HEREJES “POR LA GRACIA DE DIOS” (1)
Tal y como comienzan ya a registrarse los acontecimientos en la historia de la Iglesia y aún en los alrededores “oficiales” de la misma, con sus beatificaciones y canonizaciones de algunos de sus miembros, con el aparato impuesto por el correspondiente dicasterio romano, el Santoral llegará bien pronto a poblarse de “santos herejes”. Siguen, y seguirán los procesos ya iniciados en tiempos pasados, pero el hecho de la programada, y ya inminente beatificación- canonización de algún papa, obispos, sacerdotes, laicos y aún Superior General de Congregaciones-Órdenes Religiosas, contribuye a que en las cuadernas –ejes de la nave de san Pedro algunos perciban grietas preocupantes que presagien graves y prontos naufragios.
El Santoral abre las puertas a herejes, que lo fueron “por la gracia de Dios” y por vivir, adoctrinar y dar testimonio de su fe, pero en disonancia, o en contra, de la doctrina y disciplina oficial de quienes se apropiaron en exclusiva, “némine discrepante”, y con cuantos documentos, bendiciones, interpretaciones y aún sacramentos, del ejercicio y aplicación del mensaje de Cristo, sobre todo antes del Vaticano II, y aún en tiempos inmediatamente posteriores, como si en la Iglesia no hubiera acontecido absolutamente nada, con la convocatoria de tan santo Concilio.…
Ayudar a reflexionar sobre tema de tanta importancia y actualidad “franciscanas”, es objetivo de este manojo de disquisiciones:
. “Herejía” –“arrancamiento o desgarradura”-, llegó bien pronto a designar en la Iglesia “las separaciones producidas por un error doctrinal grave y obstinado por parte de quienes deliberadamente rechazan una verdad definida, como dogma de fe”. Es de notar que, con denodada frecuencia, las llamadas “herejías” suelen reposar sobre una percepción de ciertas verdades, o aspectos de las mismas, que fueron desatendidas por muchos cristianos y hasta por parte de de sus representantes jerárquicos, no coincidentes unos y otros con lo “oficialmente” estuviera preceptuado, aunque no se estuviera de acuerdo con ello.
. Hay que confesar además que el error, de existir, es excusable en muchos, en mayor o menor grado, por la negligencia o pereza de los teólogos o incluso de las autoridades eclesiásticas legítimas, que deberían haber sido las primeras en reconocer, y en restaurar, las verdades “olvidadas”, o mal interpretadas, que para eso “doctores – que no burócratas- tiene la Iglesia”.
. Antes de la proclamación-declaración “oficial” de “hereje” contra otro cristiano, igualmente bautizado, es de lógica, de sentido común y de evangelio, que en su estudio y determinación, por muy autoridad que se sea y por mucho Espíritu Santo con el que se diga contar, se escuche y dialogue con el “candidato” a hereje, con humildad, responsabilidad y examen de conciencia personal e institucional.
. En la historia de la Iglesia, el capítulo de las herejías es tristemente dramático. cruel, y martirial. Daba, y da, la impresión de que “cazar herejes” y condenarlos a los ignominiosos calabozos inquisitoriales, y a las penas del infierno, fuera el “fin salvador” de la Iglesia y la síntesis de la proclamación del evangelio. Todo santo, y toda institución tan “santa” como el “Santo Tribunal de la Inquisición”, por el hecho de ejercer su oficio de la dilación y persecución de los herejes, ni necesitaba, ni necesita beatificación o canonización alguna. Más que a salvar, la Iglesia y sus hombres habrían de estudiar y dedicarse hasta sacramentalmente a condenar y a abrirles el acceso al infierno… No resultaba difícil descubrir una vocación y ministerio tan nefasto, deshonroso e infame como este.
El Santoral abre las puertas a herejes, que lo fueron “por la gracia de Dios” y por vivir, adoctrinar y dar testimonio de su fe, pero en disonancia, o en contra, de la doctrina y disciplina oficial de quienes se apropiaron en exclusiva, “némine discrepante”, y con cuantos documentos, bendiciones, interpretaciones y aún sacramentos, del ejercicio y aplicación del mensaje de Cristo, sobre todo antes del Vaticano II, y aún en tiempos inmediatamente posteriores, como si en la Iglesia no hubiera acontecido absolutamente nada, con la convocatoria de tan santo Concilio.…
Ayudar a reflexionar sobre tema de tanta importancia y actualidad “franciscanas”, es objetivo de este manojo de disquisiciones:
. “Herejía” –“arrancamiento o desgarradura”-, llegó bien pronto a designar en la Iglesia “las separaciones producidas por un error doctrinal grave y obstinado por parte de quienes deliberadamente rechazan una verdad definida, como dogma de fe”. Es de notar que, con denodada frecuencia, las llamadas “herejías” suelen reposar sobre una percepción de ciertas verdades, o aspectos de las mismas, que fueron desatendidas por muchos cristianos y hasta por parte de de sus representantes jerárquicos, no coincidentes unos y otros con lo “oficialmente” estuviera preceptuado, aunque no se estuviera de acuerdo con ello.
. Hay que confesar además que el error, de existir, es excusable en muchos, en mayor o menor grado, por la negligencia o pereza de los teólogos o incluso de las autoridades eclesiásticas legítimas, que deberían haber sido las primeras en reconocer, y en restaurar, las verdades “olvidadas”, o mal interpretadas, que para eso “doctores – que no burócratas- tiene la Iglesia”.
. Antes de la proclamación-declaración “oficial” de “hereje” contra otro cristiano, igualmente bautizado, es de lógica, de sentido común y de evangelio, que en su estudio y determinación, por muy autoridad que se sea y por mucho Espíritu Santo con el que se diga contar, se escuche y dialogue con el “candidato” a hereje, con humildad, responsabilidad y examen de conciencia personal e institucional.
. En la historia de la Iglesia, el capítulo de las herejías es tristemente dramático. cruel, y martirial. Daba, y da, la impresión de que “cazar herejes” y condenarlos a los ignominiosos calabozos inquisitoriales, y a las penas del infierno, fuera el “fin salvador” de la Iglesia y la síntesis de la proclamación del evangelio. Todo santo, y toda institución tan “santa” como el “Santo Tribunal de la Inquisición”, por el hecho de ejercer su oficio de la dilación y persecución de los herejes, ni necesitaba, ni necesita beatificación o canonización alguna. Más que a salvar, la Iglesia y sus hombres habrían de estudiar y dedicarse hasta sacramentalmente a condenar y a abrirles el acceso al infierno… No resultaba difícil descubrir una vocación y ministerio tan nefasto, deshonroso e infame como este.