sí, se hace aún dentro y fuera de la Iglesia, también como institución. Las irreverencias de una u otra procedencia son entre sí equiparables, y aún algunas –las “eclesiásticas”- superan a las mismas “civiles”. El ritualismo, sin más, y en esferas religiosas, frustra, deseduca y deforma. El ritualismo no lleva a la fe. La cruz no se “luce” en cristiano. A lo sumo, sirve para colocarla sobre los hombros, y “sea lo que Dios quiera” y “cúmplase así su sagrada voluntad”.
Si desde los lugares de privilegio que en las escuelas y en tantos otros sitios y situaciones la cruz se venerara y referenciara sin instrumentalización alguna , sino camino de religiosidad verdadera, la sola posibilidad de su remoción se convertiría en preocupación sustantiva . De no ser así, sino que su presencia respondiera a pactos, acuerdos, victorias, triunfos, conquistas o re-conquistas sobre los “enemigos tradicionales de la fe cristiana, con conciencia de que “fuera de la Iglesia no hay salvación”, la preocupación por la “laicización” de las escuelas, por el hecho de despojarlas de la cruz, debiera ahormarse a criterios entre los que habrían de ser tenidos en cuenta también los democráticos.
Sobran “cruzadas” y “cruzados” y “cruces” rituales y al servicio de unos pocos, en idéntica proporción a como faltan signos universales de esperanza y de respeto a otras opciones religiosas, que orienten los pasos en los cruces de todos los caminos, con el convencimiento de que las demás religiones puedan ser, y son, también eficientes soluciones de redención y liberación.
Praxis e historia, “teologizadas” iconográficamente y al servicio de intereses no siempre religiosos, les robaron a las “cruzadas” su cruz cristiana y, como aconteció con el emblema de la “Orden Militar de Santiago”, hicieron de ella un puñal…
Por multitud de razones- sinrazones, el catolicismo español es proclive y devoto de las “santas cruzadas”. En la educación religiosa de tiempos pretéritos, con irrefrenables repercusiones todavía en los presentes, la “cruzada” aparece en su cumbre, como instrumento, aspiración y modo de ser y de vida cristiana. De vez en cuando, determinadas circunstancias facilitan y estimulan este propósito y entonces algunos, “por la gracia de Dios” y con el respaldo de la Constitución, toman conciencia de que precisamente la cruz, pero jamás las “cruzadas”, son y serán siempre sacramentos de la Iglesia.
El planteamiento que se hace ya, y que probablemente se agravará, acerca de la presencia o desaparición del crucifijo en las escuelas públicas de España, puede servir de referencia de cuanto sugiero, sin despojarle un ápice de la importancia que pueda tener para muchos “cruzados”, o aspirantes a serlo, con argumentos considerados tradicionalmente como “dogmáticos”.
La cruz –toda cruz- es cristiana. Pero lo será de verdad siempre y cuando su uso ni haya sido ni sea el propio del emblema honorífico, del derroche y de la riqueza. Una cruz “pectoral” sobre el abdomen, por muy reverendísimo que este sea, de los componentes de la jerarquía eclesiástica, se desacraliza mucho más que su ausencia de las escuelas públicas o privadas.. El barroquismo que revistió las cruces, convirtiendo a muchas en pomposos objetos de de adorno, y aún de arte y riqueza las desacredita, desprestigia y profana.
Resultan enclenques los argumentos que puedan esgrimirse para lamentar la ausencia de las cruces de estas escuelas, cuando a su vez es tan escandalosamente fácil comprobar el uso que de símbolo, tan sagrado de por sí, se hace aún dentro y fuera de la Iglesia, también como institución. Las irreverencias de una u otra procedencia son entre sí equiparables, y aún algunas –las “eclesiásticas”- superan a las mismas “civiles”. El ritualismo, sin más, y en esferas religiosas, frustra, deseduca y deforma. El ritualismo no lleva a la fe. La cruz no se “luce” en cristiano. A lo sumo, sirve para colocarla sobre los hombros, y “sea lo que Dios quiera” y “cúmplase así su sagrada voluntad”.
Si desde los lugares de privilegio que en las escuelas y en tantos otros sitios y situaciones la cruz se venerara y referenciara sin instrumentalización alguna , sino camino de religiosidad verdadera, la sola posibilidad de su remoción se convertiría en preocupación sustantiva . De no ser así, sino que su presencia respondiera a pactos, acuerdos, victorias, triunfos, conquistas o re-conquistas sobre los “enemigos tradicionales de la fe cristiana, con conciencia de que “fuera de la Iglesia no hay salvación”, la preocupación por la “laicización” de las escuelas, por el hecho de despojarlas de la cruz, debiera ahormarse a criterios entre los que habrían de ser tenidos en cuenta también los democráticos.
Sobran “cruzadas” y “cruzados” y “cruces” rituales y al servicio de unos pocos, en idéntica proporción a como faltan signos universales de esperanza y de respeto a otras opciones religiosas, que orienten los pasos en los cruces de todos los caminos, con el convencimiento de que las demás religiones puedan ser, y son, también eficientes soluciones de redención y liberación.