EMAILS AL PAPA FRANCISCO 1 y 2
1. ¡Haga caso a los cristianos de a pie –sacerdotes y laicos- y ponga un tanto más de su parte por reducir el número, la majestuosidad y la “calidad” de las beatificaciones y canonizaciones en la Iglesia¡. Le dirijo este “correo” al haberse expandido tanto el eco de las polémicas suscitadas con ocasión de la “elevación al honor de los altares” del bendito FRAY JUNÍPERO SIERRA, con clara y comprobada conciencia de que su capacidad de mediación ante Dios, y la ejemplaridad de su vida, lo justificarían muy cumplidamente.
En tan sacrosantas ceremonias y ritos no suelen faltar ni las politiquerías eclesiásticas, ni las vanidades, superaciones y eminencias entre unas Órdenes y Congregaciones y otras y entre los afiliados y miembros, numerarios o no, de las mismas. Los espectáculos que promueven y justifican en la actualidad las concentraciones “beatificadoras” o canonizadotas” masivas, no siempre son expresiones de religiosidad verdadera. Algunas no merecerían jamás esta consideración. Perfiles de gentilidad y de paganismo son aderezos y atavíos difícilmente homologables a la luz de la fe y del santo evangelio, al margen de cualquier otra rentabilidad, también de tipo económico, aún descartando que su destino no sea otro que el piadoso y social.
En las canonizaciones, sus procesos, ritos y liturgias, no caben ni recreaciones ni divertimentos y ni siquiera excusas para programaciones de carácter turístico. ¡Papa Francisco, haga propalar la doctrina de que los santos- santos los declara e invoca el pueblo- pueblo y no el Código ni los organismos curiales¡ Con los santos no se trafica. El negocio de las reliquias tuvo su vigencia en el medievo, y tan solo habría de permanecer del mismo el recuerdo benévolo y piadoso de personas indoctas, a la vez que el repulsivo de los mercaderes especuladores que se enriquecieron “en el nombre de Dios”, y con las perversas connotaciones de la más detestable simonía.
2. Entre tantas, y tan cristianas, acciones de gracias como le damos a Dios por haberle fichado en estadios tan distantes de Roma, como uno de Buenos Aires, subrayo la imposibilidad de dejarse vencer algún día por ser porteado en sillas gestatorias, o en sus versiones tecnológicas sucedáneas de los “papa-móviles”. El uso de estos artefactos es incompatible con la idea que pudo tener Jesús al fundar la Iglesia y nombrar sucesor a san Pedro, pescador galileo, casado, con esposa y con suegra e hijos. Los tiempos fueron cambiando, para mal en este caso, y los posteriores e irrepetibles “Pedros” rebasaron con creces beligerantes las cotas de poder espiritual y sobrenatural, hasta engalanarse, y servirse de signos y símbolos humanos y divinos. En la órbita de lo político y civil, permanece intacta su condición de JEFE DE LOS ESTADOS PONTIFICIOS DEL VATICANO, aunque con cierto rubor hubiera desaparecido ya de sus ornamentos “religiosos” la idolátrica tiara delatora de prepotencia, jurisdicción y dominio supremos.
Y aquí, y ahora, una respetuosa, pero apremiante, sugerencia. ¡Busque cuanto antes la fórmula de dimitir como Jefe de Estado! “Papa” y “jefe” son términos antitéticos y contradictorios. Imagino que su voluntad coincide con esta idea. Usted ni sabe, ni quiere saber, ser y ejercer de jefe, y menos de Estado, por minúsculo que este sea. Se conforma nada más y nada menos que con ser y procurar ejercer de Papa-padre, tierno y misericordioso, al servicio de la humanidad y sin excesivas connotaciones “católicas” y confesionales. Servir, y no ser servido, con títulos y ritos, o sin unos y otros, es su aspiración sempiterna y ministerial, pese a los explicables sobresaltos que su decisión suscite entre los responsables de la seguridad personal y de los protocolos.
Le queremos tal y como es, con sus “franciscanerías”, ejemplos, “excentricidades” y atrevimientos, pero ¡ahórrenos tener que seguir lamentando no haberse decidido ya a plantear su dimisión como Jefe de Estado terrenal, con “borrón y cuenta nueva” de cuanto significó y significa de anti evangélicos, comportamientos pontificales, con sus “cortes”, séquitos, privilegios, leyes, facultades, séquitos, prerrogativas, bulas y exenciones, con sus consiguientes signos de poderío y riqueza.
En tan sacrosantas ceremonias y ritos no suelen faltar ni las politiquerías eclesiásticas, ni las vanidades, superaciones y eminencias entre unas Órdenes y Congregaciones y otras y entre los afiliados y miembros, numerarios o no, de las mismas. Los espectáculos que promueven y justifican en la actualidad las concentraciones “beatificadoras” o canonizadotas” masivas, no siempre son expresiones de religiosidad verdadera. Algunas no merecerían jamás esta consideración. Perfiles de gentilidad y de paganismo son aderezos y atavíos difícilmente homologables a la luz de la fe y del santo evangelio, al margen de cualquier otra rentabilidad, también de tipo económico, aún descartando que su destino no sea otro que el piadoso y social.
En las canonizaciones, sus procesos, ritos y liturgias, no caben ni recreaciones ni divertimentos y ni siquiera excusas para programaciones de carácter turístico. ¡Papa Francisco, haga propalar la doctrina de que los santos- santos los declara e invoca el pueblo- pueblo y no el Código ni los organismos curiales¡ Con los santos no se trafica. El negocio de las reliquias tuvo su vigencia en el medievo, y tan solo habría de permanecer del mismo el recuerdo benévolo y piadoso de personas indoctas, a la vez que el repulsivo de los mercaderes especuladores que se enriquecieron “en el nombre de Dios”, y con las perversas connotaciones de la más detestable simonía.
2. Entre tantas, y tan cristianas, acciones de gracias como le damos a Dios por haberle fichado en estadios tan distantes de Roma, como uno de Buenos Aires, subrayo la imposibilidad de dejarse vencer algún día por ser porteado en sillas gestatorias, o en sus versiones tecnológicas sucedáneas de los “papa-móviles”. El uso de estos artefactos es incompatible con la idea que pudo tener Jesús al fundar la Iglesia y nombrar sucesor a san Pedro, pescador galileo, casado, con esposa y con suegra e hijos. Los tiempos fueron cambiando, para mal en este caso, y los posteriores e irrepetibles “Pedros” rebasaron con creces beligerantes las cotas de poder espiritual y sobrenatural, hasta engalanarse, y servirse de signos y símbolos humanos y divinos. En la órbita de lo político y civil, permanece intacta su condición de JEFE DE LOS ESTADOS PONTIFICIOS DEL VATICANO, aunque con cierto rubor hubiera desaparecido ya de sus ornamentos “religiosos” la idolátrica tiara delatora de prepotencia, jurisdicción y dominio supremos.
Y aquí, y ahora, una respetuosa, pero apremiante, sugerencia. ¡Busque cuanto antes la fórmula de dimitir como Jefe de Estado! “Papa” y “jefe” son términos antitéticos y contradictorios. Imagino que su voluntad coincide con esta idea. Usted ni sabe, ni quiere saber, ser y ejercer de jefe, y menos de Estado, por minúsculo que este sea. Se conforma nada más y nada menos que con ser y procurar ejercer de Papa-padre, tierno y misericordioso, al servicio de la humanidad y sin excesivas connotaciones “católicas” y confesionales. Servir, y no ser servido, con títulos y ritos, o sin unos y otros, es su aspiración sempiterna y ministerial, pese a los explicables sobresaltos que su decisión suscite entre los responsables de la seguridad personal y de los protocolos.
Le queremos tal y como es, con sus “franciscanerías”, ejemplos, “excentricidades” y atrevimientos, pero ¡ahórrenos tener que seguir lamentando no haberse decidido ya a plantear su dimisión como Jefe de Estado terrenal, con “borrón y cuenta nueva” de cuanto significó y significa de anti evangélicos, comportamientos pontificales, con sus “cortes”, séquitos, privilegios, leyes, facultades, séquitos, prerrogativas, bulas y exenciones, con sus consiguientes signos de poderío y riqueza.